En Algún Lugar Dentro de Mi Mismo

CONTRACORRIENTE 

Ángelo corría, corría sin volver la mirada. Quería escapar de aquella niebla.

En un instante, justo cuando quiso mirar atrás, sus pies no encontraron el suelo, y comenzó a caer. Tuvo esa misma sensación que cuando estaba dentro del ascensor: caía, pero no sabía en cual dirección, si arriaba o hacia abajo, si de izquierda o si a la derecha. Pronto, la sensación cambio, solo caía. Vio la niebla desvanecerse mientras caía; vio su cielo pasar; un hermoso paisaje se reflejó desde lo alto;  el verde pasto; las altas montañas; la brisa en su rostro; entonces, cuando quiso contemplar todo aquello, se precipitó a caer y en medio de un embravecido rio fue a parar.

Ángelo luchaba por salir a flote. Apenas sus manos lograban alcanzar la superficie. Aquella corriente era más fuerte que él, o por lo menos, en ese instante, eso pensaba.

Su visión, prácticamente se nublaba por el disturbio de las aguas, a penas asomaba la cabeza para respirar de vez en cuando. Ya no controlaba el lugar hacia donde quería ir, el rio, arrastrándolo con sus fuerzas, lo llevaba por doquier consigo, sin importar, sin preguntar.

Para Ángelo era como ver desvanecer el pensamiento. Si le nacía una idea la corriente del rio la arrastraba con él y se olvidaba, rápidamente. Pronto comprendió que era más fácil ir a favor del rio que luchar contra él, así logró mantenerse a flote y salvar lo que en ese instante pensó que era su vida.

Pronto, logró alcanzar un extremo, y la rama de un árbol que colgaba sobre el rio, le ofreció su ayuda. Se sostuvo de ella para no dejarse seguir arrastrando, entonces quiso alcanzar la orilla para salir de aquel caudal.

El rio comenzó a arreciar. Pero Ángelo se sostenía fuerte de aquella rama. Miró a todas partes, no tenía pensamiento alguno, simplemente era parte de la corriente. Se dispuso pues, a salir definitivamente de allí, pero, al mirar a la orilla, vio que la niebla, la que había dejado atrás, comenzaba a posarse lentamente sobre las peñas del rio, y ya no había un espacio vacío que no estuviese envuelto por la niebla, salvo aquella rama que le sostenía, ya ni el árbol que estaba en la orilla lograba verse, la niebla avanzaba.

Pensó soltarse de la rama, pero, al mirar la corriente, y ver hacia donde se dirigía, solo alcanzaba a ver la niebla que venía. Su pensamiento volvió hacer lo que antes fue, en ese momento, y supo que tenía que luchar, era eso, o caer en las redes ilusorias de aquella niebla de engaños, que era, precisamente, hacia donde le llevaba la corriente.

Cerró los ojos. Pensó en lo difícil que sería nadar contra la corriente, "¿a donde iría?", se preguntó, no podía imaginar que había algo más allá. Solo sabía una cosa: si se dejaba llevar, hacia donde le arrastraría la corriente. Ya conocía lo que acaecía detrás. Delante, estaba, posiblemente, la respuesta.

Entonces, sin pensarlo más, se lanzó. Y comenzó a nadar en contra de la corriente. Las fuertes aguas golpeaban su cuerpo como con la intensión de deshacerlo, y por un momento podían arrastrarlo un poco. Pero Ángelo tiraba un brazo, y luego el otro, y luego una vez y otra más. Lentamente avanzaba. Sabía que no podía parar, no había lugar para un respiro, ni para un descanso. Un segundo tan solo que descuidara y sería parte de lo mismo. Escuchó zumbar el agua en sus oídos, parecía decirle "ríndete", pero Ángelo, braceaba.  Braceaba sin parar, sus fuerzas, las que necesitaba, estaba en su corazón, en su pasión, en su deseo de seguir y avanzar y nunca rendirse.

Pronto, ignoraba el dolor, ese que le causaba el cansancio y los golpes de las aguas del rio. No había tiempo para mirar atrás, pero tampoco olvidarse de lo dejado. El pasado podía darle alcance y morir, irremediablemente, en el.  ¿Y para que morir o vivir en el pasado si la vida se vive en el presente?

Una brazada, otra más, ya casi. El rio gritaba más intenso. Sentía decir "olvídalo, no podrás", y a los odios de uno que sentía haber perdido tantas veces, era, el revés  de una desmotivación, era algo inspirador.

Pero el rio no se deba por vencido tampoco, y comenzaba a jugar un poco sucio. El agua ya era turbia, tan gris que era imposible mirar. Luego, no solo el agua golpeaba el cuerpo de Ángelo, objetos extraños salidos de la nada comenzaron a bollar y uno que otro golpeaba a nuestro amigo. Era esquivarlos, nadar, no dejarse golpear, nadar, no dejarse golpear. Y en un desespero más, el último intento, su cuerpo se estrelló contra las piedras del fondo de aquel rio, y quiso desmayar. Pudo sujetase fuerte a una de ellas y, afincando bien sus pies, saltó, una última brazada fue suficiente para caer en el yacimiento. Entonces vio, olió, atrapó la paz.

El agua era tan cristalina que prácticamente es imposible de describir. Y profunda. Daba vértigo. Pero pronunciaba paz. El sonido envolvente de aquella naturaleza parecía marcar un tiempo inexistente, esa clase de segundos que no pasan.



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En el texto hay: intriga, reflexión familia , suspenso

Editado: 30.11.2018

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