Sentado al frente de una mujer, apreciaba sus hermosos ojos y sonrisa, la cual aparecía al leer cada mensaje que llegaba a su teléfono, teléfono del cual no apartaba la mirada. Mirada que apreciaba mientras se preguntaba por qué no podía dejar de admirar aquella sonrisa que no era para él.
Habiendo tomado valor los últimos años, estaba decidido a decirle lo que sentía antes de salir de vacaciones de verano. Sus manos no paran de sudar, su corazón late más rápido y se ha olvidado de cómo respirar. —Ka... Kha... Khli... Khali—intentaba pronunciar su nombre, pero los nervios no lo dejan.
Queriendo conformarse con una mentira, se dice que lo hará el próximo viernes, aun sabiendo que no sucederá. Mirando al techo se pone a pensar en todas las ocasiones en las que ha estado en la misma situación, situación que le provoca un fuerte dolor en el pecho, el cual no lo deja tranquilo.
—¿Estás bien Sora? —dejando de ver el teléfono, pregunta al verlo más callado de lo habitual. Sin recibir una respuesta, estira su brazo hacia él, moviendo un poco de su cabello rubio con su mano—. ¡No estás enfermo, qué suerte! —dijo con una sonrisa tras tocar su frente.
Al ver su sonrisa, no pudo evitar ponerse feliz; sonriéndole, se miente así mismo tras repetirse que todo está bien.
Habiendo visto todo sentado en una silla desde la distancia, piensa —patético —Al ver sus recuerdos. Frente suyo apareció aquella hermosa mujer de vestido negro, la cual se iba acercando lentamente a él. Con cada paso quedaba aquella mujer, el dolor punzante que sentía en el pecho desaparecía. Al darse cuenta un arma apareció en su mano, viendo fijamente a la mujer, se acercó el arma a la boca y sin dudarlo jalo el gatillo.
¡Bang!
Khalida.
Mirándose en el espejo, retoca un poco su maquillaje haciéndolo poco llamativo, cogiendo su peine plateado, comienza a desenredar su cabello negro, el cual llega a su cintura. Haciéndose una trenza, metió su mano en un pequeño cofre negro, el cual estaba lleno de moñas de distintos colores. Buscando una de color negro, se mira al espejo mientras se pregunta si está bien maquillada.
—¡Despierta! —Gritó una mujer entrando de golpe a la habitación.
Creyendo que su corazón saldría de su pecho en cualquier momento, miraba aquella mujer rebosando de alegría. — ¿Por qué no tocas antes de entrar? —preguntó, respirando profundo para tranquilizarse.
— ¿Desde cuándo una madre tiene que tocar para entrar al cuarto de su hija?
—Desde siempre. Casi me matas de un infarto.
Viéndola en el suelo, rodeada de moñas, se acercó a ella. —Tienes un punto, aunque nunca tocaré antes de pasar —dijo colocando las moñas en el cofre.
Aunque le molestaba que su madre entrara a su cuarto sin avisar y sabía que no lo dejaría de hacer, comenzó a reír sin poder parar, mientras deseaba que estos pequeños momentos nunca terminaran.
— ¿Por qué te ríes?
—Porque te quiero.
Viéndola con felicidad, lágrimas comenzaron a bajar por su rostro, tras escuchar esas pequeñas palabras que para ella significaban mucho. —Yo también te quiero —dijo limpiando sus lágrimas—. Aunque no soy tu verdadera madre.
Ryu.
Saliendo del baño desnudo, tras haberse bañado, camina hacia el comedor dejando un rastro de pisadas. Sentándose en una de las sillas del comedor, mira su plato de comida y agradece por este. Cogiendo una cuchara se encuentra dispuesto a comer, pero un golpe en su cara lo sorprende.
— ¡Qué te pasa, anciana! ¿Quieres pelea? —Preguntó haciendo sonar los dedos de sus manos.
Viéndolo con desprecio, le dio otro golpe. — ¿A quién crees que le hablas, pedazo de mierda?
—A un vejestorio, que puedo destruir con mis propias manos —respondió levantándose del asiento.
— ¿En serio? Inténtalo, pedazo de mierda —dijo remangando las mangas de su hábito.
Poniéndose en guardia al verla remangando su ropa, preguntó —¿Quieres pelear sepulcro? —A lo cual ella respondió lanzándole un golpe, el cual esquivó sin ningún problema—. Muy lento, vejestorio —dijo sacándole la lengua.
Todos seguían comiendo y hablando sin prestarles atención. Al final, desde el más joven hasta el más viejo se habían acostumbrado a sus peleas continuas.
— ¡Ustedes dos, deténganse! —Gritó una joven monja de ojos azules—. ¿No se cansan de pelear todos los días? —preguntó.
Al escuchar la voz de la mujer, se pasaron la culpa el uno al otro.
Con serenidad, aquella mujer de ojos azules se acercó a ellos y sujetó sus manos. —Ryu, madre superiora, da igual quién inició la pelea, por favor hagan las paces, como la familia que somos.
—Familia de ese imbécil, nunca —reprochó la madre superiora, comenzando a caminar hacia la cocina.
—Pienso lo mismo —dijo—. Nunca seré familia de ese vejestorio.
—Pero... —la mujer intentó hablar, pero fue interrumpida por la madre superiora—. Imbécil, vístete rápido antes que se te haga tarde para ir a estudiar, y si no quieres morir no vuelvas a sentarte en el comedor desnudo.
—Ya lo sé, no me lo tienes que decir, anciana. La próxima vez me sentaré en bóxer.
Viendo de nuevo el comienzo de una pelea, pensó con una sonrisa —Nunca cambiarán.
Sora.
Escuchando la alarma por décima vez, se levantó. —Qué pereza, cuando se ponía emocionante —Pensó, saliendo de su cuarto, comenzó a caminar a la cocina con pereza, miraba a su alrededor buscando algo, pero no lo encontraba. Llegando a la cocina, comenzó a abrir los gabinetes, sacando una caja nueva de cereal, la abrió y comenzó a comer. Al estar lleno, sujetó una bolsa de leche de la nevera y comenzó a tomar—. Comencemos —dijo caminando al baño. Abriendo la llave de la ducha, comenzó a escuchar el agua caer—. Qué relajante —pensó quitándose la ropa, Metiendo una mano al chorro de agua, sentía cada gota pegar con esta, metiendo todo su cuerpo en el chorro de agua, se quedó inmóvil en este, esperando que todos sus pensamientos se fueran por el drenaje.
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Editado: 17.02.2025