En Blanco

CAPÍTULO II: NO ES UNA HISTORIA DE AMOR.

Khalida, paralizada, mira con asombro el fuego consumiendo la casa de aquel chico solitario, el cual no había visto sonreír; aquel chico que mantenía la mirada perdida como si estuviera escapando de algo o esperando que algo sucediera. Aquel chico callado del cual no logra recordar algún rasgo de su apariencia, de aquel chico que, sin importar cuanto lo intente, no puede recordar su nombre, aquel chico que nunca le importó.

Preocupado, Ryu, preguntaba a los bomberos si sabían algo de las personas que vivían en la casa, pero no recibía respuesta. Sentándose al lado de Khalida, volteó a verla; al ver los ojos de Ryu, Khalida comprendió que estaba preocupado. Sentándose a su lado, comenzaron a esperar a que los bomberos terminaran de apagar el fuego.

Caminando en el borde del edificio, mueve la cabeza al ritmo de la música; su cabello negro como el carbón se mueve con el viento, y sus ojos brillan al mirar el cielo. No puede entenderlo, ni quiere hacerlo, pero al mirar el cielo lo ve diferente, es como si todo a su alrededor hubiese cambiado. ¿Para mal? O ¿para bien? Eso no le importa; simplemente no quiere dejar de verlo.

La música se detuvo y con una sonrisa dejó caer su cuerpo hacia atrás. Comenzando a caer desde cincuenta metros, ve lo bello, pero también lo grotesco de la ciudad. Comenzando a cantar, mira a aquella mujer vestida de negro cayendo a su lado.

Con una sonrisa, saluda. Ella se acercó y con sus suaves manos acarició su rostro, —llegué —susurra al oído de Sora con su suave voz. Al escucharla, levanta su velo y al llegar la noche sus labios se unen bajo la luz de la luna. La luna, al presenciar la hermosa escena, se llena de envidia, envidia que lentamente la apaga.

Al caer en la piscina, aquella mujer desapareció, despertando tras escuchar la alarma por primera vez, se levantó de la cama. —Qué calor —piensa, saliendo de su habitación. Caminando al baño con pereza, mira a su alrededor. —¿Por qué tengo eso ahí? —se pregunta tras ver un calendario en la pared del baño. Acercándose a él, ve que es viernes. Sin darle importancia, abrió la llave de la ducha y se metió con ropa. Aunque estaba bajo el chorro de agua, el calor que sentía no desaparecía; no podía respirar bien y comenzaba a ver todo borroso, sintiéndose mareado, intento caminar, resbalándose y golpeándose con la pared... Todo se volvió oscuridad.

Acostado en una cama exageradamente grande, pero que a su vez pareciera ser hecha del más fino algodón, se pregunta si murió del golpe que se dio. —Si hubiese sabido que el cielo era así de cómodo, me hubiera matado antes —piensa despreocupado y sin ganas de dejar la cama más cómoda en la que se ha acostado en su vida o muerte, quién sabe.

—Cinco minutos más —son las palabras que se ha estado diciendo las últimas horas para no levantarse.

Dando vueltas por toda la cama, busca la posición perfecta para volver a quedarse dormido. Volteando la almohada hacia el lado frío, piensa —Perfecto —al encontrar y adoptar una extraña posición para dormir.

—¿Vas a dormir así? —pregunta una mujer parada a un lado de la cama—. ¿No es incómodo?

—No, eso creo.

Viéndolo tranquilo y relajado, se sienta a un lado de él, preguntándole —¿Puedo intentarlo? —a lo cual él responde con un sí. Viéndolo detenidamente por unos segundos, se acuesta cuidadosamente a un lado replicando la misma pose.

—Es incómodo, ¿cómo puedes estar tan tranquilo haciendo esto?

—Soy flexible, supongo —De repente, por una extraña razón, comienza a sentirse incómodo; sus manos no dejan de temblar y su corazón late cada vez más rápido. Volteando a mirar detrás de él, al sentir un frío constante que recorre su cuello, se queda completamente paralizado al estar cara a cara con aquella mujer.

Aunque intenta moverse, su cuerpo no responde por los nervios de sentir su respiración tan cerca, los nervios de ver aquel rostro que parece el de una muñeca de porcelana, su cabello negro, el cual tapa uno de sus hermosos ojos azules. Su belleza lo ha dejado paralizado.

Acariciando lentamente su cabeza, lo mira fijamente —Eres igual como te describieron —dice sonriendo brevemente.

Preguntándose qué le pasa, por qué está tan nervioso y por qué está tan incompetente. Se repite una y otra vez en su cabeza la pregunta de aquella mujer que salvó su vida —¿por qué vives?, ¿por qué vives?, ¿por qué vives?, por qué vi... —Esa simple pregunta, la cual carcome su mente, hizo surgir otras preguntas —¿Por qué vivo?, ¿qué quiero hacer con mi vida?, ¿por qué no he muerto?, ¿quiero seguir fingiendo?, ¿por qué ella me rechazó?, ¿por qué? —Respirando profundo, intenta tranquilizarse.

Viéndola fijamente, se dirige a ella como un galán de telenovela —Tú también eres bastante linda, pero... no puedo engañar a Khalida, este es el motivo por el cual nuestro amor no puede florecer ¡María! —Rematando con una gran sonrisa, se levanta de la cama preguntando su nombre.

Soltando una pequeña risa, ella se levanta de la cama, comenzando a caminar hacia la puerta —Vamos, alguien quiere hablar contigo... Sora.

Viéndola salir por aquella puerta gigante, mira un poco a su alrededor percatándose de la enorme habitación en la que se encuentra. Preguntándose dónde está, ¿cómo ella sabe su nombre? Comienza a caminar hacia la puerta.



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En el texto hay: amor, psicologia, adición

Editado: 17.02.2025

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