En Blanco

SUPLICIO DE REALIDAD.

Nada, nada, nada, nada es real. ¿Qué es real? Tal vez es lo que él cree, o simplemente es lo que piensan los demás mientras lo ven desde abajo.

Las últimas pastillas del frasco acompañadas con una esnifada de polvo lo preparan para volver a aquella realidad que no entiende, no siente, no ve. Solo imagina, aquella realidad en la que cree y quiere estar. Un escape, perdición, su salvación. Un mundo donde puede ser feliz, fantasía, realidad, ¿su verdad absoluta o una mentira constante?

Tirado en una pila de basura, ve el techo con la mirada perdida, mientras espera que vuelva a surgir el efecto que poco a poco se ha vuelto más difícil de obtener. Sus brazos y piernas están llenos de moretones ocasionados por las agujas en su piel, los gemidos de su madre traspasan las delgadas paredes de la casa, mientras son decorados por la sirena del camión de los bomberos que no para de sonar.

Sus ojos lentamente se cierran, llevándolo a aquel hermoso lugar que le permite olvidar toda la basura que lo rodea.

Al abrir los ojos se encontró parado en la oscuridad de un largo, pero enorme pasillo, decorado con diversas pinturas de mujeres desnudas. Sin poder ver la belleza de cada mujer, comenzó a caminar en medio de la oscuridad sin un rumbo o destino. Las mujeres de las pinturas comenzaron a llorar mientras gritaban del miedo al ver una extraña silueta pasar cerca de ellas, sus manos temblorosas tapaban sus frágiles y jóvenes cuerpos mientras le pedían ayuda a Dios.

Las lágrimas de aquellas mujeres bajaban lentamente por sus caras cubiertas de moretones, se desplazaban por sus cuellos llenos de arañazos y sus pechos cubiertos de saliva, se deslizaban por sus vientres hasta llegar a sus caderas y se unían con la sangre que recorría sus entrepiernas. Las lágrimas y la sangre seguían bajando como una sola por sus piernas, al llegar a la punta del dedo gordo del pie comenzaron a salirse del cuadro como gotas de lluvia que empezaron a llenar aquel enorme pasillo.

Sin darse cuenta, se encontró en el fondo de un lugar desconocido, sin poder respirar, se encontró viendo hermosas obras de arte arruinadas por la mano del hombre, se estaba ahogando en tristeza, odio, rencor, sueños y esperanzas...

Se encontró en un mar de lágrimas de sangre...

Sangre.

Sangre.

Sangre.

Sangre que salía en forma de lágrimas, lágrimas que resaltaban el color de sus ojos, ojos que han perdido el brillo, brillo que sostenían sus manos, manos que fueron cortadas con el sucio filo de una cuchilla oxidada. El óxido le pasó una enfermedad la cual solo tiene una cura... la muerte...

Muerte.

Muerte.

Muerte.

Muerte, lo único que los une en vida.

—Odio todo esto, lo odio, lo odio. —dijo Khalida, con su camisa mal abotonada y la falda torcida, mientras lloraba frente a aquel desconocido.

Sin saber qué decir o hacer, Sora miraba aquella mujer rota que le suplicaba por ayuda.

Sonriendo incómoda, le pidió disculpas al desconocido —Lo siento, lo dije sin pensar, mejor me voy.

Viendo cómo ella abría la puerta para marcharse, sujetó su mano temblorosa; de inmediato, la abrazó, y lo primero que vino a su mente fue decirle. —La vida es una mierda.

—¿Por qué? —preguntó ella en un mar de llanto.

—Quién sabe.

—No quiero vivir más. —Fueron las últimas palabras que le dijeron antes de quedarse dormida en sus brazos.

Solo fue necesaria una corta conversación, para que dos estudiantes del mismo salón se conocieran. Simplemente, era necesaria oscuridad para que la luz llegara a la vida de dos personas que habían caminado a oscura gran parte de su vida. No fue necesario Cupido, o alguna poción de amor, para que una relación surgiera; solo fue necesario unas cuantas lágrimas para que una nueva historia de amor comenzara...

El viento soplaba suavemente, los pájaros volaban en los cielos y su sonrisa le daba felicidad. Arrodillado en el lugar donde se conocieron, Sora le declaró su amor a Khalida, la cual lo recibió con felicidad. Al instante, sus labios se unieron en un primer beso que no sería olvidado por ninguno de los dos...

Realidad... no es lo que él quiere, es lo que más dolor le causa.

Viendo cómo aquella mujer baila en los bordes del edificio, comienza a correr para detenerla, viendo nuevamente la sonrisa de la mujer, intenta alcanzarla, pero solo puede tocar su mano.

—También tienes la culpa. —dijo la mujer cayendo a su muerte.

Viendo el cuerpo de la mujer desde lo alto, vomita, sus manos no paran de temblar y sus ojos no pueden dejar de ver el cuerpo sin vida de la mujer; Rápidamente, un grupo de personas corrió hacia el cuerpo y un grito se hizo presente —¡KHALIDAAAAA!



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En el texto hay: amor, psicologia, adición

Editado: 17.02.2025

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