Llevaba puesto un hermoso vestido negro ajustado; sus curvas desviaban el pensamiento de cualquier hombre. Su piel, blanca como papel, tenía escrita forzadamente una triste historia que terminó sin comenzar; el velo negro tapaba su bella sonrisa. De fondo, se escuchaba una canción con un ritmo alegre, que te hacía querer bailar, pero la letra carecía de alma y propósito; era simplemente triste, tan triste que acallaba el llanto de las personas que al ver aquel ataúd de cristal sollozaban.
Un viernes cinco, a una hora determinada de la madrugada, el cuerpo de Khalida fue quemado a la vista de todos por su madre, que al ver el cuerpo de su hija siendo consumido por las llamas, lloraba, maldiciendo el humo que entraba a la sala. —Hael —susurró—. Acepto que los culpables escucharan mi voz enferma; ustedes que escuchen mi voz se enfermarán como estoy yo y sufrirán como hizo ella. Aquellas palabras que se llevó el viento apagó el triste fuego que lloraba al no ser escuchado.
La santa puta.
Su caminar, su vestido escotado o tal vez su voz, hacían que todos los hombres la desvistieran con la mirada. Sus mentes perversas no dejaban de imaginar qué le harían en la cama. Las miradas de aquellas sombras sin alma no le hacían sentir o pensar algo; simplemente estaban ahí, vacías, solas, sin un propósito, solo deseaban algo que hacer. Ni un poco de asco podía sentir por ellas. Ella seguía cautivando con su voz, una voz que poco a poco se hacía más tenue.
Recogiendo las monedas que le habían lanzado aquellas sombras, empacó su guitarra cuando el fuego se apagó. Sintiéndose sofocada por el humo que cubría toda la sala, se despidió de todos con una sonrisa fingida y salió de la casa lo más rápido que pudo. Al salir, el humo del cigarrillo pegó en su cara. Al mirar al culpable, vio después de unos meses a su deteriorado compañero de clases; sus ojeras, su mirada perdida, habían inspirado diversas de sus canciones, pero su sonrisa y la luz que veía al verlo entrar al salón habían generado diversas emociones. Pero todo eso había sido consumido por las llamas.
El fuego quemaba todo a su alrededor, y ella caminaba sin darse cuenta de las flores que la rodeaban en la oscuridad. La noche había caído a sus pies descalzos, y el viento la guiaba hacia un destino desconocido. El sol apareció como una ilusión del humo, que la hacía cuestionarse si algo era real. Todo era mentira o tal vez era toda verdad; su vida no tenía un rumbo. Pero al ver el humo que salía de la boca de Sora, se dio cuenta de que todo lo que conocía iba a cambiar. Y solo pensar, eso la excitaba. Con una sonrisa, se marchó en medio de la noche esperando volver a verlo en la escuela.
Los olvidados.
El humo del cigarrillo lo tapaba, haciéndose invisible a los ojos de muchos. Pero él estaba ahí, sentado a un lado de Sora, viendo cómo daba la última bocanada al cigarrillo. El viento se llevó el humo, y el rostro de una bella mujer apareció frente a él. ¿Quién es ella? ¿Quién sabe? ¿A quién le importa? A nadie le importa; a él no le importa. Solo está ahí, sentado a un lado de aquella luz que lo cautiva y ciega, una luz parecida al sol que lentamente se apaga frente a él...
Él está viendo, existiendo en la nada, buscando recordar para ser recordado o al menos olvidar para ser olvidado. Él quiere ser visto, pero no ve bien. Quiere ser grabado, aunque se olvida de todo. Quiere que todos sepan quién es sin haber conocido; él solo quiere estar al lado del sol, aunque las llamas de este lo consuman hasta la muerte.
Inmortales.
Dando la última bocanada a su amigo cigarrillo, miró el cielo mientras se preguntaba si existía un lugar donde van las buenas personas a hacer felices. Se preguntaba si había un dios que lo castigaría por todos sus pecados o tal vez existía un sitio exclusivo para personas como él.
—Pertenezco a algo —se preguntó, viendo cómo el viento se llevaba el humo que lo rodeaba y, con este, se llevaba sus pensamientos. Pero consigo, el viento trajo a su amiga melancolía, la cual lo sedujo para que fumara otro cigarrillo.
La colilla del cigarrillo prendió fuego a las flores, flores que eran pisadas por una mujer; mujer que lo miraba desde la distancia con una sonrisa. La oscuridad miraba inmóvil al fuego propagarse. El fuego le sonreía al viento mientras le suplicaba que lo ayudase a expandirse... la vida y la muerte miraban desde la habitación de un motel cómo el fuego era consumido por sus propias llamas.
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Editado: 17.02.2025