Él solo quería sentir algo, solo quería salir de la monotonía. Con eso en mente, subió al último piso del colegio, preparado para saltar; tal vez, y solo tal vez, esa era la respuesta para salir de su aburrimiento. Sin dejar carta de despedida, cruzó la barandilla, quedándose en el borde. Al mirar la ciudad, respiró profundo, cerrando los ojos, se despidió de su familia con un simple adiós.
-Intenta caer de cabeza -dijo una mujer que estaba a su lado. Preguntándose desde cuándo lo estaba viendo, la miró-. No me mires y salta -dijo ella sin preocupación. Cualquier persona hubiese intentado evitar que saltara con un discurso o fingiendo preocupación. Pero ella no le preocupaba, no sentía lástima ni se preguntaba por qué lo hacía.
- ¿Vas a saltar? -preguntó, cruzando el barandal. -Hagámoslo juntos, intenta caer de cabeza para no fallar -dijo con una sonrisa tras tomar su mano. -A las tres saltamos, tranquilo, yo estaré a tu lado. Uno, dos... tres, salta... -los dos se miraban, él con preocupación y ella con una sonrisa, la cual lo llenaba de preguntas.
Él no sabía quién era ella o por qué estaba ahí, pero en ese instante, aquella monotonía había desaparecido. Él quería conocerla, quería estar a su lado, no quería que ella soltara su mano.
-No saltaste, me decepcionas -cruzando la barandilla se alejó sin mirar atrás. Él la miraba marcharse, mientras pensaba en detenerla y preguntarle el nombre, pero el miedo ganó tras pensar que el destino los uniría de nuevo-. ¿Qué haces? Sígueme -dijo ella cruzando la puerta. Él, sin pensarlo, cruzó la barandilla y corrió detrás de ella.
Siguiéndola por los silenciosos pasillos del colegio, la miraba en silencio mientras apreciaba su figura. -Dime¿Estás mirando el culo? -preguntó ella al sentir su mirada. Al escucharla, miró al suelo sin decir una sola palabra-. Volteándolo a mirar, se detuvo -¿Tú hablas? -preguntó, a lo que él, mirando aún al suelo, asintió con la cabeza.
-Mmm, está bien, sigamos, pero no vuelvas a mirarme el culo -dijo ella riéndose al verlo nervioso. Él no logró entenderla por más que lo intentaba, muchas de sus creencias sobre las mujeres habían desaparecido al escucharla hablar.
Viendo cómo ella entraba al salón 50-E cerrando la puerta, este se sentó en el pasillo esperando a que saliera. Pasaron unos cuantos minutos y ella no salía; levantándose, miró la puerta y estiró su mano para abrirla, pero se detuvo al instante comenzando a alejarse.
Parado en la entrada de su casa, metió la mano a su bolsillo sacando las llaves, tras abrir la puerta, entró quitándose los zapatos en la entrada. Subió al segundo piso donde se encontraba su habitación, entrando a esta, le puso pasador a la puerta, cerró las cortinas, se tiró en la cama, quedándose dormido al instante.
Al pasar unas horas, miró el reloj que se encontraba colgado en su pared, diez y cinco marcaba. Él solo esperaba a que pasaran cinco minutos más, aquellos cinco minutos se hicieron eternos, pero la voz de su cabeza lo acompañaba en aquella eternidad, aunque él la ignoraba, ella le reclamaba por todo el tiempo que ha estado desperdiciando.
Los cinco minutos pasaron, estando seguro de que todos en la casa se encontraban dormidos, se levantó de la cama y caminó hacia la puerta. Saliendo de su habitación, comenzó a caminar hacia las escaleras mientras alumbraba con la linterna de su teléfono, intentando hacer el menor ruido posible; bajó las escaleras y llegó a la puerta principal, se colocó los zapatos que había dejado en la entrada y salió de la casa.
Caminando por las solitarias y oscuras calles de la ciudad, miraba el cielo nocturno mientras apreciaba la luna que lo guiaba en su camino. Caminando con un rumbo, la luna se desvió por primera vez, guiándolo por unos callejones estrechos, llegando a un pequeño parque que nunca había visto. Una sonrisa se dibujó en él al mirar aquella mujer bailando en medio de la oscuridad; sus movimientos no tenían sentido, ella solo fluía con la canción que tarareaba con una sonrisa.
-Hola -dijo un hombre acercándose a ella con una sonrisa. Esta paró de bailar y lo miró con felicidad, saltando a sus brazos, unieron sus labios en un beso que duró unos minutos. Sora miraba aquella mujer sonreír tras besar a aquel hombre. Colocando su mano en su pecho, tras sentir un dolor, los veía desaparecer en la oscuridad de la noche.
Siguiendo su camino habitual sin poder olvidar el dolor de su pecho, llegó a su destino tarde, algo que no era habitual en él. -Llegas tarde -reclamó Ryu al verlo llegar-. Cinco minutos más y te daba por desaparecido -dijo dándole uno de los dos cafés que había comprado.
-Gracias -dijo Sora, sentándose al lado de Ryu tras recibir el café.
Los dos comenzaron a beber del café mientras apreciaban el cielo. Las horas transcurrieron en total silencio; ya se habían acostumbrado a la rutina de no hablar por horas. Los dos dieron el último sorbo de café al mismo tiempo, se levantaron y se marcharon por caminos separados con la promesa de verse a la misma hora el próximo día.
Tras caminar un par de minutos, llegó a su casa; abriendo la puerta con el mayor cuidado de no hacer ruido, entró a la casa en puntas, tras quitarse los zapatos, comenzó a subir las escaleras lo más lento que podía... -Hola -al escuchar la voz de su padre comenzó a caminar normal hasta la mesa del comedor-. Hola -respondió sentándose en una de las sillas; al estar ahí sentado, sabía que una gran charla se acercaba.
-Es un logro que dejaras las drogas... Todos esperamos mucho de ti, Sora -después de un largo rato, su padre terminó de hablar con las mismas palabras que terminaba cada conversación que tenían; aquellas palabras que lo atormentaban habían ganado fuerza con el pasar del tiempo.
Levantándose del asiento, se despidió de su padre; subiendo las escaleras, entró a su cuarto, echándole seguro a la puerta, se acostó en la cama, cerró los ojos intentando dormir, pero no podía. El recuerdo de aquella mujer no lo dejaba por más que intentaba no pensar en ella; el dolor en su pecho no desaparecía y la sonrisa de ella lo hacía feliz.
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Editado: 17.02.2025