Abrí mis ojos al poder respirar bien; ya no me encontraba en aquel frío y estrecho lugar. No se escuchaba ningún llanto ni grito, y aunque la oscuridad no me dejaba ver, sabía que me encontraba en mi habitación. Era lunes una vez más, el mismo lunes que he repetido tantas veces que no logro recordar. —Da igual —pensé, cerrando los ojos para dormir, pero no podía, por un pensamiento fugaz que me atormentaba. Aunque intentaba que no me importara, el pensamiento no se marchaba. —Despierta —me gritó Aisha, el pensamiento que no me dejaba dormir—. Despierta —volvió a gritar, y la volví a ignorar, arropándome de pies a cabeza, tratando de quedarme dormido.
—Despierta —gritó otra vez, lo cual ignoré nuevamente—. Hice comida —susurró en mi oído. No me enteré cuando entró a la habitación, pero me miraba fijamente con un brillo en sus ojos como si fuera un niño queriéndome contar algo. Aunque eso no quitaba que parecía una psicópata.
—Ya voy —respondí.
—Rápido que se va a enfriar —dijo saliendo de la habitación.
Me levanté y salí de la habitación, comencé a caminar hasta las escaleras sin dejar de pensar que me faltaba algo, pero no le di importancia. Al lado de las escaleras había una mesa en la que había una pecera con un pequeño pez rojo que, al verme, no apartó su mirada de mí. Le devolví la mirada, y nos miramos fijamente por un par de segundos. Parecía que él me quería decir algo, pero el miedo que sentía era más fuerte que él. Comencé a bajar lentamente por las escaleras esperando que aquel pez me hablara, algo que no sucedió.
Al percatarme habia algo bajado las escaleras a mi lado, algo que no podía describir, solo me acompañaba en silencio. A veces sentía cómo me miraba detenidamente por un par de segundos. Parecía que esperaba algo de mí. Tal vez quería que la mirara como ella lo hacía conmigo o unas palabras de mi parte, pero no se me ocurría nada que pudiera decir. Las escaleras se hacían más largas o eso pensaba, al no sentir que estuviera avanzando. Los segundos parecían minutos y los minutos horas, horas que pasaban rápidamente hasta que llegamos al final, donde solo habían pasado un par de segundos. Volteé a mirar aquella cosa, pero había desaparecido.
Comencé a caminar al comedor, pero me detuve al ver algo que llamó mi atención. Era un pequeño ratón bailando. Se movía con alegría por todo el mueble, saltando con sus pequeños zapatos. Lo miré hipnotizado mientras él ignoraba mi existencia. Pasaron unos minutos para que él se diera cuenta de mi presencia y dejara de bailar. Me miró asustado y comenzó a correr por toda la casa sin un rumbo, hasta que entró a un cuarto, desapareciendo de mi vista. Llegué al comedor y me senté. Aisha se encontraba en el otro extremo de este. Miré la comida por un par de segundos, intentando no hacer ninguna cara extraña, ya que ella me miraba atentamente, esperando que le diera un bocado a la comida. —Pensé que no sabías cocinar —dije intentando hacer un poco de charla.
—No sé, pero vi un video y quise intentarlo.
No sabía qué decir, pero aquella masa negra no podía haber salido de un video de cocina. Parecía un experimento fallido o solo trataba de matarme otra vez. El olor de aquella cosa era extraño, no olía a algo comestible, pero tampoco mal. —¿Y qué decía el título del video? —pregunté tomando fuerza para comer un poco.
—Pasta a la ¡carbonaare! —dijo haciendo un gesto con su mano como si fuera un italiano.
Sin importar cuánto pensara, no podía encontrar la forma de que una pasta terminara siendo una masa negra. Pero daba igual, tenía que comer. Agarré la cuchara y cogí un poco de aquella cosa que, aunque parecía sólida, su textura era gelatinosa. Dejé de respirar para no oler aquel extraño olor y miré a Aisha, que me miraba con ilusión. Me metí la cuchara a la boca y tragué con esfuerzo, aguantándome las ganas de vomitar. Volví a mirar a Aisha, y me miraba llena de felicidad. Seguí metiéndome cucharadas a la boca, esperando que aquella masa desapareciera del plato, pero parecía infinita. Al cabo de unos minutos u horas, terminé de comer aquella pasta, lo cual me dejó con náuseas y con mal sabor de boca.
—¿Cómo estuvo? —me preguntó Aisha llena de ilusión.
Aunque la respuesta era sencilla, la comida sabía a todo lo malo de la vida y tendrían que llevarla a la cárcel por romper todos los tratados de paz, no podía decirle eso. No podía quitarle aquella sonrisa. Empecé a pensar bien mis palabras. No quería lastimarla, pero tampoco quería mentirle. Quería ser neutral, pero no tan neutral, así no sospecharía. Quería que supiera que la comida estaba mal, pero no tan mal y que podía seguir mejoran... solo quería hacerla feliz.
—Sabe a mierda, ¿cierto? —dijo Aisha con aquella risa tierna pero perversa—. No sé cómo pudiste comerte todo eso.
Al escucharla, solo pude quedarme en silencio. Un silencio como otro más, pero que su risa hacía diferente. —Si sabías eso, ¿por qué me lo diste a comer? —pregunté.
Dejando de reír, me respondió —No te iba a dar, pero cuando lo probé me di cuenta de que sabía a mierda, y si yo como mierda, tú comes mierda. Pero todavía no creo que te lo hayas comido todo —dijo empezando a reír de nuevo.
Solo podía mirar cómo se burlaba de mí, una burla que parecía interminable, aunque no llegaba a molestarme.
—Tenías que haber visto tu cara cuando te pregunté cómo estaba —dijo dejando de reír. Aisha sacó de debajo de la mesa un marco mediano de madera. Este tenía en él una foto donde salía aquel pez gigante, aquella cosa y el ratón, pero había dos manchas borrosas que no lograba saber qué eran. No eran humanos, tampoco eran una cosa, solo eran unas manchas en aquella extraña y hermosa foto—. Estaba buscando dinero para comprar algo de comer. No encontré dinero, pero encontré varias fotos como estas escondidas en una habitación. ¿Quiénes son estas personas? —preguntó Aisha. Por más que detallara la foto, no lograba pensar en una respuesta que pudiera tranquilizar su intriga. En ese instante se me ocurrieron miles de respuestas, pero solo podía decir la verdad—. No lo sé, esta no es mi casa —respondí. Al escuchar mi respuesta, Aisha se quedó en silencio por un instante antes de comenzar a reír nuevamente—. Eres más extraño de lo que pensaba. Me caes mejor —dando un gran suspiro de alivio, se levantó del asiento dando un gran bostezo y con total tranquilidad, dijo—. Vamos a comprar algo de comer. Me quiero quitar el sabor de mierda de esa comida.
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Editado: 08.02.2025