En Blanco: Una Carta De Amor A La Muerte.

CAPÍTULO VIII (PARTE II): MARTES.

Nervioso, el oso bajó la cabeza al ver a Aisha desnuda. Al notarlo intranquilo, Aisha se acercó a él con malicia, levantándole la cabeza con la mano. Lo miró fijamente a los ojos. El oso nervioso evitaba el contacto visual, pero Aisha acercaba su rostro cada vez más a él, mientras se le dibujaba una sonrisa maliciosa.

—¿Este es el ladrón? —volvió a preguntar Aisha. Le respondí negando con la cabeza—. ¿Entonces quién es?

—Mi vecino —respondí. Al escucharme, Aisha me miró confundida y se alejó del oso, sentándose en las escaleras con las piernas abiertas. Sacando un cigarrillo, lo puso en su boca—. Ve a la tienda y compra algo de tomar para las visitas —dijo Aisha, tirando mi cartera en mis manos.

La miré confundido mientras me preguntaba de dónde había sacado el cigarrillo, pero había algo extraño en el actuar de Aisha, el aura a su alrededor, sus gestos, su sonrisa habían cambiado haciéndola parecer una persona totalmente distinta. —¿De dónde sacaste ese cigarrillo? —pregunté.

Sacando un encendedor de la nada, prendió el cigarrillo dándole una bocanada. Mirando al suelo con la mirada perdida, expulsó el humo por su boca, quedándose callada. El oso la miró, volteándome a mirar confundido por la situación. Al ver la cara del oso, empecé a reír. —Te acostumbras —dije mirando al oso. Teniendo el cigarrillo en medio del dedo índice y anular, me miró Aisha y con un tono de voz calmado pero firme dijo. —No tardes... y compra algo para ti, hermoso —Al ver sus ojos de angustia, tomé el paraguas y salí de la casa confundido. Por más que pensara, no entendía la situación, pero había algo seguro: Aisha había visto algo que yo no había notado.

Comencé a caminar a paso lento con un rumbo fijo, mirando a mi alrededor. Las calles estaban vacías, el frío recorría mi cuerpo mientras pensaba en la situación en la que me encontraba. —Realmente quiero salir de aquí —me pregunté, comenzando a cuestionarme toda mi vida, embarcándome en una desesperación interna, la cual fue interrumpida por las risas de unas niñas que jugaban bajo la lluvia en el parque. Las miré por un par de segundos y seguí caminando. Seguí caminando hacia mi destino, intentando no sobre pensar las cosas, como dice ella. —¿Quién? —me pregunté, sin poder responderme.

Al darme cuenta, había llegado a la tienda. Dejé el paraguas afuera y entré. Estaba aquella mujer desarreglada, raspando billetes de lotería, al ver que no ganaba, los tiraba al suelo, donde había una cantidad enorme tirada. Sus labios estaban resecos, y la yema de los dedos con los que sujetaba la moneda estaban cubiertos de sangre. Ignoré la situación y caminé hacia la parte de atrás. Tomé una gaseosa grande y unas papitas de las más baratas y me dirigí a pagar. Puse las cosas en el mostrador, saqué la cartera de mi bolsillo y al abrirla, vi algo extraño. Parecía una broma de cámara oculta o un sueño del cual no quisiera despertar. Con una sonrisa, tomé las cosas y las devolví donde pertenecían, quedándome en la parte de atrás y tomando todo lo que veía.

Salí de la tienda con más cosas de las que podía cargar. Tomé el paraguas como pude y empecé a caminar, preguntándome de dónde había sacado Aisha tanto dinero o si se enojaría al haber gastado mucho. Al ver tanto dinero, terminé comprando cosas innecesarias. Me sentía culpable, pero al mismo tiempo estaba feliz al tener tantas cosas para comer. Después me preocuparía por el dinero; por ahora, solo disfrutaba el momento, como ella hubiera querido. —¿Quién? —me pregunté, sintiéndome mal de repente. Los ojos comenzaron a aguarse, un dolor se formó en mi pecho evitando que respirara bien. Intenté calmarme, pero no podía evitar pensar que estaba olvidando algo importante para mí.

Me detuve, exhalando fuertemente por la nariz. El dolor no desaparecía; sentía cómo todo a mi alrededor se desmoronaba. Las cosas que había comprado rodaban por la acera al romperse una de las bolsas. Puse el paraguas en el suelo y me acosté en él. No entendía, pero no podía parar de sonreír. No me importaba el qué dirán, ya que estaba feliz, pero al mismo tiempo no podía evitar llorar.

—¿Por qué lloras? —preguntó una voz cálidamente suave.

Limpié mis lágrimas y me senté. Al frente de mí había una niña, de unos doce o catorce años, llevaba puesto el uniforme de un colegio privado, el cual era solo para mujeres. Estaba cubierta de barro y tenía un golpe reciente. Había estado llorando, aunque su cara estaba tranquila como si no hubiera pasado nada.

—Extraña —pensé al verla—. —No tengo idea, —respondí levantándome del suelo. Comencé a recoger las cosas que estaban tiradas. No sabía cómo llevaría todo a casa, ya que la bolsa había quedado inservible. Al Escuchar cosas caer al suelo miré a la niña.

—Puedes meter las cosas en mi bolso —dijo la niña, estirando su bolso vacío tras haber tirado todas sus cosas al suelo. Todo lo que tenía estaba cubierto de barro, incluso el bolso, el cual había limpiado mientras sacaba las cosas—. Está un poco sucio, pero servirá —dijo sonriendo con timidez.

—Gracias —le dije, tomando el bolso. Me pregunté qué pasaba por su cabeza, empecé a meter cosas en el bolso, nerviosamente, ella comenzó a ayudarme.

—¿Por qué llorabas? —pregunté. Ella solo me ignoró y siguió metiendo cosas en el bolso—. ¿Te dejó tu novio? —pregunté de forma burlesca, esperando alguna reacción, pero ella seguía ignorándome. Después de un rato, terminamos de meter todo en el bolso. Al acabar de empacar todo, me puse el maletín y me despedí de la niña.

—Dejas el paraguas —dijo la niña.

—Tómalo por el bolso —dije.

—Pero, ¿cuál es tu nombre? —preguntó.

La volteé a mirar y le sonreí. —Sora —respondí—. Sabes que hablar con desconocidos es peligroso —pregunté, intentando hacerla hablar un poco más.

—Sí, pero tú no eres peligroso, ¿verdad? —preguntó, tomando el paraguas del suelo.

—Quién sabe, lo que te diga son mentiras —respondí, intentando ser lo más honesto posible. Ella me miró como si fuera un bicho raro y empezó a reír, lo cual era extraño, ya que ella era la que parecía ser el bicho raro, y yo debería estar riéndome de ella. Mientras ella reía, yo seguía mojándome. —Eres extraño —dijo, dejando de reír. Yo la miré confundido, obviando que esas palabras me las decían más de lo que me gustaría admitir.



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En el texto hay: amor, odio, psicológico.

Editado: 08.02.2025

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