En Blanco: Una Carta De Amor A La Muerte.

CAPÍTULO XIV: LOS TRES EN PARÍS.

Cada vez que pienso en París, un sentimiento de felicidad me invade, a pesar de haber escuchado que no es tan bonito como lo pintan, que hay muchas ratas y que la gente es grosera. Pero siempre he querido ir, aunque solo era una idea recurrente en mi mente que pensé no podría cumplir.

Siempre miraba por la ventana, ignorando los gritos que habitaban la casa. Sin importar cuánto me mintiera, no podría acostumbrarme a las constantes peleas. Ver cada copo de nieve caer me ilusionaba; cada uno de estos era una pizca de esperanza, sueños, miedo, lágrimas, odio e incluso amor, más odio que amor. Me decía a mí misma que cuando cayera el último, todo mejoraría.

Sin importar cuánto pasó, la nieve no dejó de caer. Al darme cuenta, empecé a aborrecerla hasta el punto de que me daba asco su sensación en mi piel, caminar sobre ella o tenerla en mis manos. Ella era lo único que ralentizaba la huida de mi casa todas las mañanas, pero todo cambió.

Cuando la conocí, supe que quería tenerla a mi lado en París. Quería compartir toda esa experiencia con ella. Creo que fue su mirada perdida, su sonrisa y su personalidad tan cuestionable lo que me llevó a tomar aquella decisión. Fue extraño cómo nos conocimos. No recuerdo de dónde vengo, pero recuerdo en detalle la primera vez que nos vimos. Era una mañana fría; el frío era lo único que existía en aquel lugar. Como todas las mañanas, salí de mi casa escondiéndome de las peleas que ahí habitaban. Caminaba sobre la nieve que ralentizaba mis pasos, haciéndome sentir que no avanzaba, sin importar cuánto tiempo pasara. No había nadie cuando caminaba; las calles eran solitarias la gran mayoría del día, pero siempre podías sentir cómo se posaban en tu piel miradas juzgadoras que murmuraban desde las ventanas, las cuales desaparecían al llegar a un árbol caído en el cual me sentaba a esperar la noche, mientras les pedía a los dioses que alguien me encontrara, aun sabiendo que nadie me buscaba.

Destino o casualidad, nunca supe cómo llamarlo. Tal vez los dioses escucharon mis súplicas por primera vez en mi vida y quisieron jugar conmigo; da igual, me hicieron feliz aquel viernes cinco, cuando la mandaron a ella a mi vida. Tenía ojeras marcadas, un golpe en la cara y moretones visibles en su cuello. Escuchaba música con una mirada perdida, mientras refunfuñaba de la vida. Al percatarse de mí, sonrió, y lo primero que salió de su boca fue: –Te encontré. Su mirada me cautivó; nunca había visto a alguien con una mirada muerta que ansiaba vivir. En ese momento, quise convertirme en su motivo de vida. Empecé a amar la nieve porque le gustaba a ella; vista desde sus ojos, era lo más hermoso. Cada copo de nieve se convirtió en tiempo que podríamos pasar juntas.

Nunca fui de imaginar, pero al verla no podía evitar hacerlo. Pensaba que sería algo único que solo pasaría con ella hasta que te vi. Es tonto, lo sé, pero solo tuve que verte una vez para saber que quería tenerte a mi lado. Se hubieran llevado bien; los dos son igual de raritos. Aunque al principio pelearían, sería gracioso estar los tres juntos corriendo por las calles de París. Uno se caería y todo el mundo voltearía a verlo, mientras los otros siguen corriendo, evitando que los relacionen con el que se cayó. Veríamos el atardecer mientras paseamos por los alrededores de la Torre Eiffel; ella tomaría una rata mientras finge contigo ser controlados por ella. Compraríamos comida cara, la cual no nos gustaría; saldríamos corriendo del restaurante porque no tendríamos dinero para pagar, y finalizaríamos el día acostados arriba de un edificio viendo las estrellas mientras tomamos alcohol. Ella probablemente pediría darnos un beso de tres, a lo cual aceptaría, y terminaríamos nadando desnudos en alguna parte. Ninguna de las dos controla el alcohol, así que tendrías que cuidarnos.

Siempre creí que París sería la cima de mi vida, pero al conocerte cambió. Supe que quería viajar por todo el mundo, los tres juntos como una familia. Pelearíamos a veces, pero al final del día todos estaríamos viendo las estrellas con una sonrisa. Adoptaríamos a un perro, al cual le pondríamos de nombre Loki. Nos casaríamos entre los tres en alguna borrachera; compraríamos una casa de dos pisos alejada de todos, la cual tendría una piscina donde nos meteríamos a nadar de noche. Habría hamacas por todos lados; haríamos pijamadas y despertaría tarde porque no tendría que esconderme.

La nieve paró de caer, el viento dejó de soplar; al gran árbol se le había marchitado todas sus hojas, las cuales empezaron a descender delicadamente encima de nosotros. Cada una de las hojas era un deseo hecho con amor o maldad, el cual se había cumplido. En silencio miraba a Aisha; toda la ciudad estaba cubierta en nieve, nuestro alrededor estaba tranquilo, mientras mi mente se encontraba en blanco. No podía apartar la mirada de aquellos ojos carmín que no sentían nada al verme.

—¿Esto te permitirá ser feliz? —preguntó Aisha, acercándose con dificultad y dolor. De su boca salía sangre; su respiración empezó a acelerarse, el brillo de sus ojos se apagaba lentamente.

—Tú lo entiendes —dije, buscando una manera de justificarme.

—No, no lo hago —dijo, levantando su mano con dificultad, tocando mi cara con suavidad. Aquella mirada seguía sin reflejar algún sentimiento hacia mí—. Si volvemos a coincidir en otra vida, seamos una familia, los tres en París —exclamó, sonriéndome por última vez.

El brillo de sus ojos desapareció. Saqué mi brazo de su pecho; en mi palma se encontraba su corazón. Su cuerpo se desplomó en la nieve y yo solo podía mantenerme de pie al frente de ella, mirando la sangre de Aisha que caía de mi cuerpo con las hojas marchitas del árbol. No sabía cómo sentirme, solo podía mirar fijamente a la nada, queriendo aceptar lo que era.

Una risa se escuchó en medio de aplausos. —Una vez más, solo —dijo, jactándose de la situación, Khadalia. Me quedé en silencio. Ella seguía riendo a carcajadas—.¿Seguro deseas ser feliz? —preguntó con malicia. Sin recibir una respuesta, añadió—. Tres muertes por tu culpa, hay que celebrar. Escuché que el papá de... Verdad que no recuerdas su nombre.



#1426 en Fantasía
#834 en Personajes sobrenaturales
#648 en Thriller
#283 en Misterio

En el texto hay: amor, odio, psicológico.

Editado: 08.02.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.