Descendí a las tinieblas donde reinaba la soledad y ascendí a la luz donde me reconocí. Al fin seguí el consejo de mi tía Jacinta de cambiar de aires. ¨ Yo que tú iría unos días al pueblo ya que aquí no haces nada. ¨ No se daba cuenta de que yo estaba cansado, de que mis brazos estaban temblando del peso de la muerte, de lo finito, de no encontrar aquello con que pudiese aferrarme, como un bebé se aferra a su madre.
Antes de marcharme me miró atentamente:
- Recuerda llamarme cuando llegues. Te he metido comida y júntate con alguien en el pueblo. ¿Sabes de alguien que vaya?
- ¡No lo sé! Exclamé un poco enfadado.
No estaba entre mis planes encontrarme con gente. Quería apartarme del mundo, quería encontrar un bálsamo que me aliviase. ¿Por qué las personas encuentran esperanza en su prójimo más cercano? Yo no sentía alivio, no sentía certezas en ellos.
No recuerdo el momento exacto de mi caída al vacío. Solo sé que en un momento dado ya tenía esa sensación de no pertenecer a nada. De ser alguien desarraigado, de ser alguien muerto. Quizás la planta de nuestra vida crece demasiado y debido a nuestro individualismo nunca llegamos a reconocer la luz, ni a nuestros seres queridos. Solo sé que a partir de ese momento estaba en el vacío, víctima de cualquier adversidad y sin nada a lo que aferrarse. No había otra planta que me envolviese, que me abrazase, había perdido la esperanza en la humanidad.
En el viaje debido al cansancio que me causaba mi estado de ánimo, decidí parar en una gasolinera. Corría mucho viento, me daba la sensación de que en cualquier momento podía salir volando debido al vacío de mi interior. El paisaje resultaba precioso, pero resultaba estropeado por el continuo tránsito de coches y camiones. Decidí resguardarme en el interior de la gasolinera, donde de repente apareció el dependiente visiblemente aburrido.
- ¿A dónde va usted? - me preguntó.
-Voy para el pueblo – contesté secamente sin aportar muchos detalles.
- Menuda ventolera que hace hoy – me dijo queriendo mantener una conversación.
Quería separarme de esta insignificante conversación que nada me aportaba y en cambio un gran perjuicio me causaba.
- ¿Está de vacaciones? – añadió el impertinente.
Me daba cuenta de que las vidas del resto de personas solo giraban en torno a aspectos tan primarios y vacíos, meras apariencias que rápidamente se esfumaban. Decidí preguntarle qué era lo más importante para él.
- ¿Qué es lo que más valora de la vida? – le pregunté con curiosidad.
- La salud y la familia. – me contestó rápidamente y sin pensar.
Esta respuesta siempre me había parecido muy frágil. Me faltaba algo auténtico, único, algo que me hiciese encontrarme con mi mismo. Y sabía que yo solo no podía llegar a aquello, necesitaba un medio.
No recuerdo nada más del viaje, solo sabía que estaba oscuro, sentía que el viento frío se transformaba en algo cálido que me abrazaba la piel. Tenía esa sensación de que todo en mi interior se ponía en orden, de que por primera vez veía con otros ojos, pensaba de otra manera. No sé por qué, pero conduje hasta una zona boscosa cuyo camino estaba empedrado, resulta que no notaba ningún movimiento. No había ningún rastro de vida humana, ningún ruido, todo estaba en calma. No me notaba cansado, sentía que por primera vez me estaba aferrando a algo que me daba fuerzas. ¿Qué era aquello?