Habían sido buenos tiempos aquellos en los que no me preocupaba nada más por jugar, comer y dormir. La sabiduría de la ignorancia me calmaba. Resultaba divino el despertarse entre esas blancas sábanas como el color de las nubes. De pequeño pensaba que se soñaba desde una nube y desde ahí podía divisar todo el horizonte del mundo. Todo eso quedaba interrumpido por una dulce voz.
- Despierta hijo, llegas tarde al colegio. - me susurra mi madre.
A continuación, me duchaba y rápidamente me dirigía a la cocina a desayunar. Ahí un enorme tumulto de gritos de mis hermanos destrozaba mis oídos. Nunca entendí como una persona es capaz de hablar tanto en las primeras horas de la mañana.
Sentía que formaba parte de un todo, todo aquel mecanismo en que se desarrollaba mi vida funcionaba a la perfección. Pero no me planteaba grandes problemas lo único que me preocupaba era disfrutar. El momento más deseado era el del patio ya que ahí podía jugar a mi deporte favorito, el fútbol.
En cada lugar encontraba un significado, había una armonía. Todo marchaba a la perfección, tenía una familia y todos gozaban de salud. Me reconocía en mi familia, todas las fotografías contenían una unidad que parecía nunca romperse.
Como cada verano la familia siempre se apresuraba para ir a descansar al pueblo. Aquel año yo me quedaba en casa con mi tía Jacinta porque había suspendido la asignatura de Matemáticas. Mi tía era muy estricta, ya que me hacía madrugar para estudiar. Aquellos días estaban dedicados al estudio y a la oración, ya que la única vez que salíamos de casa era para ir a la misa de la tarde.
Yo deseaba terminar ese cautiverio una vez aprobase el examen. El día de las notas llegó y aprobé el examen, por fin podía salir del cautiverio de la tía Jacinta, pero de pronto una noticia aún peor me sumió en las tinieblas. Recuerdo que tenía ya todo ordenado para salir de viaje cuando apareció mi tía, noté algo extraño ya que se acercaba mucho a mi y me dio un abrazo. A continuación, me dijo:
- Tus padres y hermanos han muerto en un accidente de coche. Dentro de tres días es el entierro. - Me dijo secamente.
Me acuerdo de que empecé a temblar. El frío me recorrió todo el cuerpo y noté que estaba abrazado a una persona muerta, a la nada. Desde ese día nada volvió a ser lo mismo y me prometí a mi mismo jamás regresar a ese pueblo.