En busca de la Navidad

Capítulo Uno

—Está muerta. —Esas simples dos palabras fueron las causantes de poner mi mundo de cabezas. Sabía que algo estaba mal, lo había deducido desde que vi los ojos de mi suegra; Carmen— Ha fallecido hace dos semanas. Cuando llegaron las ambulancia y el personal de tránsito, ella estaba muerta. No había nada por hacer con ella. Lo siento, Ezra.

          No, ella no lo sentía. Yo era él culpable de la muerte de su hija. Alice era su única hija, no tenía a nadie más en el mundo. Ambas habían emigrado hace una década a España desde Puerto Rico. Carmen, mi suegra, no tiene a nadie más. No tiene un hombro en el que llorar, pues no creo que le haga mucha gracia llorar sobre el hombro del hombre que le ha arrebatado la vida a su hija.

          Traté con todas mis fuerzas de contenerme y sobrellevar la situación lo mejor posible, pero se me hizo completamente imposible. Con la poca fuerza que aún tenía, me senté en el banco más cercano a mí. Posé mis codos sobre mis rodillas e hice lo mejor que se puede hacer en estos casos; llorar y gritar. No podía con la impotencia de saber que yo «solamente yo» era el culpable de la muerte del amor de mi vida.

          —Está bien, Ezra. Los accidentes de tránsito suceden a cada nada. No te comas la cabeza. Tú no eres el culpable de esto. —Carmen posó su mano en mi espalda, pero no la movió. Casi pareció que lo hiciera por educación y no porque realmente le saliera del alma.

          —Creo que necesito un momento a solas. Tomaré aire en el exterior. Regresaré pronto, Carmen.

          Me levanté y la dejé ahí. Las ganas de voltearme por la curiosidad de saber si ella realmente me perdonaba por la muerte de su hija, era mucho más grandes que mis escasas ganas de vivir en este punto. Aquellas voces en mi cabeza se hicieron presente. Y por cada paso que daba, ellas aumentaban su tono de voz.

          «Tú eres el culpable. Tú la mataste. Siempre has sido el dementor en su vida y he aquí el resultado. Eres una asesino. ¡ASESINO!»

          Grité y grité, sin importar que el mundo escuchara mis gritos. Y en medio de gritos me desplomé en el suelo. No sentí nada más que paz en ese momento. Casi pensé que había muerto y que finalmente me había reencontrado con Alice. Pues así como lo dije una vez en mis votos matrimoniales; por siempre te amaré incluso después de la muerte te encontraré y te diré cuánto te amo.

          Claro que esto no fue posible. Pues desperté poco después en un hospital. Me dijeron que había tenido una pequeña crisis nerviosa. Decidieron que lo mejor era dejarme internado como máximo una sola semana.

 




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