El viento rugía como un furioso dragón. El bosque de coníferas, que en la oscuridad dibujaba con sus sombras lúgubres figuras, estaba cubierto por un inmaculado manto de nieve. Luego de tantos meses el águila se vistió de blanco: el poderoso invierno había llegado a Moskova.
Esta estación tenía un simbolismo bastante particular en la región, pues si bien tenía una fuerte reminiscencia a la muerte y el silencio, a muchas personas les daba al mismo tiempo una sensación de esperanza, superación y renovación, ya que luego de su crudeza llegaban a la vida las más bellas formas de la naturaleza.
Aliosha siguió corriendo con los ojos llorosos sin ver hacia donde se estaba dirigiendo. Hasta que se detuvo y se dio cuenta de que se había alejado mucho de las cercanías de Barkistán. Cuando miró hacia su alrededor, y vio los imponentes y antiguos árboles cubiertos de nieve muchos sentimientos se metieron en su cabeza. Paz y soledad. Temor y asombro. Fascinación. Muchas son las sensaciones que trae el verse solo rodeado del mortal silencio nocturno de un bosque invernal. Sensaciones que llegan hasta lo más profundo del alma. No alcanzan las palabras para describirlas, solo la experiencia puede permitir saber como son.
Dylara llegó un poco después al lugar en donde su amigo se había quedado parado.
―Uff, me cansé corriendo hasta acá―dijo ella jadeando―.Es muy tarde y hace frío. Normalmente tu madre nos diría que volvamos al pueblo temprano pero esta vez por alguna inexplicable razón ni le importó. Me pregunto qué le habrá dicho a mis padres...
Aliosha la miró, al parecer se había secado las lágrimas con el abrigo y se encontraba un poco más tranquilo.
―Mucho me esforcé en olvidarlo, en no llorar de dolor, en actuar maduramente, en ser fuerte. Pero nada sirvió―dijo él bajando la mirada.
―No creas que yo no lo siento igual― le respondió ella agarrando una de sus manos
―Algo que no entiendo es la carta. ¿Por qué ella la escondió por tantos años y me la entregó justo en mi cumpleaños?¿A qué se refería mi padre con eso de la siniestra oscuridad?― preguntó el muchacho con una mezcla de indignación y preocupación.
―Si él lo enlazó con esa leyenda claramente tiene que ver con eso, ¿no?― dijo la joven levantando la vista hacia las blancas copas de los altísimos árboles―.Tengo la sensación de que este es el comienzo de algo grande.
―No sé, me parece tonto relacionar ambas cosas―le respondió él con un tono incrédulo―.Esas son historias para asustar a los niños. Yo ya no creo en esas cosas mágicas. Aunque debo reconocerlo, tocar ese sable me dio una sensación extraña.
―¿A qué te refieres?― preguntó ella confundida.
―Cuando desenvainé el sable sentí que algo de mi se completaba, como que él formaba parte de mi vida hace mucho tiempo. A pesar de que lo único que recuerde de cómo vivía antes de llegar a Barkistán sean vagos recuerdos sobre mi padre...
Dylara se quedó pensativa, ya que ella había sentido casi lo mismo. El viento comenzó a soplar cada vez más fuerte mientras caía la nieve. Unas pocas nubes se corrieron de su posición dejando ver pequeños parches de cielo despejado en los cuales se apreciaba lo que parecía ser una hermosa aurora de tonos violetas y verdes.
―Que extraño, ¿Desde cuándo es visible la aurora boreal por estos lados? No ent...
―¡Shhh! No hables―interrumpió Dylara al escuchar un ruido que venía de entre los árboles.
Ambos dejaron de hablar y se pusieron en estado de alerta sacando los sables de las fundas que tenían atadas en sus cinturas. Notaron que su respiración fuerte no era la única que cortaba el mortal silencio del bosque.
El ruido se escuchaba más cerca hasta que comenzaron a verse brillosos ojos entre los oscuros árboles. Y finalmente, se escuchó un aullido aterrador. No era el típico aullido de lobo o perro, poseía un sonido más desgarrado y distorsionado, como el sonido emitido por un animal herido. Inmediatamente salió de la oscuridad del bosque una manada de criaturas que parecían ser grandes lobos de color gris topo. Estos tenían el pelaje deteriorado, ojos enormes amarillo brillante y mirada amenazante. Los cánidos se acercaron y los chicos intentaron alejarlos con las espadas, aunque no dió resultado.
―Quizás sea mejor correr― dijeron en un rasposo susurro al unísono y en un santiamén comenzaron a correr rápidamente por entre los árboles mientras los lobos los perseguían intentando arremeter contra ellos. Estos saltaban sobre las ramas caídas con una precisión impresionante y casi sobrenatural. Iban con la boca abierta dejando al descubierto grandes colmillos agrietados y afilados que cortaban el tenso aire, mientras gruñían. Mientras tanto, los muchachos siguieron corriendo a toda velocidad formando patrones en zig zag entre los árboles para despistar al conjunto de animales, el cual no se iba a rendir fácilmente. La adrenalina era el factor dominante en este momento. A pesar de andar resbalando en la nieve, ellos no paraban la carrera, todo esfuerzo contaba para dejar atrás a esas criaturas.
Finalmente, no hubo más lugar al que correr. Llegaron hasta el claro donde se intersecaban las secciones del bosque, el cual era flanqueado por un profundo risco que lo separaba del valle del turbulento río Jash. El cielo ya estaba completamente despejado, así que se veían las estrellas y la misteriosa aurora.
Los lobos acorralaron a los niños, así que ellos volvieron a usar sus espadas para alejarlos y evitar que los dirijan hacia el barranco.
―Estos no son lobos normales, claramente― dijo Aliosha mientras peleaba con uno de los lobos que intentaba morder su brazo―. Jamás había visto algo como esto.
Ellos se habían posicionado dándose la espalda cuando los rodearon los animales y cambiaban de lugar mientras luchaban contra ellos.
Dylara abrió los ojos como platos y puso una sonrisa irónica al ver el brillo de lo que parecían ser dos grandes ojos verdes esmeralda entre los árboles.
Editado: 11.08.2024