A pesar del ruido de la gente yendo y viniendo, las sirenas de las ambulancias que llegaban una tras otra, los altavoces llamando al personal médico de urgencia para ingresar a los enfermos y accidentados; Libertad y Maximiliano solo podían prestar atención uno al otro.
Aquella conversación qué había esperado tanto no la dejaría pasar, su corazón estaba acelerado, pero contenido en el pecho mientras había escuchado las razones de Maximiliano que para ella solo eran excusas. Apretaba los puños, temblando de una mezcla de furia y dolor viendo como él mantenía la cabeza gacha incapaz de mirarla.
—Apareciste en mi vida solo por conveniencia, ¿verdad? No te importó lo que yo sentía, lo que pasé después de que me dejaste tirada como si no valiera nada. No tenías ni la decencia de mirarme a los ojos y ahora llegas, pidiendo ayuda como si todo lo que viví no hubiera ocurrido —su voz era fría, pero cada palabra cargaba una tormenta interna.
Maximiliano levantó la vista lentamente, tenía los ojos oscurecidos por el cansancio y la culpa, pero no dijo nada. Libertad continuó, incapaz de detenerse, las palabras brotaron con todo lo que había reprimido durante meses.
—¡Fui a buscarte, Maximiliano! Crucé un país entero para verte, porque pensé que lo que habíamos compartido era real. Y me rechazaste. Me hiciste sentir la persona más insignificante del mundo. Y ahora, cuando finalmente estoy logrando superarlo, apareces de la nada, con una hija, sin siquiera una disculpa... sin siquiera preocuparte por lo que sufrí —Su voz se quebró ligeramente, pero no dejó que la emoción la dominara.
—Lo sé, Libertad... Sé que fui un imbécil —murmuró, alzando la mirada con dolor evidente—. No hay excusa para lo que hice, para cómo te traté. Pero en ese momento… —hizo una pausa, buscando las palabras—. Estaba quebrado. No solo emocionalmente, sino en todo sentido. Me habían desalojado de mi casa, embargado mi local… no tenía nada. Las deudas me estaban aplastando, y la verdad es que... me sentí avergonzado, humillado. No quería que me vieras en ese estado.
Libertad lo miró con incredulidad, el nudo en su pecho se apretaba más con cada palabra.
—¿Vergüenza? ¿Eso fue lo que sentiste? —replicó, con un tono agudo de incredulidad y rabia—. ¿Crees que eso lo justifica? ¡Me rechazaste sin una palabra! No tenías que tenerlo todo perfecto, yo no estaba ahí por eso. ¡Estaba ahí porque te quería!
Maximiliano cerró los ojos, asintiendo lentamente.
—Lo sé. Lo sé, Libertad. Y me he arrepentido cada día desde entonces —confesó, con la voz temblando por primera vez. —Pero en ese momento no supe cómo manejarlo. Me sentía un fracaso, y el orgullo... ese maldito orgullo me hizo empujarte lejos. Pensé que sería más fácil para ambos si simplemente desaparecía.
El corazón de Libertad al escuchar lo último se estremeció, no pudo evitar que las lágrimas escurrieran por sus ojos. Había repetido tantas veces en su mente la escena de completo desprecio e indiferencia de Maximiliano en el aeropuerto, que al escuchar que él se arrepentía, inconscientemente le avivaba esa pequeña llama ahogada de esperanza que escondía en lo más profundo de sus sentimientos. Pero su razón la traía de vuelta a la desconfianza, levantando nuevamente el muro que evitaría que saliera herida si esas palabras eran solo un ardid para conseguir que lo ayudara en si situación desesperada.
—No. No fue más fácil para mí—. Dio un paso hacia él, mirándolo fijamente. —No desapareciste, Maximiliano. Me dejaste con mil preguntas, con un dolor que me costó meses superar. Pero tú nunca te fuiste del todo. Estuviste aquí —se llevó la mano al pecho, señalando su corazón. — Y cuando por fin estaba a punto de seguir adelante, llegas de nuevo, rompiendo todo.
No le gustaba verla llorar, no había sido consciente de cuanto dolor le había causado, nunca imaginó que sus sentimientos eran tan intensos. Quizás en su mente no se sentía merecedor de tanto amor. Había tenido una infancia dura, su madre había fallecido cuando nació y su padre, un hombre severo y estricto lo había criado para ser un hombre que se ganara todo con esfuerzo. Siempre le repetía: “Si no trabajas, si no te esfuerzas fracasas y si fracasas no eres un hombre merecedor del éxito, si fracasas no eres nada”.
«¿Quién podría querer a un fracasado en su vida? Ella no lo merecía, solo le arruinaría la vida si la mantenía a su lado» Y decidió dejarla ir, porque en su mente dejar ir a quien se ama para que sea feliz es un acto de amor y valentía.
La respiración de ambos era pesada, el ambiente cargado de emociones reprimidas. Parecía que el aire a su alrededor se volvía más denso con cada palabra. Ambos yacían de pie, frente al otro, sus cuerpos eran como dos imanes luchando por mantenerse distantes, ella anhelaba que la tomara en sus brazos y él por más que quería, no se atrevía a abrazarla.
Maximiliano iba a responder, pero una voz a lo lejos llamándola con desesperación, los sacó del trance en el que estaban para traerlos de vuelta de ese limbo personal en que se encontraban absortos del entorno.
Libertad reconoció la voz de Lucas, no esperaba que apareciera, lo que menos quería era su presencia en ese momento, debió suponer que desaparecer así durante horas y mantener apagado su teléfono haría que él la buscara hasta encontrarla.
Avanzó hacia ella con pasos rápidos, el ceño fruncido y los ojos ardiendo de desesperación—. ¿Estás bien? ¡No sabías cuánto me preocupaste!