Libertad permaneció inmóvil. El eco de los pasos molestos de Lucas se desvanecía por el pasillo, pero ella no podía moverse. Todo lo que acababa de suceder se sentía como un torbellino incontrolable que la arrastraba en diferentes direcciones. La tensión con Lucas, las emociones a flor de piel por el reencuentro con Maximiliano, y el estado de Dana… todo era demasiado.
Se llevó una mano al pecho, intentando calmar la presión que sentía en su corazón. Sabía que Lucas tenía razón en estar molesto. Ella misma no lograba entender por qué no había podido dar un paso atrás cuando Maximiliano apareció. Había dicho que era por la niña, por la situación, pero ¿era realmente solo eso? Una parte de ella, pequeña pero insistente, no podía negar que aún sentía algo por Maximiliano, algo que no había desaparecido del todo.
Se sentó en una de las sillas de la sala de espera, mirando a la puerta por la que Maximiliano había desaparecido.
«¿Qué estoy haciendo?» pensó, cerrando los ojos con fuerza. Lucas la había tratado bien, había estado a su lado cuando más lo necesitaba, y sin embargo, ella había elegido quedarse en el hospital con un hombre que la había herido más de lo que jamás imaginó. Todo se sentía confuso, borroso, como si no pudiera distinguir lo que realmente quería de lo que creía correcto.
Las horas pasaron lentamente, cada segundo pesando como una losa sobre sus hombros. Finalmente, la puerta de la sala de emergencias se abrió y Maximiliano apareció, con el rostro pálido y tenso. Libertad se levantó de inmediato, sin saber qué esperar.
—¿Cómo está? —preguntó ella, tratando de mantener la calma.
—Está estable... —respondió, frotándose la frente con una mano, visiblemente agotado. —Los médicos creen que fue una intoxicación alimentaria, pero todavía quieren hacerle algunos estudios más para asegurarse de que no sea algo más grave. Va a tener que quedarse hasta mañana.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos. Libertad lo observó, notando las líneas de preocupación en su rostro, los ojos que apenas podían ocultar el peso de lo que estaba enfrentando. Algo dentro de ella se removió, esa mezcla de empatía y, algo más.
—Gracias por quedarte… Sé que no tienes ninguna obligación de hacerlo, después de todo lo que pasó. Pero no sé qué habría hecho sin tu ayuda.
Libertad bajó la mirada, sintiendo la lucha interna que se libraba en su pecho. ¿Qué estaba haciendo realmente? Sabía que debía irse, alejarse de esa situación antes de que sus emociones volvieran a arrastrarla, pero no podía. Algo la mantenía allí, anclada a ese momento, a ese hombre.
—No lo hice por ti —respondió ella, más firme de lo que se sentía en realidad. —Lo hice por la niña. No voy a dejar que una pequeña indefensa pase por algo así.
Maximiliano asintió, aunque en sus ojos se percibía la sombra del arrepentimiento. Sabía que cualquier excusa que intentara ofrecer sonaría vacía, pero, aun así, las palabras seguían saliendo.
—Lo entiendo, y lo aprecio. Pero quiero que sepas que... estoy aquí porque ya no tengo nada más. No te estoy pidiendo que me perdones, ni siquiera que lo olvides. Solo... no sé qué hacer.
Libertad sintió que la furia y el dolor que había contenido durante meses comenzaban a resurgir. ¿Cómo podía él estar tan perdido, tan roto, y aun así esperar que ella simplemente entendiera y lo aceptara? No era justo. No después de todo lo que había pasado.
—Eso es todo lo que siempre haces, ¿verdad? —su voz sonaba aguda, afilada como un cuchillo—. No sabes qué hacer, así que desapareces, te rindes. ¿Y ahora esperas que te rescate? No soy la misma mujer que dejaste en ese aeropuerto, Maximiliano. Ya no.
Él tragó saliva, sus ojos fijos en los de ella, como si intentara aferrarse a algo, pero no lo encontraba.
—No espero que lo hagas —dijo, apenas logrando sostener su mirada—. Sé que lo arruiné. Que arruiné todo. Y me doy cuenta de que no merezco nada de lo que tienes para ofrecer. Pero estoy aquí porque ya no tengo a dónde más ir y si no escapaba, nos separarían.
Las palabras de Maximiliano la golpearon en el corazón, la imagen de la pequeña niña febril y frágil inundó su mente. Ella no tenía la culpa de las decisiones de su padre, ni de las cicatrices emocionales que él había dejado en Libertad. La niña era inocente. Recapacitó y se dio cuenta que no podía dejar que el rencor que sentía hacia Maximiliano se interpusiera en el bienestar de la pequeña.
Suspiró, sintiendo cómo la rabia empezaba a desvanecerse, dejando en su lugar un cansancio profundo.
—Tienes razón, tu hija es inocente y no merece pagar por tue errores.
Maximiliano asintió, agradecido, pero aun visiblemente atormentado por la culpa. Se apoyó contra la pared, sintiendo el peso de la situación aplastándolo. Y Libertad lo observó en silencio durante unos segundos, luchando internamente con la maraña de emociones que la atravesaban.
—Pero no sé qué esperas de mí, Maximiliano —continuó, cruzándose de brazos. —No puedo ser tu salvadora.
Maximiliano levantó la mirada con sus ojos oscuros por el agotamiento y el arrepentimiento. No podía contradecirla. Ella tenía razón en todo. Él había regresado a su vida solo cuando ya no tenía más opciones, y eso no era justo para ella.
—No espero que lo seas —respondió con la voz rasgada. —Solo... solo necesito un lugar para que podamos quedarnos por un tiempo… Encontraré un trabajo y nos iremos apenas reciba la primera paga.