En busca de Libertad

Capítulo 15: ¿Hogar?

A la mañana siguiente, Dana bajó las escaleras con la mano de su padre y se encontró a Libertad en la cocina, preparando el desayuno. Los ojos de la niña se iluminaron, y Libertad le sonrió con un gesto que buscaba transmitirle seguridad. Se acercó a la pequeña, sirviendo leche en un vaso de colores.

—¿Dormiste bien? —preguntó, inclinándose para mirarla a los ojos.

Dana asintió y, mirándola, extendió sus brazos, casi como una ofrenda de confianza. Libertad se acercó, abrazándola con delicadeza, sintiendo el frágil cuerpo de la niña, tan lleno de inocencia. Maximiliano observaba desde el umbral, conmovido por la forma en que Libertad se relacionaba con su hija.

—¿Te gustaría que preparemos algo especial para ti? —preguntó Libertad, mirándola con dulzura.

—¿Algo con dulce de leche? —preguntó Dana, con una voz apenas audible.

Libertad rió suavemente y asintió, tomándola de la mano y guiándola hacia la cocina. Mientras Dana se entretenía ayudando a Libertad a preparar el desayuno, Maximiliano observaba la escena, sintiendo cómo algo en su pecho se aflojaba. Aquel rincón del hostal, iluminado por los primeros rayos de la mañana, parecía un refugio, un espacio de paz que no había sentido en años.

Maximiliano y Libertad intercambiaron miradas cómplices mientras Dana correteaba por el hostal, explorando cada rincón con una energía renovada. Aunque el miedo por su salud seguía presente, la niña reía y se sentía cómoda, como si hubiera encontrado un hogar en aquel espacio. Y en ese instante, Maximiliano supo que, aunque el camino por recorrer sería largo, él haría todo lo posible por proteger esa pequeña felicidad.

Por primera vez en mucho tiempo, los tres encontraron un momento de paz, una pausa en medio de la tormenta que se cernía sobre ellos, como si el destino, aun con sus sombras, les ofreciera la oportunidad de reconstruir algo en medio de las ruinas.

Pero, de pronto, una llamada inesperada rompió la armonía que se estaba gestando en la cocina. La cocinera del hostal, con el rostro pálido y el teléfono temblando en su mano, se acercó a Libertad.

—Señorita Libertad, acaban de llamarme —dijo la mujer, tratando de mantener la compostura—. Mi madre… tuvo un infarto. Necesito viajar de inmediato a cuidarla. Tendré que ausentarme unos días.

Libertad, aunque asimiló la noticia con calma, sintió cómo un nuevo peso recaía sobre ella. La cocinera era esencial para mantener a los huéspedes satisfechos y, sin ella, la carga del hostal se multiplicaría. Miró a la mujer con empatía y asintió.

—No te preocupes por nada. Ve a ver a tu madre. Lo resolveré aquí —aseguró, sin querer transmitir su propia preocupación.

La cocinera partió poco después, dejando a Libertad frente a una montaña de trabajo adicional. Libertad suspiró, con evidente preocupación en la mirada, repasando mentalmente sus opciones. ¿A quién podría pedir ayuda en tan poco tiempo?

—¿Quieres que te ayude? —preguntó Maximiliano, que se acercó en silencio, percibiendo la ansiedad en los ojos de Libertad—. Sé que no puedo hacer mucho, pero… soy bastante bueno en la cocina. Podría ayudar a mantener el desayuno y las comidas hasta que regrese tu cocinera.

Libertad lo miró, sorprendida. Aunque dudaba de cómo sería trabajar codo a codo con él, no podía negar que su oferta representaba una solución momentánea a su problema.

—¿Estás seguro? No quiero comprometerte, tienes bastante con cuidar a Dana… —dijo, con un dejo de desconfianza.

—No te preocupes —respondió él, con una leve sonrisa—. Sé que puedo manejarlo, y además, me gustaría ayudarte. Es lo mínimo que puedo hacer por lo que nos has ofrecido.

Libertad vaciló un instante, pero al ver la sinceridad en sus ojos, terminó por aceptar.

—Está bien, te tomaré la palabra. Pero ten en cuenta que los huéspedes son exigentes y no siempre fáciles de complacer.

—Acepto el reto —replicó él, con aquella expresión confiada que no había mostrado en mucho tiempo y de la que Libertad se había enamorado en aquel tiempo.

Esa misma tarde, Maximiliano se puso el delantal y comenzó a explorar los ingredientes y utensilios de la cocina del hostal, mientras Libertad le daba indicaciones sobre los platos que solían servir. Dana, estaba encantada y observaba a su padre con admiración y hasta se ofrecía a ayudar pasándole algunos ingredientes, sintiéndose orgullosa de verlo por primera vez en acción.

Pronto, el olor de guisos caseros y especias llenó el ambiente. Los primeros platos que sirvieron fueron sencillos, pero preparados con esmero y la verdadera sazón argentina. Para sorpresa de Libertad, Maximiliano demostraba habilidad en la cocina, con manos precisas y una concentración que dejaba ver otra faceta de él, una que hasta ella desconocía, ya que a la relación a distancia que tuvieron por meses no les había permitido explorar otras formas de interacción.

Al final del día, cuando el último huésped terminaba de cenar y la cocina volvía a quedar en silencio, Libertad y Maximiliano se miraron, agotados pero satisfechos.

—No fue tan mal para el primer día —dijo Libertad, intentando disimular su sorpresa—. Admito que tienes talento para esto.

Él sonrió, secándose las manos y suspirando con un leve toque de orgullo.




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