En busca de Libertad

Capítulo 16: Decepción o redención

Maximiliano se percató de la tensión que invadía el rostro de Libertad; estaba ocupada lavando los platos del día con una tranquilidad que casi se sentía irreal. Cuando Lucas entró, la puerta crujió suavemente, y su figura, vestida con el uniforme de carabinero, apareció en el umbral de la cocina. En ese instante, fue como si todo el ambiente cálido y acogedor que Libertad había tratado de construir se desmoronara.

Lucas se quedó quieto, observándolos, y en su mirada se podía leer una mezcla de incredulidad, celos y dolor. Allí, en medio de la escena, Maximiliano y Libertad parecían encajar en un espacio que él mismo había compartido durante meses. Vio a Libertad con una expresión de sorpresa contenida y a Maximiliano, que, al percibir la presencia de Lucas, dejó el trapo en el fregadero y se volvió hacia él, incómodo, pero con la calma de quien no quiere provocar conflictos.

—¿Interrumpo? —preguntó Lucas, con una voz afilada como una hoja, cortante y directa.

Libertad abrió la boca para responder, pero no alcanzó a articular palabra alguna. En ese instante, Dana apareció desde el pasillo y se acercó, ignorante de la tensión que palpitaba en la habitación. Se plantó junto a su padre y luego miró a Lucas con curiosidad y recelo por la vestimenta que llevaba, saludándolo con la inocencia propia de su edad.

—¡Hola! ¿Tú quién eres? —preguntó Dana, con la mirada expectante y con una pureza que descolocó por completo a Lucas.

La presencia de la niña, pequeña y confiada al lado de Maximiliano, como una extensión de él, hizo que Lucas sintiera un dolor inesperado en el pecho. Vio cómo tomaba la mano de su padre, y luego a Libertad que le sonreía con ternura. La imagen lo golpeó como un mazazo, haciéndole notar algo que se negaba a aceptar, pero que ahora no podía ignorar: el que sobraba en esa escena era él.

Libertad intentó acercarse a Lucas; buscó en sus ojos alguna respuesta para la duda que lo nublaba, algo que pudiera apaciguar el ardor que había comenzado a quemarle por dentro. Pero al ver cómo su expresión se transformaba en una mezcla de desilusión y desafío, no supo qué decir. Todo intento de explicación se desvanecía antes de tomar forma en su mente.

—Lucas, yo... —empezó, con un nudo en la garganta, incapaz de continuar. Se sentía atrapada entre la necesidad de decirle la verdad y el miedo de enfrentar lo que esa verdad significaba para ambos.

—¿Tú qué, Libertad? —respondió Lucas, con un tono tan contenido que rozaba la frialdad—. No hay nada que tengas que explicarme, ¿verdad?

Libertad bajó la mirada, tratando de encontrar algo en sus palabras que fuera honesto y claro. Pero cuanto más intentaba comprender lo que sentía, más la confundían las emociones enfrentadas que la anclaban en ese momento. Quiso decirle que estaba ayudando a una niña inocente, que no era lo que él pensaba… pero esas explicaciones sonaban tan vacías que ni ella podía creerlas del todo.

—Lucas… No es lo que parece, yo solo… —Intentó empezar de nuevo, pero el peso de las palabras sin forma y las miradas cruzadas le hicieron retroceder. Sabía que, fuera lo que fuera lo que dijera, no bastaría para sanar lo que el silencio de ambos había roto.

Lucas miró a Maximiliano con una expresión que se acercaba más al desprecio que a cualquier otra cosa. La incomodidad de Maximiliano era evidente, pero se mantuvo firme, sosteniendo la mirada sin desafío, aunque tampoco cediendo.

—No quiero causar problemas —dijo Maximiliano, con una voz tranquila y moderada—. Solo estoy aquí porque no tenemos otro lugar a dónde ir. Estoy agradecido con Libertad por ayudarnos.

Lucas sonrió de manera casi imperceptible, una sonrisa que estaba lejos de ser amable.

—¿Agradecido, dices? —replicó, en un tono que escondía una amenaza apenas velada—. No estoy seguro de que eso sea suficiente para lo que has causado aquí. Me parece que llegaste y trajiste un huracán contigo, ¿no? Porque todo lo que había, lo que yo había construido, ahora parece que no tiene valor alguno.

Maximiliano sostuvo la mirada de Lucas con un gesto neutral, como si entendiera el dolor detrás de las palabras del otro hombre.

—No estoy aquí para reemplazarte, Lucas. Créeme, no busco nada más que un lugar seguro para mi hija. Eso es todo.

Lucas soltó una carcajada amarga, una risa rota que llenó el espacio con un aire incómodo y tenso.

—¿Y crees que eso te justifica? ¿Que puedes venir y hacer como si todo estuviera bien? —Lucas hizo un gesto con la mano hacia la cocina, hacia Libertad, hacia todo lo que consideraba suyo—. Esta era mi vida. Yo estaba aquí cuando tú no estabas, yo la apoyé en los momentos en los que tú la abandonaste. Y ahora apareces de la nada… ¿esperando qué? ¿Redención?

Maximiliano tomó aire; aquella pregunta había colmado su paciencia, y sus ojos reflejaron un destello de ira.

—No espero redención. Sé que cometí errores que no puedo cambiar, y no voy a defenderme de eso. Pero no tengo por qué explicarme contigo; eso no te incumbe. Es algo entre Libertad y yo.

Libertad, atrapada entre ambos, sintió cómo su corazón latía con una desesperación que la dejaba sin aliento. Conocía el temperamento de Maximiliano, y se daba cuenta de que se había contenido bastante ante las provocaciones, quizás por la presencia de Dana, pero no quería arriesgarse a que ese enfrentamiento pudiera tornarse violento. Además, era consciente de que en la mirada de Lucas había rabia y decepción. Y, aun así, no podía dar un paso atrás, no podía pedirle que comprendiera algo que ni siquiera ella lograba entender del todo.




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