Desde que habían terminado su relación implícitamente, Lucas había esperado que Libertad lo buscara. Se dijo a si mismo, que más pronto que tarde, ella regresaría reconociendo su error y pidiéndole una oportunidad cuando se diera cuenta que, él había estado para ella constantemente, que él le había ofrecido estabilidad, planes de futuro. No el infeliz ese, que la había dejado sola en el aeropuerto, destrozada y humillada.
Pero la realidad había sido mucho más cruel, ahora, ella había llenado su vida con la presencia de ese hombre y su hija, como si los meses que compartieron no significaran nada, como si él hubiera sido un simple paréntesis en su vida, un interludio sin importancia.
Cada vez que su madre lo visitaba, le repetía con un tono lleno de amargura que siempre había sabido que Libertad no era para él. "Dios respondió a mis plegarias", le decía, como si la separación hubiera sido una bendición. "Imagínate si te hubiera dicho que sí, y después te hubiera dejado así, por otro. Fue lo mejor que no llegara a esa cena." Lucas callaba, apretando los dientes, sabiendo que había planeado pedirle matrimonio esa misma noche, con un anillo guardado en el bolsillo de su chaqueta, un anillo que ahora reposaba en el fondo de un cajón, junto con el orgullo hecho pedazos.
Y para empeorar las cosas, sus compañeros y conocidos no se habían molestado en ocultar su malicia; murmuraban y reían por lo bajo cuando él pasaba, hablando de cómo la habían visto radiante por las calles, de cómo corrían rumores sobre su nueva vida.
Había intentado ignorar aquello, llenar el vacío que sentía con cualquier cosa que distrajera su mente: noches de fiesta, mujeres que apenas recordaba y tragos hasta el amanecer. Pero ni el alcohol, ni las risas vacías, ni las caricias de esas mujeres que apenas recordaba al día siguiente, podían borrar de su mente la imagen de Libertad aquella noche, cuando todo parecía que se derrumbaba. Cada día sin ella era como una herida abierta, supurante, que intentaba enterrar bajo capas de olvido, pero que se volvía más dolorosa con cada intento fallido
La rabia le ardía por dentro, como un veneno lento que solo crecía. Le hervía la sangre cada vez que pasaba frente al hostal durante sus rondas, viendo desde la distancia cómo el lugar florecía con la presencia de ese hombre y su hija, viendo los pequeños cambios que habían transformado aquel rincón antes sombrío. Se imaginaba a Maximiliano moviéndose por la cocina, impregnando de su arrogancia cada rincón, ganándose a los lugareños con su "Auténtica gastronomía argentina", mientras él sentía que todo lo que había construido junto a Libertad se desmoronaba entre sus manos.
Esa tarde, cuando pasó con la patrulla, sus ojos encontraron la escena que no sabía si odiaba o temía más: los vio caminando juntos, tomados de la mano, como si fueran una familia. Dana iba entre ellos, balanceando las piernas, su risa se elevaba por encima del murmullo de las calles, y Libertad reía con una ligereza que él jamás había visto en ella. Se veía tan feliz, tan despreocupada, como si el mundo entero se hubiera vuelto más claro y brillante desde la llegada de ese hombre.
Sintió que el estómago se le retorcía de pura impotencia y celos. La envidia lo recorrió como una fiebre, convirtiendo la calidez de la tarde en una bruma que apenas podía soportar.
—¿Así que decidiste reemplazarme? —murmuró para sí mismo, mientras apretaba el volante de la patrulla hasta que sus nudillos se volvieron blancos.
Detuvo el coche en una esquina, lo suficientemente cerca para verlos, pero fuera del alcance de sus miradas. Observó desde la distancia cómo Dana corría hacia Libertad para abrazarla, y cómo Maximiliano les seguía con una sonrisa tranquila, como si aquel lugar, aquellos gestos, le pertenecieran desde siempre. La risa de la niña se filtraba por los cristales del vehículo, desde la distancia, mezclándose con el eco de las conversaciones de los nuevos huéspedes del hostal, que ahora llenaban el lugar. Y mientras los veía entrar, como si aquel escenario hubiera sido diseñado para ellos, Lucas sintió que el aire se le volvía irrespirable.
No. No iba a permitirlo. No iba a quedarse al margen y ver cómo otro hombre se llevaba la vida que él había construido junto a Libertad, una vida que aquel argentino no merecía. La determinación se afianzó en su interior, y sus ojos brillaron con una intensidad oscura. Si quería recuperar a Libertad, tendría que eliminar la presencia de Maximiliano. Su mente ya tramaba un plan, y lo primero sería averiguar todo sobre ese hombre, descubrir quién era realmente, si tenía algo que esconder, algo que pudiera usar en su contra.
Recordaba que en el hospital Maximiliano había entregado sus datos de identificación al personal médico. Aquel pequeño detalle que había pasado por alto entonces, ahora se le antojaba una oportunidad.
Su posición en la policía le daba acceso a información que pocos podían consultar. Sabía que acceder a los registros de Maximiliano significaba cruzar una línea, que se adentraba en un terreno donde el uniforme no lo protegería si algo salía mal. Pero a Lucas ya no le importaba. Para él, recuperar a Libertad y destruir la vida de Maximiliano valía cualquier riesgo.
Mientras estacionaba la patrulla frente al hospital, sintió que una brisa fría atravesaba su chaqueta, como una advertencia que eligió ignorar. Entró al edificio con el rostro impasible, mientras en su mente repetía una y otra vez que solo quería hacer justicia. Pero en el fondo, sabía que lo que lo movía era la rabia, la frustración de verse sustituido, la desesperación de ver cómo los sueños que había construido se derrumbaban sin poder detenerlos.