En busca de Libertad

Capítulo 20: Cimentar la confianza

El hostal bullía de vida como nunca antes. Las mesas llenas de comensales: lugareños y turistas, reflejaban el éxito del menú renovado y el servicio de almuerzos que Maximiliano había implementado. En la cocina, los nuevos platos argentinos se elaboraban con precisión y dedicación, impregnando el ambiente con aromas que se mezclaban con el calor de una rutina que comenzaba a sentirse como estabilidad.

Cuando la cocinera regresó, se encontró con un lugar transformado, donde Maximiliano se movía con una naturalidad que sugería que había nacido para comandar aquel espacio. Los platillos habían florecido bajo su mano, y su presencia parecía haber traído una chispa de entusiasmo que antes faltaba.

Esa tarde, después de cerrar la cocina, Libertad se acercó a él con la intención de plantearle algo que llevaba días pensando.

—Max, quiero que recibas un sueldo por todo el trabajo que estás haciendo. No solo has ayudado a mejorar el hostal, sino que has aportado algo que lo hace único — dijo, con una sonrisa que contenía tanto gratitud como admiración.

Maximiliano se detuvo, limpiándose las manos con un paño, y negó con la cabeza, como si la idea de aceptar dinero le resultara incómoda.

—Libertad, no lo hago por el dinero. No tienes que pagarme, vos nos recibiste, nos diste un techo seguro, comida y a mí la oportunidad de sentirme útil para no volverme loco pensando en mi situación y así poder retribuirte.

—No se trata solo de eso, Max. —Libertad lo miró, intentando que él comprendiera el verdadero motivo detrás de su ofrecimiento—. Necesitas resolver tu situación de paternidad con Dana… Quizás el consulado pueda ayudarlos, protegerlos…

Al escucharla, una sombra cruzó por el rostro de Maximiliano. La idea de hacer oficial su presencia en un país nuevo, de ir al consulado por ayuda y exponerse, le generaba un miedo casi instintivo.

—No, Libertad. No quiero arriesgarme. Si saben dónde estoy, podrían deportarme. Me buscan por secuestro Y no quiero arrastrar a Dana a eso.

Libertad lo miró con seriedad, sintiendo el temor a través de sus palabras.

—Pero eres su padre y no tuviste más opción que huir para que no te chantajearan… Y Max, en algún momento tendrás que enfrentarte a ellos—le dijo suavemente—. Dana necesita estabilidad, necesita saber que puede quedarse en un lugar sin miedo a que todo desaparezca de un día para otro. Tarde o temprano, tendrás que parar de huir.

Él bajó la vista, sintiendo una mezcla de frustración y miedo que no podía expresar del todo. Sabía que tenía razón, que Dana no merecía una vida de incertidumbre, pero el riesgo de enfrentarse a lo que había dejado atrás lo detenía. Sin embargo, ver la seguridad en los ojos de Libertad le dio una extraña sensación de esperanza, un indicio de que quizá, si se quedaba, podría comenzar de nuevo, sin el peso de un pasado que siempre amenazaba con alcanzarlo.

Decidió postergar la decisión. La realidad le recordaba que su vida y la de Dana habían mejorado desde que estaban allí, y aunque la aprensión persistía, se aferraba a esos momentos de calma en los que todo parecía encajar.

Esa misma calma le envolvió lentamente, como el aroma del perfume en combinación con la piel de Libertad que desde aquella noche que se habían besado le había impregnado los sentidos y lo hacía desear que aquella instancia se repitiera.

Habían vuelto a compartir las pequeñas actividades que alguna vez los habían unido en la distancia. Entre sus ratos libres, se acomodaban en el sofá con alguna serie o película, a veces acompañados por Dana, que disfrutaba de aquellas noches como si fueran un tesoro. A veces, todos terminaban alrededor de la pantalla de la computadora o de la PlayStation, riendo y lanzando bromas mientras Dana, por instinto, se deslizaba entre ambos, observando y absorbiendo la cercanía de su padre y Libertad; que se encontraban atrapados en un equilibrio delicado, como si ambos tuvieran miedo de romper la frágil armonía que habían construido en silencio. Libertad se mostraba cauta, pero Maximiliano aprovechaba cada momento de cercanía, como en aquel instante, para intentar robarle un beso o abrazarla al pasar junto a ella, que, aunque quedaba desconcertada, no se apartaba y le devolvía sonrisas que despertaban recuerdos pasados.

En una de esas tardes de juegos y risas, mientras Maximiliano trataba de enseñarle a Dana un movimiento en el videojuego, esta lo observó con una curiosidad que parecía trascender el momento. De repente, se volvió hacia él con la seriedad inusual de quien guarda una duda profunda.

—Papá… —empezó, titubeando un poco— ¿por qué no volviste antes con mamá y conmigo?

La pregunta de Dana lo tomó por sorpresa. Su expresión cambió, y Maximiliano sintió que su pecho se comprimía. Sintió un peso que no le correspondía pero que aun así le atormentaba la conciencia. Si bien la ausencia en la vida de Dana no fue su decisión, sentía culpa de no haber buscado a Fabiola, mientras ella pasaba por todo sola, él la tuvo un poco más fácil. Y las historias que Fabiola le había contado a su hija mientras crecía, eran un terreno que él nunca había pisado, una narrativa donde no había espacio para la versión de su propia vida.

¿Cómo decirle que todo era mentira? ¿Que ni siquiera sabía que existía? No resultaba más fácil descargar toda la culpa en su madre que ya no estaba presente, se sentía incluso peor que asumir la responsabilidad por completo.




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