Había cerrado la puerta tras de sí y Lucas apareció entre los arbustos del jardín que decoraba la entrada del hostal, lo vio derribar con brusquedad y desprecio uno de los letreros donde se ofrecía el menú de gastronomía argentina y decidió hacer caso omiso para evitar de entrada una discusión.
Su rostro era una máscara de seriedad, y sus ojos, dos pozos oscuros que reflejaban una tormenta interna.
—¿Podemos hablar? —preguntó, con una voz grave y un tono que no daba lugar a negativas.
Libertad sostuvo su mirada. Una parte de ella se sentía culpable, pero otra, firme y decidida, sabía que no había marcha atrás.
—Claro. Vamos al patio.
Salieron al patio, donde la tranquilidad del jardín contrastaba con la tensión que crecía entre ellos.
—Necesito saber qué está pasando, Libertad —dijo Lucas con un tono que contenía la rabia a duras penas—. No puedes simplemente desaparecer de mi vida y esperar que lo entienda.
Libertad inspiró profundamente antes de responder.
—No desaparecí Lucas. Tomé una decisión… Lo siento, sé que no fui justa contigo —respondió Libertad con sinceridad—. Pero no podía hacer otra cosa.
—¿No podías? —Lucas la miró con incredulidad—. ¿No podías al menos decirme la verdad? ¿No podías darme una explicación?
—Intenté hacerlo, pero no me escuchaste —dijo Libertad con frustración—. No querías entender que no estaba lista para lo que tu querías.
—Porque no tiene sentido —Lucas se pasó una mano por el pelo, visiblemente alterado—. ¿Cómo puedes defender a ese hombre y recibirlo con su hija después de lo que te hizo?
—No lo estoy defendiendo. Solo estoy intentando ayudar —Libertad suspiró, buscando las palabras adecuadas—. Dana es solo una niña, Lucas. No tiene la culpa de nada.
— Te preocupas por esa niña que recién conoces… ¿Y qué hay de mí? Te entregué todo, Libertad. Todo. Y ahora… ¡Ahora tengo que verte con él, como si nada de lo que pasamos importara!
La rabia vibraba en cada palabra, pero también lo hacía el dolor. Sus manos se cerraban y abrían en puños, luchando por mantener el control.
—Claro que me importa. Yo nunca quise lastimarte —Libertad hizo una pausa, tratando de ordenar sus ideas—. Pero tampoco voy a mentirte. Lo que teníamos… —se detuvo, buscando las palabras correctas—. No iba a ninguna parte, yo no estaba lista
—¿Y con él sí? ¿Con él si estás lista para tener una familia y hacerte cargo de su hija? ¿Dejarás que arruine lo que teníamos, que arruine otra vez tu vida y también la mía? —El tono de voz de Lucas iba en aumento tanto como su impotencia.
—Él ha cambiado, Lucas. Ya no es el mismo hombre que conocí en Buenos Aires…No va a arruinarla. —Libertad lo miró con firmeza.
El rostro de Lucas se deformó por la incredulidad. Su amor por Libertad había sido su faro, pero ahora sentía que ese faro se había apagado para él, encendiéndose para alguien más.
—¿Y cómo puedes estar tan segura? —Lucas se acercó un paso, su voz cargada de desesperación—. ¿Cómo puedes confiar en él después de todo lo que pasó?
—Porque lo conozco, Lucas. Y sé por qué lo hizo —dijo Libertad con seguridad—. Él no es perfecto, pero está intentando cambiar. Y voy a darle una oportunidad.
Lucas la miró en silencio durante un largo momento. En sus ojos se podía leer la lucha interna que estaba librando, entre la rabia, los celos y el amor que aún sentía por ella.
—Te amo, Libertad —dijo Lucas con voz ronca, extendiendo sus brazos con evidente intención de abrazarla—. Y no quiero perderte ni verte sufrir de nuevo.
—Lo sé, Lucas. Y lo agradezco, pero no corresponde que te preocupes por mí —Libertad zanjó tajante dando un paso atrás para distanciarse.
Lucas finalmente, soltó un suspiro y asintió retrayendo lentamente sus brazos con los ojos llenos de rabia.
Antes de que pudiera replicar, Maximiliano apareció. Su figura imponente y su semblante contenido al cruzar el jardín agregaron un nuevo nivel de tensión. Sin embargo, sus ojos traicionaron la calma que intentaba proyectar; en ellos ardía el fuego de los celos. Había visto a Libertad junto a Lucas desde lejos, y aunque confiaba en ella, no podía ignorar el escozor de las inseguridades que lo atormentaban.
—¿Todo bien aquí? —preguntó Maximiliano, su voz medida pero firme.
—Todo bien hasta que apareciste —Lucas interrumpió a Libertad que intentaba decir algo para disimular la situación—. Aunque parece que ésta es tu especialidad, ¿no? Entrar en la vida de los demás y destruir todo a tu paso.
Maximiliano avanzó con su postura desafiando abiertamente a Lucas. Libertad levantó una mano, intentando interponerse entre ambos.
—No vine a pelear contigo, Lucas —replicó Maximiliano, con los dientes apretados—. Vine a decirte que dejes de venir a pedir explicaciones… Libertad ya no está sola, yo estoy aquí para cuidarla.
Lucas dio un paso al frente, quedando cara a cara con él. Sus ojos eran pozos oscuros cargados de rabia y desesperación.
—¿Cuidarla? Nunca supiste cómo hacerlo. Y no voy a permitir que la lastimes otra vez.
—No tienes nada que permitir —Maximiliano alzó la barbilla, desafiante y con frialdad calculada —. Eso no te corresponde a ti… Libertad es libre de elegir lo que quiera. Y yo voy a hacer todo lo que esté en mis manos para estar a su lado.