En Busca De Lo Perdido

Charles

Día 26 de Diciembre

Mario Benedetti 》”Entonces te das cuenta que no es quien te mueve el piso, sino quien te centra. No es quien te robe el corazón, sino quien te hace sentir que lo tienes de vuelta”.

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Michael había estado en una situación crítica durante una semana, yendo de bar en bar y ausentándose de la empresa. Esto había dejado todo el trabajo pesado en manos de Charles, quien, como COO (Director de Operaciones) y con un porcentaje financiero en la empresa gracias a su familia, se vio obligado a asumir la carga.

A pesar de su personalidad extrovertida y su afición por las fiestas y la compañía femenina, Charles siempre cumplía con sus responsabilidades. Su comportamiento era solo una fachada para evitar comprometerse, pero su inteligencia y eficacia en el trabajo eran innegables.

Conocido como el alma de la fiesta, Charles siempre lograba hacer reír a todos con sus ocurrencias. Sin embargo, esta imagen de despreocupado había llevado a muchos a subestimar su capacidad y a pensar que sus logros eran únicamente el resultado de la influencia de su padre.

Hoy había sido un día agotador y abrumador para Charles, quien había estado sumido en papeleos durante toda la jornada. Su cuerpo se sentía cansado y pesado, pero aún le quedaba una obligación: asistir a una cena de negocios con varias empresas.

A pesar de que su estado de ánimo no era el ideal para un evento de este tipo, sabía que debía cumplir con su compromiso. Así que se dirigió a su casa para prepararse antes de partir hacia la cena.

Charles era un hombre atractivo y consciente de su apariencia. Sabía que su atractivo no pasaba desapercibido, ya que muchas mujeres se sentían atraídas por él. Sus ojos color aqua, su barba bien cuidada y las pecas que adornaban su rostro, junto con su cabello pelirrojo, le conferían un encanto particular que las feminas a menudo comentaban.

Al llegar al evento, Charles fue recibido por varios socios y conocidos, entre los cuales se encontraba Rayla, quien conversaba animadamente con un grupo de damas.

Charles frunció el ceño al reconocerla; su molestia era evidente. La situación entre Rayla y Michael había repercutido en su trabajo, dejándole con la carga de responsabilidades que le impedían disfrutar de su vida como solía hacerlo.

A medida que transcurrían las horas, Charles intentó ignorar la presencia de Rayla, pero su capacidad para destacar con ideas innovadoras y su valiosa contribución no pasaron desapercibidas. No era sorprendente que su amigo estuviera tan enamorado de ella; Rayla era una mujer decidida e interesante, una competidora formidable en el mercado, y pocas mujeres podían igualar su posición.

— No parece que la ruptura te haya afectado en absoluto — comentó Charles, quien inicialmente no quería involucrarse en el conflicto entre Michael y Rayla. Sin embargo, durante la despedida de la cena, se encontró con ella y lanzó esa observación en tono de burla.

Rayla lo reconoció de inmediato, ya que lo había visto anteriormente junto a Michael; su presencia y apariencia eran inconfundibles.

— No sabía que Michael tenía guardaespaldas — respondió, restando importancia a su comentario mientras esperaba en el vestíbulo del restaurante.

— Bueno, no es asunto mío, pero deberías considerar llamarlo. Al parecer, le has roto el corazón, y eso ha hecho que no se presente en la empresa estos días. Todo su trabajo ha recaído sobre mí. Así que, si puedes, arregla lo que rompiste para que él pueda volver a trabajar — dijo mientras se metía las manos en los bolsillos.

Charles no estaba del todo seguro de por qué había dicho aquello. Tal vez intentaba ayudar a su amigo o buscar la manera de que regresara al trabajo, lo que le permitiría recuperar su libertad. Sin embargo, era consciente de que su amigo había cometido errores y que era él quien debía asumir la responsabilidad, no ella. En ese momento, lo único que realmente le importaba era que Michael volviera a su puesto.

Rayla fijó su mirada en Charles, levantando una ceja y frunciendo los labios.

—No sé si tu amigo ha intentado convencerte de que me hables, pero permíteme ser clara, Señor guardaespaldas: preferiría estar siete pies bajo tierra antes que llamarlo o darle una segunda oportunidad. Asegúrate de que le transmitas este mensaje— dijo, alejándose de él, ya que no deseaba continuar la conversación.

Charles, impulsivamente, la sujetó del brazo, una reacción instintiva ante la ofensa que le causaba su actitud. No era un guardaespaldas, y eso lo tenía claro.

—No escupas hacia arriba, podrías acabar recibiendo tu propia saliva —comentó, soltando su agarre al notar que ella se había molestado por su atrevimiento.

—Que caiga un rayo ahora mismo como confirmación; si no lo hace, es porque estoy mintiendo, y Dios lo sabe —respondió ella, mirándolo con desdén.

Charles, señalando con su dedo índice hacia el cielo, le dijo a Rayla: —Bueno, parece que Dios está confirmando que tú estás minti... —Pero antes de que pudiera terminar la frase, un rayo iluminó el cielo, dejándolo boquiabierto, con el dedo aún apuntando hacia arriba.

Rayla se sintió sorprendida por la situación, pero su sinceridad era innegable; Dios había revelado la verdad a Charles. Sin dudarlo, decidió retirarse del lugar sin mirar atrás, ya que había expresado todo lo que necesitaba.

Por su parte, Charles esbozó una sonrisa, aunque no comprendía del todo la razón detrás de su alegría. Se suponía que debía sentir tristeza por su amigo, ya que cuando una mujer toma una decisión, no hay vuelta atrás. Su amigo había perdido toda oportunidad con ella.




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