Día 30 de Diciembre
“Nada más doloroso que el silencio entre dos personas que se aman separándose, porque una no supo ordenar sus prioridades y la otra tuvo que elegir el amor propio”.
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La señora Rose había estado esperando en el estacionamiento de Rayla durante un tiempo considerable, decidida a abordar la situación de manera directa y sin rodeos.
Desde su infancia, había disfrutado de todas las comodidades que le brindaba su riqueza, lo que había moldeado su carácter dominante y autoritario. Criada sin límites, no dudaba en pasar por encima de los demás para conseguir lo que deseaba.
En el momento en que Rayla salió de su vehículo, la señora Rose se bajó del suyo y, con pasos firmes, la siguió a una distancia prudente, intentando no ser notada. Justo cuando Rayla cerró la puerta de su auto, la señora Rose la detuvo con una mano.
Rayla había notado su presencia, pero había estado intentando ignorarla. Sin embargo, sus esfuerzos no habían dado resultado.
—La mejor opción para ti, Rayla, es permitirme pasar y tener una conversación como adultas —dijo con un tono autoritario, dejando entrever su desdén.
Rayla exhaló un suspiro resignado mientras abría la puerta, permitiéndole el paso.
—No te equivoques, no eres bienvenida en mi casa, así que no te sientas cómoda —comentó al cerrar la puerta y dirigirse a los gabinetes en busca de una bebida.
La señora Rose levantó una ceja con desdén mientras se dirigía hacia un sofá, cruzando las piernas con una elegancia que reflejaba su sentido de superioridad.
—¿Cuál es el motivo de su visita, señora Claudia? —preguntó, mientras servía dos copas de vino y le ofrecía una a la señora Rose.
—Para ti, soy señora Rose —respondió con desdén.
—Bueno, no te debo ningún respeto y estás en mi casa sin una invitación previa. Así que, por favor, ve al grano y dime por qué estás aquí —dijo, mirándola fijamente a los ojos. La sola presencia de esa mujer en su hogar le resultaba desagradable, y sospechaba que sus motivos no eran nada buenos.
—Solo quería pasar y conocer más sobre mi querida nieta Violet— dijo con una sonrisa burlona, disfrutando de la expresión de miedo y pavor en el rostro de Rayla.
—¿De qué hablas? Mi hija no tiene nada que ver con tu hijo o tu familia— respondió Rayla, sintiendo que su peor temor se había confirmado.
Era evidente que aquella mujer no había interrumpido su vida solo por la relación con su hijo; había descubierto su secreto más preciado: su hija. Rayla sabía que no podía confiar en ella, pues había sido testigo de su frivolidad desde la preparatoria. Por eso, había planeado mentir sobre su hija.
—Por favor, esa pequeña mentira no te llevará a ningún lado. ¿Realmente pensaste que no me enteraría? No importa cuántas veces intentes engañarme, porque tú misma has cavado tu propia tumba. Tu mayor error fue regresar e involucrarte en la vida de mi hijo, lo que me llevó a descubrir la verdad sobre ti y tu hija— dijo con un tono lleno de desdén.
—No voy a permitir que insultes ni menciones a mi hija. Ella es solo mía, y ahora, por favor, sal de mi casa. Mi hija y yo no tenemos nada que ver con tu familia— respondió, visiblemente alterada.
—No te preocupes, me iré, pero no sin antes entender cuáles son tus intenciones con mi hijo. ¿Qué planeas hacer con la identidad de tu hija? ¿Tienes la intención de revelarle la verdad? — inquirió.
—Como ya mencioné, Violet es mi hija y solo mía. Si la he mantenido a mi lado todos estos años, ¿qué te hace pensar que cambiaré ahora? — replicó.
— Bien, ya sabiendo tus intenciones. Escucha con atención y recuerda mis palabras, ya que no las repetiré. Te exijo que te mantengas alejada de mi hijo. Guarda tu secreto y llévatelo contigo. Te prohíbo que le hables sobre la existencia de la niña, porque si lo haces, me aseguraré de que tu carrera se vea seriamente afectada y podrías perderlo todo. Si él llega a enterarse, haré todo lo posible para que pierdas la custodia de Violet. —dijo con una mirada amenazante mientras se levantaba del sofá y se dirigía hacia la salida, cerrando la puerta sin mirar atrás.
Rayla, al ver que la señora Rose había abandonado su hogar, se dejó caer al suelo, con las manos temblorosas y lágrimas en los ojos. No encontraba consuelo, y su desgracia apenas comenzaba.
Tomó la copa de vino que ella le había entregado a la señora Rose y la arrojó al suelo, estallando en mil pedazos mientras su voz se alzaba, desgarrada por la ira y el dolor.
Se reprochaba una y otra vez, sintiéndose culpable por haber sido tan imprudente. ¿Cómo no había considerado las consecuencias? ¿Por qué no había reflexionado antes de involucrarse nuevamente con Michael? ¿Acaso no había aprendido la lección años atrás? Había sido cautelosa y astuta, protegiendo a su hija durante 12 años, y ahora, por un solo descuido, todo se había desmoronado. Rayla se sentía más frustrada consigo misma que nunca.
Su corazón latía con fuerza y sus pensamientos eran un torbellino, pero un sonido familiar la sacó de su agonía. En la pantalla de su celular apareció el nombre de “Charles, el guardaespaldas”. Sin pensarlo, apagó el dispositivo, sin ganas de atender esa llamada.