En Busca De Lo Perdido

Testificar

La figura esbelta de Rayla irradiaba elegancia y seguridad mientras se contemplaba en el amplio espejo de su habitación. Sin embargo, ella era plenamente consciente de la inquietud que la invadía y de cómo sus palmas sudaban ante la anticipación.

A pesar de haber conversado con el abogado contratado por Charles, quien había llegado esa misma mañana para discutir la complejidad y duración del proceso legal, así como la habitual concesión de la custodia compartida, Rayla no podía evitar sentir una profunda inquietud. El abogado le había asegurado que no había motivo de preocupación, enfatizando que estaban en buenas manos y que las leyes siempre se aplican de manera justa, lo que le permitiría, en un futuro cercano, compartir momentos con su hija.

No obstante, Rayla no se sentía completamente convencida. A pesar de la confianza que el abogado mostraba, fundamentada en su experiencia y en los numerosos casos que había ganado, un presentimiento inquietante persistía en su pecho. La forma en que su corazón latía le susurraba que Michael podría estar tramando alguna maniobra desleal, lo que podría resultar en su desventaja, ya que él había estado actuando con astucia y sigilo, como una serpiente.

La mano derecha de Rayla fue tomada por Charles, quien había ingresado en la habitación y la observó de pie frente al espejo, inmóvil, con la mirada fija en su reflejo. Sin embargo, era como si no estuviera presente, ya que el sobresalto que experimentó al sentir el contacto de Charles con su mano lo confirmó.

—Estás preciosa, y no solo eso; irradias un brillo contagioso en el día de hoy —dijo, besando con ternura el hombro de Rayla. Era consciente de que lo que más necesitaba ella en ese momento era seguridad y apoyo, y sin duda, él estaba allí para proporcionárselo.

—No creo que este vestido sea el más adecuado, ¿no lo crees? Quiero transmitir la imagen de ser una buena madre, y este vestido me hace parecer descuidada. O quizás es porque está demasiado holgado, dado que mi abdomen está creciendo —expresó, con un tono de duda.

El vestido que has elegido te queda excepcionalmente bien. No es necesario que proyectes nada a través de tu vestimenta, ya que posees una esencia innata. Este vestido, además, te brinda una apariencia maternal, delicada y amorosa hacia quienes te rodean, lo que contribuirá a que te sientas segura. Sin embargo, debemos partir, ya que no deseamos llegar tarde a nuestra primera cita. Antes de cruzar esa puerta, quiero que sepas que, pase lo que pase, estaré a tu lado, apoyándote y cuidándote. Encomendemos todo esto a nuestro Creador, —murmuró, tomando las manos de ella entre las suyas y comenzando a orar.

Rayla nunca había presenciado un acto como este, lo cual resultó ser una experiencia nueva para ella. No dudó ni un instante en seguir su ejemplo y encomendar todo al Dios divino.

La audiencia había comenzado más tarde de lo previsto, ya que el juez se había excusado debido al tráfico. Rayla, por su parte, cada segundo dirigía su mirada hacia el lado opuesto, en busca de que su hija estableciera algún contacto visual con ella. Sin embargo, desde que la vio entrar, no había logrado conectar con ella.

A la par de Violet se encontraban la señora Rose y Michael, quienes lucían vestimentas de alta gama, emanando una aura de superioridad y confianza. Sin embargo, esto no era de relevancia para Rayla; su atención se centraba en la apariencia de Violet, quien no mostraba signos de descuido. Por el contrario, llevaba un vestido floral en tono crema, calzado a juego y su cabello recogido con delicados adornos. Rayla la percibió hermosa y feliz, y por primera vez en su vida sintió que su corazón latía con normalidad, inundado por una calma reconfortante.

Durante el juicio, se le brindó a Rayla la oportunidad de hablar y argumentar por qué consideraba que debía ser la custodia de su hija, en lugar de su padre.

—No deseo presentarme como una persona egoísta— afirmó, dirigiendo su mirada hacia su hija, quien había desviado la vista para evitar el contacto visual. —Si oculté a mi hija, fue por razones que trascienden el mero enojo o resentimiento, como se ha querido hacer parecer— expresó con firmeza.

El abogado de Michael interrumpió con un tono malicioso, afirmando que, de ser ese el caso, nunca habría decidido enviar a su hija a otro país sin obtener el consentimiento del padre. En otras palabras, no se puede afirmar que el padre haya privado a su hija de su existencia únicamente debido a un pequeño incidente ocurrido en su adolescencia con la novia de este, y que, motivado por rencor y malicia, optó por mantener este hecho en silencio. Sonriendo con arrogancia, el abogado reveló que Michael y él se habían reunido día tras día para ensayar lo que se diría en el juicio, así como para identificar aspectos del pasado que pudieran perjudicar a Rayla.

—Objeción, su señoría —intervino el abogado de Rayla.

—Objeción denegada. ¿Qué tiene usted que decir, señora Rayla, en relación con esto? —preguntó el juez.

Rayla, con calma y confianza, respondió relatando los hechos de aquel encuentro. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por explicar las razones que la llevaron a tomar esa decisión en beneficio de su propia hija, el abogado planteaba preguntas con doble intención. A pesar de los intentos de intervención por parte del abogado de Rayla, estos fueron desestimados, colocando a Rayla en una situación comprometida que perjudicaba su imagen como madre.

—No te preocupes, Rayla— musitó el abogado de ella al concluir su declaración y regresar a su asiento. —Esto es solo la primera sección de las muchas que seguirán. Ahora es el turno de Michael para expresar su versión de los hechos, y yo me comprometo a hacer todo lo posible para demostrar que él no es un mejor padre que tú.

Rayla asintió en silencio ante las palabras del abogado, sintiéndose como si hubiera fracasado. Este le había acorralado de tal manera que parecía conocer aspectos de su historia que ella ni siquiera recordaba, distorsionando los hechos a su favor. Su mente se encontraba abrumada, intentando desmentir cada afirmación, pero aquel abogado era astuto y sabía cómo manipular la situación a su conveniencia. No es que su propio abogado no la asistiera en absoluto; ese no era el problema, sino que el juez no le otorgaba la misma consideración que al otro.




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