—Dado que tu padre Michael ha adoptado una postura condescendiente y es la persona que aboga por una custodia definitiva, además de ser quien ha manifestado mayor preocupación por pasar más tiempo con la señorita Vaiolet, a quien tenemos aquí presente— el juez formuló la siguiente pregunta: —Violet, ¿tienes alguna inquietud respecto a vivir con tu padre o tu madre?
—No deseo regresar a Brasil; prefiero quedarme en mi país natal, donde podré disfrutar de más tiempo con mi padre y mis abuelos.
Rayla, quien había estado atenta a las palabras de su hija, mostraba una clara expresión de negación en su rostro, ya que su hija no parecía hablar con su propia voz. Y tenía razón, pues en cada palabra que pronunciaba su hija, Michael movía inconscientemente los labios, como si todo aquello hubiera sido ensayado hasta el agotamiento.
El juez continuó: —¿Cómo eran tus rutinas diarias con tu madre antes de que te enviara a vivir a Brasil?
—No la envié a vivir sola por mero capricho...— Rayla se había levantado de su asiento, visiblemente alterada ante las palabras del juez. Este había actuado desde el principio en favor de Michael y, con sus comentarios malintencionados, intentaba culpar a Rayla y presentarla como una madre negligente. Ella no pudo soportar un minuto más la presencia de aquel juez charlatán.
—Silencio en la sala, señora Rayla. Su comportamiento agresivo y la falta de respeto hacia la ley son inaceptables—.
Las palabras del juez eran una reprimenda hacia Rayla, quien, a instancias de Charles, con una voz suave y paciente, le solicitó que se sentara, regresó a su lugar, aunque su mirada se tornó afilada al dirigirse al juez. Él ya había sospechado que este magistrado era un sinvergüenza cuya lealtad a la justicia había sido comprometida por la familia Rose.
—Como continuábamos diciendo, señorita Violet, por favor, relátame sobre su rutina.
—Bueno, no había mucha rutina, por así decirlo. Durante mi tiempo de estudio aquí, la mayor parte del tiempo la pasaba sola, ya que mi madre se encontraba constantemente trabajando— dijo, suspirando con pesadez. —Luego, los fines de semana, en horario nocturno, me preparaba algunos platos de marisco, y eso era todo; así transcurrían las semanas en un ciclo vicioso.
—La última pregunta, y le pido que sea honesta: ¿con quién desea vivir?
—Con mi padre, sin lugar a dudas.
Ante tal pregunta, Rayla se levantó de su asiento, indignada, pero más que eso, dolida y destrozada. Ella no era una mala madre; había trabajado incansablemente en dos empleos para proporcionar a su hija una de las mejores educaciones posibles. Sus propios padres habían hecho lo mismo por ella, y ella había querido seguir ese ejemplo, pero los resultados no habían sido los esperados.
Su hija, la luz de sus ojos, aquel retoño por el cual ella arriesgó todo para darle vida y proveer sustento diario, había optado por su padre en lugar de ella, un individuo insípido y narcisista. Por esta razón, al escuchar la firme decisión de su hija de no desear estar a su lado, tomó la determinación de abandonar el lugar, sin importar que el juez le otorgara la custodia definitiva a Michael por su abandono.
Esto no significaba que su hija no le importara; sin embargo, sentía la necesidad de impartir una lección, de hacerla experimentar el mismo dolor que ella había sentido al no ser elegida. Aunque esta acción pudiera ser considerada inapropiada por otros, el sufrimiento causado por la traición de su propia hija había enfriado su corazón.
Charles y el abogado la habían seguido fuera del lugar en silencio. A pesar de que el abogado deseaba expresar sus pensamientos, Charles le hizo una señal para que se abstuviera. Si su esposa había tomado esa decisión, lo había hecho con el más profundo dolor en su alma; para ella, fue necesario reunir coraje y valor para actuar. Él se negaba a cuestionar sus acciones, pero había prometido estar a su lado y apoyarla sin importar las circunstancias.
Mientras se dirigían por la carretera hacia casa, Rayla finalmente decidió articular algunas palabras.
—Debes estar pensando que soy la peor madre del mundo —murmuró con voz ronca y baja, pero Charles pudo escucharla con claridad a pesar del denso e incómodo silencio que reinaba en el automóvil.
—No, ni lo digas, cariño, escucha…
—No, escúcheme a mí— dijo entre sollozos, con la mirada perdida y un rostro lleno de angustia. —Si tomé la decisión de abandonar el lugar sin esperar el resultado, no fue por querer desatender a mi hija. Estoy aquí, esperándola con los brazos abiertos, sin importar cuánto tiempo transcurra. Sin embargo, si lo hice, fue por cobardía, por el miedo de enfrentar el resultado final, ya que todo era evidente desde el principio. Solo deseo sentir que esto son unas vacaciones sin ver a mi hija y no escuchar que un juez ha determinado que no soy apta para tenerla, porque sí lo soy. Lamento profundamente si no lo he demostrado, si en estos días he mostrado desinterés por este bebé que Dios nos ha otorgado, por esta segunda oportunidad de ser madre. ¡Lo siento tanto! — exclamó con un llanto desgarrador.
Al observar a Rayla llorando desconsoladamente, Charles abandonó la carretera y se estacionó rápidamente en un área designada. Sin dudarlo, la abrazó con fuerza, intentando absorber su sufrimiento y aliviar la carga que la agobiaba, con la esperanza de brindarle un poco de felicidad. Sin embargo, comprendió que eso no era posible; su única opción era estar presente para ella, haciéndole sentir que podía contar con él en todo momento y que no la abandonaría.
—Escucha —murmuró, una vez que Rayla se había calmado y el color había regresado a su rostro, aunque ambos permanecían en silencio en aquel lugar—. Si lo deseas, puedo llevarte en este instante a ver a un psicólogo. Es alguien a quien he estado consultando desde hace unos meses —agregó, con un tono de vergüenza.
—¿Has estado yendo al psicólogo? —preguntó Rayla, sorprendida ante esta revelación, sin poder imaginar que su pareja, quien siempre estaba atento a todo y mostraba una sonrisa radiante, necesitaba la ayuda de un profesional.
Editado: 23.05.2025