Les imploro que no lean estos dos últimos capítulos sin escuchar música melancólica. Les recomiendo escuchar la canción "Lovely". Si no lo hacen, no sentirán la misma emoción que he querido transmitir. Se los ruego.
Sin importar cuántas veces Michael solicitó ver a su madre, no se le concedió tal privilegio. Esta decisión no fue tomada por la voluntad de los demás, sino por su propia madre, quien se sentía avergonzada y derrotada, sin el deseo de ver a ninguno de sus familiares.
Michael persistió en su empeño y anheló creer en los delitos que se le imputaban a su madre. Por esta razón, en numerosas ocasiones se dirigió a la casa de Rayla, exigiéndole que dijera la verdad sobre su madre y que dejara de distorsionar la realidad con el fin de causarle daño.
Sin embargo, todas estas acciones eran un intento de evitar el dolor que la aceptación de la verdad le acarrearía, así como de evitar llorar una vez más la pérdida de sus amigos y de su exnovia. Quizás, solo quizás, todo esto fue orquestado por Rayla y Charles para que él no tuviera que enfrentar a su madre de esa manera. No obstante, cuanto más se aferraba a la negación de la verdad, más oprimido se sentía y más dolor experimentaba al intentar suprimir el sufrimiento causado por la traición.
Michael no pudo intervenir el día en que su madre fue juzgada. A pesar de proclamar su inocencia, Michael constató por sí mismo la veracidad de las acusaciones. Las llamadas realizadas en el mismo periodo en que ocurrieron los hechos, el dinero retirado de su cuenta en ese mismo lapso, así como las declaraciones de aquel hombre que, sin ningún temor, confesó las atrocidades que había cometido a cambio de una considerable suma de dinero proporcionada por la señora Rose, corroboraron la situación.
Lo más impactante para Michael en ese momento fue escuchar, con lujo de detalles, cómo aquel individuo había logrado su objetivo, manipulando cada escenario para que pareciera una muerte natural o un simple accidente, cuando la realidad era completamente distinta.
Michael permaneció sentado en el banco, escuchando todo aquello mientras su corazón latía con rapidez, deseando correr hacia afuera, alejarse del lugar y perderse en la realidad, sin querer saber más sobre lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, no se movió en ningún momento; sus músculos estaban tensos y rígidos, incapaces de reaccionar.
A pesar de haber escuchado el veredicto del juez, su mente no lograba asimilar la información en absoluto, y permanecía sentado en su lugar, a pesar de la ausencia de otras personas en aquel recinto. No podía aceptar que su madre había sido condenada a veinticinco años de prisión, ni el hecho de que, al salir de su estado errático, comprendiera que toda su tristeza había sido provocada por ella.
Aquella misma mujer que había estado a su lado en sus momentos más oscuros, aquella madre que, sin lugar a dudas, le había brindado los mejores consejos de su vida y le había ayudado a redimirse y a convertirse en una mejor versión de sí mismo.
Nadie más que él había asistido a aquel juicio; su padre había optado por pasar página, centrándose únicamente en su empresa, y se había divorciado de su madre de manera inmediata.
Sus hermanos ni siquiera se tomaron la molestia de asistir o de mencionar el nombre de su madre en cada reunión o al llamarla para indagar sobre su estado. Todos habían dado un giro en sus vidas, mientras que Michael se encontraba en el abismo más profundo de su existencia. Él había renunciado a la empresa, no salía de su hogar y ni siquiera había vuelto a contactar a Rayla para obtener noticias sobre Violet. Su única expectativa era recibir la carta del juez en la que ella solicitaba la custodia, pero esta no había llegado. A pesar de ello, Michael se aisló del mundo, sumido en su propia miseria.
Sin embargo, un día, tras largos meses de reflexión, decidió enfrentar a su madre cara a cara, ya que durante el día de su juicio solo habían intercambiado miradas y desde entonces no la había vuelto a ver.
Durante los cinco meses que su madre había estado en prisión, nadie se había preocupado por llamarla o visitarla. Esto era lo que merecía, su karma por todos sus males; por ello, se sorprendió al enterarse de que Michael había ido a visitarla.
La emoción y la nostalgia habían atravesado su rostro, y la tristeza era innegable; sin embargo, lo que faltaba era el arrepentimiento, que nunca se había manifestado en ella. No, ella no sentía eso en su vida, ya que estaba convencida de haber actuado de la mejor manera.
Así, cuando finalmente vio a su hijo, demacrado, acercarse a la mesa donde ella estaba sentada, se levantó rápidamente para abrazarlo y reconfortarlo una vez más en su camino de desolación.
«No te atrevas a tocarme, ni te acerques. Quédate sentado y responde a mis preguntas— le dijo con hostilidad, deseoso de gritarle y reprocharle, pero al mismo tiempo, verla con esas ropas, tan desmejorada y tan diferente, apaciguaba su ira, aunque no entendía por qué, dado que ella había arruinado su vida.
— Hijo, escúchame, ¿podrías informarme sobre el estado de la empresa? — comentó la señora Claudio Rose con un tono melódico y persuasivo, como tantas veces lo hizo en el pasado.
— No, no, no, no hables — respondió él, llevándose las manos a la cabeza y luego pasándolas por su rostro. Furioso al escuchar aquella pregunta, su madre ni siquiera había indagado sobre su bienestar personal, sino sobre la situación de la empresa.
— ¿Confiabas en mí? — inquirió Michael con una voz grave, sus ojos ardían con el deseo de gritar.
— Por supuesto que confiaba y confío en ti, ¿qué tipo de pregunta es esa?
— No, no confiaste, porque preferiste manipular mi vida a tu antojo y alejarme de personas que eran valiosas para mí. Sabías cuánto amaba a Sandrine y la apartaste de mi vida; también eras consciente de la buena amistad que tenía con mis amigos y decidiste separarlos de mí. ¿De verdad me amas?
Editado: 23.05.2025