En Busca De Redención

Capítulo 1: La Larga Caída

Desde su nacimiento, Azrael había sido uno de los ángeles más observadores del Cielo. En su eternidad, había sido testigo de las acciones humanas, de sus decisiones, sus amores, sus pérdidas y su constante lucha por entender el propósito de su existencia. Pero mientras los humanos se debatían en el dilema de ser o no ser, él estaba atrapado en una rutina perfecta, una existencia pura y sin emociones.

Había escuchado de las historias de sus compañeros: seres que vivían en armonía con las reglas del Cielo, sin cuestionarlas ni siquiera por un instante. Eran felices en su conformidad, pero Azrael no podía evitar mirar hacia abajo, hacia la Tierra, donde todo parecía tan… caótico. Ahí abajo, los humanos sentían, cambiaban, amaban y se destruían en su búsqueda de respuestas. A veces sentían todo lo que él no podía sentir.

Una noche, mientras observaba la danza de las estrellas desde su lugar en la vasta extensión del Cielo, Azrael escuchó una suave voz en su mente. Era el Ángel que lo veía todo, la figura encargada de mantener el orden y hacer cumplir las leyes del Cielo. Su voz era fría y severa.

—Azrael, has sido creado para servir al Cielo, no para cuestionarlo. Los humanos no son para ti. No debes involucrarte con ellos. No sientas lo que no puedes sentir.

El ángel supo que esa advertencia era más que una orden: era una amenaza, un recordatorio de su lugar en el orden universal. Pero mientras las palabras del Ángel que lo veía todo retumbaban en su mente, un sentimiento que nunca había experimentado se encendió en su pecho: el deseo de ser algo más. Un deseo que no podía ignorar.

Azrael decidió que, por primera vez en su existencia, desobedecería. No sabía qué le esperaba en el mundo de los mortales, pero sentía que debía vivirlo, aunque fuera solo por un momento.

Desprendiéndose de sus alas, que representaban la pureza de su ser, Azrael descendió del Cielo. Nadie lo vio partir, y aunque la barrera entre los mundos era estricta, él la atravesó sin esfuerzo, como si el destino mismo lo hubiera impulsado a cruzar esa línea invisible.

Mientras tanto, en lo profundo del abismo infernal, Eryx había pasado siglos atrapado en las garras del tormento. El infierno era un lugar sin esperanza, donde las almas perdidas y los demonios sufrían a manos de los rituales y las sombras. Pero Eryx no era como los demás demonios. Desde el día en que fue creado, había tenido la sensación de que debía escapar, de que su destino no estaba sellado entre las llamas del abismo. Durante siglos había permanecido cautivo, hasta que, un día, sucedió lo impensable.

La barrera entre el infierno y la Tierra, un velo que separaba los mundos, se abrió brevemente. Durante un momento fugaz, un alma maldita humana fue arrojada al abismo, y la grieta entre los mundos se agrandó lo suficiente para que Eryx pudiera escapar. El precio de su libertad fue alto: fue gravemente herido por los rayos infernales que se dispararon cuando cruzó el umbral, pero lo que le esperaba en el otro lado era una promesa de libertad.

Herido y exhausto, Eryx llegó a la Tierra, a una pequeña isla caribeña donde la brisa del mar y la belleza del paisaje le ofrecían refugio. No entendía por qué su destino lo había llevado allí, pero sabía que el mundo terrenal, aunque imperfecto y peligroso, era mucho más atractivo que el tormento eterno del infierno.

Los días pasaban en la isla, y Eryx permanecía oculto, evitando la interacción con los humanos que de vez en cuando se aventuraban cerca. Su cuerpo estaba marcado por las cicatrices del abismo, pero su alma ardía con un deseo de comprender este nuevo mundo, de encontrar la libertad que tanto había anhelado. Aunque herido y marcado por su paso por el infierno, había algo dentro de él que le decía que su verdadera lucha estaba a punto de comenzar.

Una noche, mientras caminaba por la orilla, observando las olas romper en la arena, Eryx sintió una extraña sensación. No era la sensación de ser observado, sino la de ser llamado. Algo en el aire cambió, como si el mismo viento le trajera un mensaje.

Azrael, por su parte, no pudo resistir más. La llamada del mundo terrenal lo había absorbido por completo. No era solo curiosidad, sino una necesidad profunda de experimentar lo que los humanos vivían, de tocar la esencia misma de la vida y la muerte. Al final, después de haber cruzado el umbral que separa a los ángeles de los mortales, Azrael aterrizó en la isla. La brisa del Caribe acarició su piel, y por un momento, se sintió más vivo que nunca.

Al principio, todo le parecía extraño. Los sonidos de la naturaleza eran más intensos, los colores más vivos, y el aire, aunque cálido, lo llenaba de una sensación de plenitud. Era un lugar lleno de vida, de misterios, de momentos fugaces. Y en ese lugar, se encontraba con algo aún más desconcertante: el demonio.

Eryx, que caminaba solitario por la orilla, levantó la vista cuando escuchó el leve sonido de un pie tocando la arena. Allí, frente a él, apareció Azrael. El ángel lo observó en silencio, sus ojos brillando con una intensidad que reflejaba la sorpresa, la emoción y el miedo. El demonio, aún desconcertado por la presencia del extraño visitante, lo miró fijamente.

La conexión fue instantánea.

Azrael, que había desafiado las reglas del Cielo, ahora se encontraba frente al demonio que había desafiado las profundidades del abismo. Los dos, sin saberlo, estaban destinados a cruzarse. La historia que los uniría apenas comenzaba.




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