La luz de la luna se reflejaba sobre el mar, creando un brillante sendero plateado que se extendía hacia el horizonte. El suave sonido de las olas rompiendo en la arena parecía un canto lejano, como si el océano estuviera susurrando secretos que solo los seres más antiguos podían entender. Azrael observaba el paisaje con una mezcla de asombro y confusión. No era la primera vez que veía la belleza de la Tierra, pero ahora que estaba sobre ella, viviendo en carne y hueso, todo parecía más intenso, más real. La brisa que acariciaba su rostro no era como el aire inmaculado del Cielo. Era cálido, cargado de sal y de vida, con un toque de fragilidad.
Un paso más lo acercó a la orilla, donde las sombras danzaban suavemente al ritmo de la marea. Y allí, entre las sombras de los árboles y las rocas, lo vio.
Eryx.
El demonio estaba de pie, de espaldas, mirando el mar con una expresión vacía, como si buscara respuestas en el horizonte. Su cuerpo estaba cubierto de cicatrices, marcas de su huida del infierno, de los rituales y las tormentas infernales que lo habían marcado de por vida. Aunque las heridas eran profundas y visiblemente dolorosas, algo en él irradiaba fuerza, una fuerza oscura y mística, casi palpable. Sus ojos, de un rojo profundo, brillaban bajo la luz de la luna, como brasas a punto de consumirse.
Azrael no podía apartar la mirada. Algo dentro de él lo atraía hacia Eryx, una sensación indescriptible, como si su destino estuviera unido al del demonio. Su corazón, que hasta entonces había latido sin verdadera emoción, ahora parecía reaccionar a la presencia del otro ser.
Por un momento, ninguno de los dos se movió. El silencio entre ellos era denso, lleno de algo que ninguno entendía por completo. Finalmente, fue Eryx quien rompió el silencio, su voz grave resonó en la quietud de la noche.
—¿Quién eres? —preguntó sin girarse, pero su tono era más curioso que hostil.
Azrael vaciló antes de responder. Su nombre no era importante aquí, no en un mundo que no conocía, pero al final, decidió revelarlo.
—Soy Azrael —dijo con calma, aunque una extraña tensión lo invadió—. He venido del Cielo.
Eryx giró lentamente, sus ojos rojos observando al ángel. Por un momento, la confusión pasó por su rostro, pero rápidamente se desvaneció, reemplazada por una mezcla de desconfianza y algo más, algo que Azrael no pudo identificar.
—El Cielo... —murmuró el demonio, como si el concepto le fuera completamente ajeno—. Nunca pensé que vería uno de tus tipos aquí. No te ves como los otros ángeles, no tienes la calma que suelen tener.
Azrael, por primera vez, se dio cuenta de lo que Eryx quería decir. En su forma celestial, era puro y sereno, sin emociones. Pero aquí, en la Tierra, algo había cambiado en él. La vibración de la vida lo rodeaba, y sentía la urgencia de conocer lo que los humanos experimentaban: el deseo, el amor, la angustia.
—No soy como los demás, no... —respondió Azrael, la duda en su voz evidente—. He venido a comprender lo que no puedo entender desde el Cielo.
Eryx lo observó detenidamente, como si analizara cada palabra, cada gesto. Luego, dio un paso hacia él, su mirada fija en los ojos del ángel.
—¿Comprender qué? ¿Lo que es ser humano? —Su risa fue amarga, pero no cruel—. Aquí no encontrarás respuestas fáciles. La Tierra no es un lugar para que seres como tú busquen respuestas.
Azrael sintió que las palabras de Eryx resonaban dentro de él. El demonio había hablado con el conocimiento de quien ha vivido la tormenta, de quien ha tocado los límites de la existencia. Azrael, sin embargo, solo veía la superficie, todo lo que aún no había tocado, lo que aún no había entendido.
—Quiero entender lo que se siente... lo que los humanos sienten. La tristeza, el amor, la desesperación... —dijo Azrael, sus palabras apenas un susurro, como si hablar de eso fuera un acto de desobediencia—. Quiero sentir. Quiero vivir.
Eryx lo observó en silencio durante un largo rato, como si evaluara si aquello era una locura o una verdad que, de alguna manera, él mismo había olvidado. Al final, no dijo nada, pero un brillo extraño apareció en sus ojos.
—La vida humana no es algo que debas desear —respondió finalmente, pero su tono había cambiado, volviéndose más bajo y menos seguro—. Hay más oscuridad que luz en ella, más dolor que amor. Y aún así, ellos siguen adelante.
Azrael no podía evitar sentir una profunda fascinación por Eryx. Había algo en sus palabras que lo arrastraba, como si el demonio comprendiera algo que él no lograba ver. El ángel había buscado respuestas, pero ahora parecía que había encontrado más preguntas.
Un silencio pesado cayó entre ellos, pero esta vez, no era incómodo. Era como si ambos compartieran una conexión que no podían explicar. Algo que iba más allá de la naturaleza que los definía.
Finalmente, fue Azrael quien dio el siguiente paso. Se acercó lentamente a Eryx, sintiendo cómo el aire vibraba entre ellos, cargado de una electricidad que ninguno de los dos podía negar. Al principio, solo fue un roce de miradas, pero luego las palabras se volvieron innecesarias. El deseo de comprender, de compartir algo, había superado cualquier regla o límite impuesto por el Cielo o el Infierno.
Eryx observó al ángel con una mezcla de desconfianza y fascinación, pero en el fondo, algo dentro de él también respondía a esa llamada. No era amor lo que sentía, pero sí algo similar a la curiosidad, una curiosidad que ni siquiera el abismo había podido apagar.
Azrael, por su parte, sintió una fuerte necesidad de ir más allá, de romper con las reglas que lo habían retenido durante tanto tiempo. El Cielo había sido su prisión, pero la Tierra... la Tierra le ofrecía una libertad que él aún no comprendía, pero que deseaba explorar.
—No sé qué pasará, pero no volveré atrás —dijo Azrael con determinación.
Eryx lo miró por un momento más, y luego, sin decir una palabra, giró hacia la oscuridad de la selva. La conexión seguía allí, entre ellos, invisible pero poderosa. Sabían que sus destinos ahora estaban entrelazados, aunque ninguno de los dos sabía hasta dónde los llevaría este encuentro.