La noche avanzó lentamente en la isla, bañando todo con una luz azulada y plateada. Dentro de la cabaña, el fuego seguía ardiendo, proyectando sombras en las paredes de madera. Eryx permanecía en su silla, observando a Azrael con expresión inescrutable. El ángel, por su parte, se mantenía de pie, sintiendo por primera vez el cansancio en su cuerpo.
—Necesitas dormir —dijo Eryx de repente, rompiendo el silencio.
Azrael parpadeó.
—¿Dormir?
Eryx rodó los ojos, claramente impaciente.
—Sí. ¿O acaso los ángeles no duermen?
Azrael negó con la cabeza.
—No en el Cielo. No hay necesidad de ello.
Eryx dejó escapar una risa baja y burlona.
—Bienvenido a la humanidad, entonces.
El ángel miró a su alrededor, inseguro de qué hacer. Sabía que los humanos dormían, pero nunca había pensado en cómo se sentía hacerlo. Se sentó con cuidado en el suelo, cerca del fuego, y Eryx lo observó con una ceja arqueada.
—¿Ahí piensas dormir? —preguntó con ironía.
—No lo sé —admitió Azrael—. No tengo experiencia con esto.
Eryx suspiró y se puso de pie, caminando hacia la cama. Tomó una manta de tela áspera y se la arrojó al ángel.
—Usa eso. No quiero que te congeles y luego tenga que lidiar con un ángel enfermo.
Azrael atrapó la manta y la miró con curiosidad antes de envolverse en ella. El calor fue inmediato y reconfortante, diferente a cualquier otra sensación que hubiera experimentado.
Eryx se sentó de nuevo en su silla y cruzó los brazos.
—Tienes mucho que aprender —murmuró, más para sí mismo que para Azrael.
El ángel cerró los ojos, dejándose llevar por la extraña pero agradable sensación de descanso.
El sueño llegó a él de forma inesperada. No era como las visiones celestiales ni como la percepción eterna de la existencia en el Cielo. Era algo más profundo, más tangible. Y, por primera vez, soñó.
Soñó con el Cielo, con las luces doradas y los cánticos eternos. Pero algo estaba mal. Las voces no eran armoniosas, sino tensas. Sintió una presencia observándolo desde las alturas, algo grande e inmenso que no podía ver, pero que lo llenaba de inquietud.
—Azrael…
La voz resonó en su mente, grave y firme, como el eco de un trueno en la distancia.
—Has roto el equilibrio.
El ángel sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Quiso hablar, explicar su decisión, pero antes de que pudiera hacerlo, una presión invisible se apoderó de su pecho.
—Volverás.
Azrael se despertó de golpe, respirando agitadamente. El fuego todavía ardía, y la cabaña seguía en silencio. Pero el sueño lo había dejado con una sensación de inquietud que no podía ignorar.
Eryx, que hasta entonces había parecido dormido en su silla, abrió un ojo.
—¿Pesadillas? —preguntó con voz somnolienta.
Azrael no respondió de inmediato. Su mente seguía atrapada en la visión.
—Algo así —murmuró finalmente.
Eryx lo observó por un momento antes de encogerse de hombros.
—Acostúmbrate. Aquí abajo, los sueños pueden ser más crueles que la realidad.
El ángel desvió la mirada hacia la ventana. El mar seguía allí, inmutable, pero la sensación de ser observado no lo abandonaba.
Sabía que el Cielo no lo dejaría ir tan fácilmente.
Y que su tiempo en la Tierra, por más que deseara lo contrario, estaba contado.