La mañana llegó con el murmullo del mar y el canto de los pájaros ocultos en la selva. Azrael abrió los ojos lentamente, sintiendo la calidez del sol filtrarse por las rendijas de la cabaña. El aire, cargado de humedad, entró en sus pulmones de manera que nunca había experimentado en su vida, y por un momento se quedó quieto, simplemente sintiendo el mundo físico. La sensación de estar anclado al suelo le resultaba extraña. Su cuerpo, antes ligero como la brisa celestial, ahora pesaba sobre la tierra, anclado por la gravedad.
Eryx ya estaba despierto. De pie junto a la ventana, observaba el horizonte con una mirada distante. La luz suave del amanecer bañaba su figura, y sus cuernos oscuros brillaban apenas entre sus rizos desordenados. A través de su ropaje rasgado, las cicatrices de su piel seguían visibles, recordatorios de su violento escape del Abismo. Sin embargo, no parecía que Eryx estuviera afectado por su pasado. Para él, ese pasado ya era historia, una historia de la que se burlaba con cada risa que soltaba.
Azrael, por otro lado, no podía quitarse de la mente las imágenes de lo que había dejado atrás. La mirada de su hermano, el gran ojo que todo lo veía, el juicio eterno… Aunque su mente trataba de disipar esos recuerdos, una presencia desconocida y abrumadora se mantenía fija en su pecho. El peso de lo que había hecho lo ahogaba de una manera que no podía explicar.
—No eres bienvenido aquí.
Las palabras de Eryx fueron cortantes, sin rodeos. No había hostilidad en su tono, pero tampoco cordialidad. Simplemente la verdad de un demonio que había aprendido a sobrevivir en un mundo mucho más crudo que el cielo del que Azrael venía.
Azrael se sentó lentamente, todavía envuelto en la manta áspera que Eryx le había dado la noche anterior. Al principio, el ángel había esperado que el contacto físico con el mundo fuera algo fácil, pero ahora que ya había vivido la experiencia de caminar sobre la tierra, de experimentar el calor del sol en su piel y el dolor de una caída, se dio cuenta de lo frágiles que eran los mortales.
—Lo sé —respondió Azrael con una calma que no sentía por completo.
Eryx se giró para mirarlo, apoyándose en el marco de la ventana con los brazos cruzados.
—No me refiero solo a mí —dijo con seriedad—. Esta isla, esta tierra… No perteneces aquí. Y hay cosas que no tardarán en notarlo.
Azrael sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Hablas del Cielo?
Eryx negó con la cabeza.
—El Cielo es solo una parte del problema. Lo que más me preocupa es el equilibrio. Todo tiene su lugar, ángel. Humanos, demonios, ángeles… Cuando uno de nosotros rompe la armonía, el mundo reacciona. Y créeme, la Tierra no es tan indulgente como crees.
Azrael bajó la mirada, sintiendo por primera vez el peso real de sus acciones. Sabía que su partida del Cielo no sería ignorada, pero no había pensado en cómo el propio mundo reaccionaría ante su presencia. Pensó en los humanos, los seres que él había observado durante milenios desde lo alto, pero nunca había experimentado el mundo a través de sus ojos. ¿Acaso ellos verían en él lo mismo que veía el Cielo? ¿Un error, una aberración?
—Entonces, ¿qué sugieres que haga? —preguntó con calma, queriendo escuchar más de lo que Eryx pensaba.
Eryx lo observó en silencio antes de soltar un suspiro cansado.
—Si quieres sobrevivir, tendrás que aprender a moverte como un mortal. No llamar la atención. No usar tus dones. No ser un ángel.
Azrael frunció el ceño, el peso de sus palabras calando más profundo de lo que esperaba. En el Cielo, no había necesidad de esconderse, no había necesidad de ser diferente, porque todos eran iguales. Pero aquí, en la Tierra, todo era incierto y nuevo, y en ese caos, él era una anomalía.
—¿Y si no quiero ocultarme?
Eryx rió, pero su risa no tenía alegría.
—Entonces no vivirás mucho tiempo.
El silencio se instaló entre ellos, pesado y profundo. Azrael sintió una leve punzada en su interior. No era miedo, pero sí una extraña sensación de vulnerabilidad, algo completamente ajeno a su naturaleza. Él, un ángel caído, condenado a ser igual que todos los seres que había mirado desde las alturas. Y ahora, al estar de pie en ese lugar desconocido, con los pies firmemente plantados en el suelo, sintió por primera vez lo que significaba ser uno de ellos.
—Bien —dijo finalmente—. Enséñame.
Eryx lo miró fijamente, como si estuviera midiendo la sinceridad de sus palabras. Después de un instante que pareció eterno, asintió con un gesto lento.
—Será un infierno para ti, ángel.
Azrael esbozó una pequeña sonrisa, la primera desde que había llegado a la isla.
—No sería la primera vez que me acerco a uno.
Eryx dejó escapar una risa baja y burlona antes de girarse y caminar hacia la puerta de la cabaña. Sin embargo, antes de salir, se detuvo y miró a Azrael una vez más.
—Recuerda esto, ángel. Aquí, lo que importa no es lo que eres, sino lo que haces. Y la tierra no se mueve por principios ni por lo que está escrito en los cielos. Aquí solo hay supervivencia.
Azrael asintió en silencio, sintiendo un peso nuevo sobre sus hombros. Mientras la selva se cerraba a su alrededor, supo que estaba entrando en un mundo completamente desconocido. Y que su prueba apenas comenzaba.