La brisa nocturna mecía las hojas de las palmeras mientras Azrael y Eryx regresaban al improvisado campamento en la playa. El fuego aún ardía con intensidad, iluminando los rostros de ambos con un resplandor anaranjado.
El ángel se sentó sobre la arena, apoyando los codos en las rodillas. Aún tenía en la mente las cicatrices de Eryx, aquellas marcas que parecían un castigo eterno. Se preguntó si él mismo terminaría con heridas similares ahora que había desafiado las leyes del Cielo.
Eryx, notando el silencio del ángel, suspiró.
—No tiene sentido que sigas dándole vueltas. Lo hecho, hecho está.
Azrael levantó la vista.
—No es tan fácil ignorarlo.
El demonio cruzó los brazos.
—¿Te arrepientes de haber caído?
El ángel no respondió de inmediato.
—No… pero no esperaba sentirme tan… vulnerable.
Eryx soltó una risa seca.
—Bienvenido a la realidad.
El silencio se asentó entre ellos por un momento, roto solo por el sonido de las olas rompiendo contra la orilla. Finalmente, Eryx se levantó y caminó hacia la maleza, señalando a Azrael con un movimiento de la cabeza.
—Ven.
Azrael frunció el ceño, pero lo siguió sin preguntar. Caminaron por un estrecho sendero entre la vegetación hasta llegar a una formación rocosa oculta detrás de los árboles. Había un pequeño claro, y en el centro de él, una gran roca plana con grabados en su superficie.
—¿Qué es esto? —preguntó el ángel, acercándose.
—Un antiguo altar —respondió Eryx, pasando la mano por los grabados gastados—. Esta isla estuvo habitada hace siglos por una civilización que desapareció. Aquí hacían rituales para pedir protección a sus dioses.
Azrael observó con atención las marcas. Aunque estaban deterioradas, pudo reconocer símbolos de ofrendas y plegarias.
—¿Por qué me trajiste aquí?
Eryx lo miró con seriedad.
—Porque quiero que entiendas algo, ángel. No eres el primero que desafía a su destino. Esta isla ha visto a muchos antes de ti, y todos han tenido que luchar por sobrevivir. Tú no eres especial.
Azrael apretó los labios.
—No quiero ser especial. Solo quiero comprender qué se supone que debo hacer ahora.
Eryx se apoyó en la roca y lo observó con intensidad.
—Eso depende de ti. Pero te advierto algo… Si buscas respuestas, la Tierra no te las dará fácilmente.
Azrael bajó la mirada, sintiendo el peso de la incertidumbre. Pero antes de que pudiera responder, un ruido en la selva los alertó.
Ambos se giraron en dirección al sonido.
—¿Oíste eso? —preguntó el ángel en voz baja.
Eryx asintió, su expresión endureciéndose.
—No estamos solos.
El demonio avanzó primero, con el cuerpo tenso. Azrael lo siguió de cerca, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.
Entonces, entre la maleza, unos ojos brillaron en la oscuridad.
Algo los estaba observando.