Las hojas crujieron bajo sus pies mientras Azrael y Eryx avanzaban con cautela entre la espesa vegetación. La luna apenas lograba filtrarse entre las copas de los árboles, sumiendo la selva en una penumbra inquietante.
Azrael sintió un escalofrío recorrer su espalda. No era solo la humedad de la noche ni el sonido de los insectos que llenaba el aire con su zumbido constante. Había algo más. Una presencia.
Eryx se detuvo de golpe y levantó una mano, indicándole que no avanzara. Azrael obedeció, conteniendo la respiración.
Entre la maleza, unos ojos brillaban con un resplandor antinatural.
—No estamos solos —susurró Eryx, con la voz tensa.
Azrael tragó saliva. Su instinto angelical le decía que aquella presencia no era humana, ni tampoco un animal. Era algo más… algo que no debería estar allí.
De repente, un gruñido bajo resonó en la oscuridad, seguido de un movimiento rápido entre los arbustos.
—¡Cuidado! —exclamó Eryx, justo antes de que una figura saliera disparada de la maleza.
Azrael apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando una sombra oscura se abalanzó sobre él. Instintivamente, levantó los brazos para protegerse, sintiendo un peso sobrehumano derribarlo contra el suelo.
El impacto le sacó el aire de los pulmones. Se retorció, intentando liberarse, pero las garras afiladas de la criatura se clavaron en sus hombros, inmovilizándolo.
A la luz de la luna, pudo ver su rostro.
No era un demonio, ni un humano. Era algo entre ambos. Una criatura de piel cenicienta, ojos hundidos y colmillos largos que sobresalían de su mandíbula deformada. Sus pupilas eran pequeñas y brillaban con un odio salvaje.
—Un espectro… —murmuró Eryx con desprecio.
Con un rápido movimiento, el demonio desenfundó una daga oculta en su cinturón y se lanzó contra la criatura. Esta gruñó y saltó hacia un lado, esquivando el ataque con agilidad sobrehumana.
Azrael aprovechó la distracción para incorporarse. Su hombro ardía donde las garras habían perforado su piel humana.
—¿Qué es eso? —preguntó, sin apartar la vista del espectro.
—Un alma condenada —escupió Eryx—. Una aberración atrapada entre la vida y la muerte.
La criatura siseó y se lanzó de nuevo al ataque. Esta vez, Azrael reaccionó más rápido. Movió su brazo con un reflejo casi instintivo, y un resplandor dorado brilló en su mano.
El espectro se detuvo de golpe, como si el brillo lo hubiera cegado. Aprovechando la oportunidad, Eryx se movió con velocidad demoníaca y hundió su daga en el pecho de la criatura.
Un chillido inhumano resonó en la selva cuando el espectro se retorció y cayó al suelo, su cuerpo desmoronándose en cenizas ante sus ojos.
El silencio se extendió entre ellos.
Azrael respiró con dificultad, observando la ceniza esparcida en la tierra.
—¿Cómo llegó aquí? —preguntó, aún sin comprender lo que acababa de suceder.
Eryx limpió su daga con expresión sombría.
—Esa es la verdadera pregunta.
Por primera vez desde que llegó a la Tierra, Azrael sintió un peligro real. Algo estaba mal. Algo estaba fuera de lugar.
Y tenía el presentimiento de que aquella criatura era solo el principio.