El fuego crepitaba suavemente en la improvisada fogata, arrojando sombras danzantes sobre los troncos caídos que usaban como asiento. Azrael miraba fijamente las llamas, perdido en pensamientos oscuros.
Desde que habían encontrado el sello en la selva, la sensación de inquietud no había desaparecido. De hecho, solo había empeorado.
—Estás demasiado callado —comentó Eryx, con la vista fija en la carne que asaba sobre la hoguera—. No me gusta.
Azrael suspiró.
—No dejo de pensar en lo que encontramos. Si ese sello estaba incompleto… significa que algo está intentando abrirse paso.
Eryx asintió lentamente.
—Y alguien en esta isla lo está ayudando.
El ángel lo miró con seriedad.
—¿Crees que haya más sellos?
El demonio no respondió de inmediato. Movió la carne sobre las brasas y después levantó la mirada.
—No creo. Lo sé.
Azrael sintió un escalofrío.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
Eryx chasqueó la lengua, molesto.
—Porque esta isla no es un simple refugio para mí. Hay algo más en ella. Algo antiguo.
El ángel frunció el ceño.
—Explícate.
Eryx arrojó un pequeño hueso al fuego, observando cómo se consumía.
—Cuando escapé del Abismo, no llegué aquí por casualidad. Algo me atrajo a este lugar. Una presencia, un rastro… No supe qué era, pero estaba débil y herido. No me importó en ese momento.
Azrael sintió un nudo formarse en su estómago.
—¿Estás diciendo que… esta isla ya estaba conectada al Abismo?
Eryx lo miró con gravedad.
—Estoy diciendo que tal vez nunca estuve solo aquí.
El silencio se hizo pesado entre ellos.
El ángel dejó escapar un suspiro.
—Entonces, si hay más sellos… tenemos que encontrarlos antes de que alguien más los complete.
Eryx sonrió con ironía.
—¿Y cómo piensas hacer eso? ¿Pidiéndole a los árboles que te guíen?
Azrael rodó los ojos.
—No. Pero hay alguien en esta isla que debe saber más.
El demonio arqueó una ceja.
—No me digas que piensas hablar con la bruja.
El ángel se puso de pie.
—Exactamente.
Eryx soltó una carcajada seca y se levantó también.
—Bien. Si quieres respuestas, vamos a buscarlas.
El camino hasta la cabaña de la bruja no fue largo, pero la sensación de que algo los observaba desde la espesura nunca los abandonó.
Cuando llegaron, la vieja estructura de madera se veía igual de deteriorada que la última vez que la visitaron. La puerta estaba entreabierta, como si los estuviera esperando.
Azrael intercambió una mirada con Eryx antes de entrar.
El interior estaba iluminado por velas. Frascos con líquidos de colores desconocidos colgaban de las paredes, y una anciana de rostro surcado por arrugas removía un caldero con un palo de madera.
—Sabía que vendrían —dijo sin volverse.
Eryx se cruzó de brazos.
—Entonces haz esto fácil y dime qué sabes.
La mujer sonrió sin humor.
—Siempre tan impaciente, demonio.
Azrael dio un paso adelante.
—Encontramos un sello en la selva. Está incompleto, pero la energía que emana es del Abismo. ¿Sabes quién lo creó?
La bruja dejó el palo y los miró con ojos oscuros.
—No puedo decirlo con certeza… pero sí sé algo.
Eryx entrecerró los ojos.
—Habla.
La anciana se inclinó hacia adelante.
—El Abismo no deja escapar cosas tan fácilmente. Pero si algo logró salir… es porque alguien de este lado lo está llamando.
Azrael sintió que el aire en la habitación se volvía más denso.
—¿Quién?
La bruja esbozó una sonrisa enigmática.
—Esa es la pregunta correcta. Y si no la responden a tiempo… puede que no vivan para conocer la respuesta.
El fuego de las velas parpadeó violentamente.
Y en ese instante, un escalofrío recorrió la espina dorsal de Azrael.