En Busca de Ti

10. Quiero toda la verdad.

"No que me hayas mentido, que ya no pueda creerte, eso me aterra." 

Friedrich Nietzsche 

Paris 

Mis pies no daban para más pero no me detuve a descansar ni un segundo. No podía ver bien, mi vista se nublaba cada vez más a causa de las malditas lágrimas que caían de mis ojos y parecían no querer detenerse. 

Caí de rodillas al suelo, raspándome las rodillas, al parecer tropecé con algo pero no alcancé a ver con que. Dolía un poco pero la adrenalina que corría por mis venas no me dejó sentirlo. Sequé mis lágrimas con furia y terminé mi camino despacio, para no sufrir otro accidente. Llegué a mi casa cansada, tanto físicamente como psicológicamente. 

Fue él todo este tiempo, mi mejor amigo, él que estuvo siempre para mí. No entendía cómo era posible. 

-Un ángel...-Susurré para mí misma con la cabeza hecha un lío y miles de preguntas sin responder. 

Me encontraba sentada en el piso apoyada contra una pared, con mis manos rodeando mis piernas que estaban pegadas a mi pecho. Muchas preguntas rondaban mi cabeza, muchos pensamientos e ideas y nadie las podía contestar. A menos... 

Me paré enseguida y me sequé las pocas lágrimas que me quedaban, esperé un poco a que mi respiración se calmara. Entonces llené mis pulmones de oxígeno y lo solté en un gran suspiro. Intenté llamarlo con mi mente pero no sabían muy bien cómo funciona esto. Cuando era pequeña lo hacía sin pensar, pero ahora habían pasado varios años de la última vez que lo había hecho. 

Me concentré en él y pronuncié su nombre con suavidad, esperando que aparezca. Entonces sucedió, muchas lucecitas blancas llenaron la sala, me sentía un poco asustada pero la curiosidad me carcomía. 

La curiosidad mató al gato. 

Pero el gato murió sabiendo. 

Las luces se fueron uniendo hasta dejar a la vista a Samuel, que parecía un cordero degollado. 

-Paris, yo... Lo siento, yo nunca quise mentirme, es sólo que...- No lo dejé seguir con su discurso, no estaba dispuesta a escucharlo, sólo necesitaba que responda mis preguntas. 

-¿Por qué?- Respiré profundo y cerré mis ojos con fuerza, para concentrarme y no estallar en un mar de lágrimas de nuevo- No, te llamé para saber la verdad.- Le dije casi de una manera fría que le dolió. Pero no podía ser así con él, me había enamorado y siempre fue el único que estuvo conmigo. 

-Está bien, voy a contestar todas tus preguntas.- Me dijo cabizbajo- Ven, siéntate.-Hice lo que dijo y nos sentamos en el sillón del living, yo en una punta y él en otra, era mejor estar separados. 

Él no se atrevía a romper el silencio incómodo que se había formado, sólo se mantenía observándome con tristeza, el azul de sus ojos se encontraba más claro de lo normal y el brillo que había visto un par de veces ya no estaba. Rompí el silencio con una pregunta. 

-¿Quién o qué eres?- Creó que mi pregunta salió muy brusca porque cerró los ojos de inmediato e hizo una mueca, como si le hubiera dolido mi tono de voz. 

-Soy uno de los siete Arcángeles de Dios, mandado a la tierra para anunciar sus misterios.- Me mantuve en silencio mientras digería la reciente información, era un Arcángel. 

-¿Dios te mandó a que entraras en mi mente, jugaras con mis sentimientos y me hicieras dormir en tu "casa"?- Era absurda esa pregunta, para qué Dios va a querer mandar un Arcángel para que me enamore. 

-En realidad no, soy el protector de las personas solitarias. También me conocen como el Arcángel del amor.- Me miró a los ojos y sonrió- Siempre hice bien mi trabajo, ayudaba a la gente que no tenía un hogar pero no me relacionaba con ellos, hasta que te vi.- Acercó una de sus manos para acariciar mi mejilla- No sé qué pasó, cambiaste algo adentro mío y lo único que quise hacer desde ese momento era cuidarte pero aún no estabas lista para verme ni yo, para serte sincero.- Dijo con nostalgia. 

-¿Por qué?- Dije en un susurro mientras algunas lágrimas se desplazaban por mi rostro y recostaba mi cabeza en su mano- ¿Por qué nunca me dijiste que eras tú?- 

Me sujetó rápidamente de la cintura e hizo que me sentara en su regazo, siguió hablando mientras me acurrucaba en su pecho buscando algo de paz. 

-Porque nadie podía saber lo que estaba pasando entre nosotros. Paris, mi amor, nuestro amor está prohibido por las leyes de Dios.- En el momento en que esas palabras salieron de sus labios, mi corazón se rompió en miles de pedazos. 

Empezó arrullarme, como a una niña pequeña, mientras me acariciaba el pelo. 

-Pero ¿sabes?, no lo voy hacer. Yo te amó con locura.- Me miró a los ojos con una sonrisa que hacía que sus hoyuelos resaltaran más y no pude evitar sonreír ante eso. 

Me acomodé mejor en sus piernas y rodeé su cuello con mis brazos, para tenerlo más cerca. 

-¿Enserio me amas?- Pregunté con el corazón latiéndome a mil por hora. Se rio un poco y me sonrió aún más. 

-Por supuesto que te amo, fuiste la única que logró que rompiera las reglas, me convertiste en un chico malo.- Ronroneó. 

Nos quedamos abrazados un rato más, como si hace mucho no nos hubiéramos visto y en cierto modo era así, la última vez que había hablado con él fue hace seis años en aquel bosque. 

-¿Quién era el chico con el que estabas peleando?- Le pregunté mientras me separaba de vuelta un poco. 

-Permítanme presentarme.- Miles de luces negras aparecieron, para dar lugar aquel chico que hacía que una corriente eléctrica de miedo corriera por todo mi cuerpo- Soy Bacarra. 

-¿Y quién eres tú?-Dije mientras me paraba, vi de reojo como Sam se tensaba ante la presencia de ese chico, sin saber el motivo específico. 

-Yo, mi querida...- Dijo dando un paso más cerca de mí y jugando con un mechón que caía en mi rostro- Soy un Ángel caído. - Sonrió de oreja a oreja como si hubiera hecho alguna maldad, esa mirada y esa sonrisa hicieron que mi cuerpo se tensara- Era el mejor amigo de la lucecita esa.- Gruñó apuntando a Samuel-Pero cuando caí del cielo, dejó de hablarme. Creo que ya no me quiere.- Dijo sacando su labio inferior, me pareció la cosa más tierna del mundo pero creo que no era el momento para decirlo. 

-¿Qué?- Pregunté empática con él- ¿Por qué?- No entendía muy bien que había pasado entre ellos. En ese momento Sam se paró a mi lado y contestó mi pregunta. 

-Él desobedeció a Dios y yo no pude hacer nada para impedir que lo echaran.- Aclaró sin dejar de mirar a Bacarra con cautela 

-Lo mismo te va a pasar a ti, Sami. Al parecer tú también cometes errores.- Me quedé helada, ¿podían echar a Sam del cielo por mi culpa? 

-¿Te van a echar?- Dije con pánico y preocupación.

-Así es.- Contestó el ángel caído con emoción- Sería una lástima que alguien le dijera a los de arriba que unos de sus Arcángeles favoritos se enamoró de una mortal.- No podía ser verdad lo que acababa de decir, iba a entregar a su amigo por una venganza. 

-No te atreverías.- Dije insegura, él levanto una ceja y me miró con despreció. 

-¿Quieres apostar?- Soltó una carcajada pata luego desaparecer de la misma manera en la que había llegado. 

Empecé a temblar por los nervios nerviosa. No podía dejar que lo echaran por mi culpa, él no se merecía eso, tenía que estar arriba y no acá con una estúpida niña miedosa. Sentí que unos brazos me rodeador impidiendo que siguiera temblando. 

-Tranquila...- Susurró en mi oído.- Él no va hacer nada, no te voy a dejar. Te lo prometo. 

-No prometas algo que no vas a poder cumplir.- Lo abracé con todas mis fuerzas, como si con eso pudiera impedir que se lo llevaran, pero aunque duela, lo tenía que dejar ir. No puedo ser egoísta. 

-Tienes que irte.- Dije mientras me alejaba un poco de él- No voy a dejar que por mi culpa pierdas tu lugar en el cielo. 

-Paris, no puedes pedirme eso, yo te amo. No sé qué sería de mí sin ti...- Dijo intentando abrazarme de nuevo pero yo lo impedí. 

-Yo también te amo, pero eso hace el amor, sacrificios por el bien del otro. No voy a dejar que recibas un castigo por mi culpa.- Me acerqué a él y lo abracé con fuerza, para luego fundirnos en un beso. 

No era un beso común, eran un beso necesitado. Nuestras lenguas se enredaban desesperadamente, con la necesidad de mantenerse unidas por todo el tiempo que les quedara, hasta sus manos me mantenían pegadas a su cuerpo. Posiblemente éste sería nuestro último beso, por lo que nos tomamos nuestro tiempo para aprovecharlo al máximo. Lo pegué más a mi cuerpo, si eso era posible y me separé de él.




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