En Busca de Ti

29. Enemigos amigables.

" No todos los finales son felices. Pero sí todos los finales son nuevos principios con nuevas oportunidades para ser feliz."

Albert Ureña.

Paris

Salimos de la casa justo antes de que ésta fuera consumida por las llamas. La noche había caído, rodeando todo en penumbras, que solamente dificultaban nuestra visión. Lo único que resaltaba en la noche ,eran unos pequeños faroles que se encontraban en las calles, los cuales de iban apagando uno por uno, mientras avanzaba.

Miré apresurada por sobre mi hombre, donde vi salir de entre medio de las llamas a los mismos hombres, y sin recibir ni un sólo daño colateral. Uno de ellos me observó a la distancia y esbozó una sonrisa de oreja a oreja, dándome más motivos para apurar mi paso.

Sin meditarlo por más tiempo, desplegué mis alas y me dispuse a volar, pero no logré alzarme ni un metro del suelo cuando caí estrepitosamente contra éste, gracias a una fuerza sobrenatural que detuvo mis aleteos. Todo mi cuerpo se quejó del dolor por el choque, sin embargo, no pude moverme. Mi cuerpo se encontraba tieso, como una piedra, provocando que mi respiración se agitara de sobremanera. Necesitaba correr, volar, huir antes de que...

-Eres una niña muy revoltosa, Paris.- Dijo el mismo hombre que había hablado en la casa de Adara- Trajiste muchos problemas a demasiadas personas, ¿y con qué?- Preguntó agachándose a mi lado y sintiéndome cínicamente- Con tan sólo veintidós años, me gusta.- Se mofó en mi rostro. Chasqueó la lengua con disgusto y negó con la cabeza- ¡Pero que modales los míos! Todavía no me he presentado.- Se puso de pie rápidamente y movió sus manos hacia arriba, tensando mi cuerpo- Levántate, querida. El suelo es para los insectos, y nosotros somos dioses.-Ordenó con voz cantarina. Mi cuerpo, como si estuviera programado, obedeció su pedido e ignorando el mío. Hizo una reverencia como las que harían los príncipes de la edad media, mientras tomaba mi mano- Mi nombre es Yaroslav Vladimir, príncipe del mundo de las tinieblas.- Se presentó con excesiva educación, besando el dorso de mi mano.

Se irguió nuevamente y comenzó a dar vueltas al rededor mío, como si estuviera analizando cada parte de mi cuerpo. Quería decir que se vaya por donde vino pero mi boca no conectaba con mi cerebro, era como estar presente sin no poder controlar mis extremidades o acciones.

-Eres muy linda, sin embargo, los trapos que llevas puestos no me agradan del todo. Ya sé que haremos contigo.- Y con un sólo chasquido de sus dedos, yo me encontraba enfundada en un vestido de seda color rojo, largo hasta los pies. Mi cabello caía en ondas pronuncias por mi espalda y creo que llevaba algo de maquillaje- Muchísimo mejor, ¿no lo crees?- Se acercó más a mí y rodeó mi cintura con uno de sus brazos, mientras que con su mano derecha acariciaba un mechón de mi cabello- Hermosa y con buen carácter, me fascinas. ¿Sabes? Yo podría salvarte de toda ésta mierda, sólo si aceptaras ser mi mujer.- Propuso coquetamente, acercándose a mi rostro- Si aceptas, no digas nada.- Murmuró sobre mis labios.

Si serás hijo de...

Juntó sus labios con los míos bruscamente pero no le respondí, seguía inmóvil. Se separó un poco de mí pero no tanto para romper la atmosfera en la que nos encontrábamos, y acarició mis labios con su pulgar. En ese momento, sentí como mi boca se conectaba con mi cerebro nuevamente. Volvió a unir nuestros labios en un beso voraz, a diferencia de que ésta vez intentó introducir su repugnante lengua en mi boca, y como no podía usar mis manos, hice lo primero que se me cruzó por la cabeza.

-Auch.- Se quejó alejándose un poco, sin borrar su sonrisa socarrona- Que niña mala, me mordiste la lengua.- Se aproximo a mi oído y su aliento chocó contra él, haciendo que un escalofrío me recorriera de pies a cabeza- No me diste la respuesta a mi propuesta, hermosa.- Se alejó un poco y me miró con lujuria.

-Devuélvete al infierno de donde viniste.- Fue lo único que pude decir antes de quedar muda de vuelta. 
-Bien, si no quieres... Te voy a llevar con tus amigos.- Dijo guiándome con una mano en mi espalda baja, que a veces descendía más de la cuenta.

No sé cuanto tiempo estuvimos caminando, pero lo que sí sabía era que mis pies ya no aguantaban más los tacones. Estúpido príncipe de infierno, por qué  tenía que ponerme tacones aguja, ¿no le bastaban unas zapatillas?. Mi cara habrá sido todo un poema, ya que luego de unos minutos me tomó de las caderas y me subió a su hombro, por un momento lo agradecí internamente, mis pies debían estar hinchados, pero por otro lado no quería deberle nada a un demonio.

-Llegamos hermosura.- Dijo dándome un nalgada antes de bajarme. Maldecí en cien idiomas diferentes la existencia de ese demonio, sin embargo, lo único que pude hacer fue fulminarlo con la mirada, a lo que él respondió con una sonrisa.

Miré a mi alrededor y nos encontrábamos en un bosque.

Qué raro, ¿Tú?, ¿en un bosque?, no lo creo.




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