Había algo inconfundible en las mañanas de primavera. La brisa fresca se colaba por la ventana del diminuto apartamento que compartían Ismael y Ashley, arrastrando el dulce aroma de las flores del parque cercano. El sol iluminaba el espacio con un resplandor cálido, y los rayos dorados se filtraban a través de las cortinas de lino, dibujando patrones suaves en las paredes.
Ismael despertó primero, como solía hacer. A pesar de la aparente calma de sus días junto a Ashley, los rastros de su pasado siempre lo mantenían alerta. No importaba cuánto intentara alejarse de aquel mundo oscuro, siempre había algo en su interior que lo mantenía vigilante, como si estuviera esperando que su vida tranquila fuera un sueño demasiado bueno para durar. Pero en ese momento, mientras giraba su rostro para ver a Ashley dormir profundamente a su lado, todo pareció estar bien.
Ella estaba acurrucada bajo las mantas, su cabello desordenado esparcido por la almohada y un leve susurro de respiración acompasada que llenaba la habitación con paz. Ismael no pudo evitar sonreír. Aquella mujer era su refugio, su ancla en un mundo que a menudo se sentía caótico. La había conocido en la universidad, en un momento de su vida en el que había decidido dejar todo atrás y empezar de nuevo. Desde entonces, ella había sido su faro, iluminando incluso los rincones más oscuros de su pasado.
Se levantó con cuidado para no despertarla y fue a la cocina. Era un espacio pequeño pero acogedor, lleno de pequeños detalles que Ashley había agregado con el tiempo: macetas con hierbas en el alféizar, imanes de viajes que nunca habían hecho juntos, y una cafetera que emitía un leve burbujeo mientras el café se preparaba. Ismael sirvió dos tazas y volvió al dormitorio.
Cuando entró, Ashley ya estaba despierta, restregándose los ojos y sonriéndole con ese brillo en su mirada que siempre lo dejaba sin aliento.
—¿Ya estás despierto tan temprano otra vez? —preguntó con voz ronca por el sueño.
—Es difícil dormir cuando tienes tanto ruido en la cabeza —respondía él con una sonrisa traviesa, aunque ambos sabían que esa afirmación contenía una verdad más profunda de lo que él admitía.
Ashley lo observó, como siempre hacía cuando sentía que Ismael intentaba ocultar algo. Había aprendido a leerlo mejor que nadie, pero también entendía que forzarlo a hablar era como intentar contener el agua entre las manos. En cambio, simplemente le agradeció el café y se acurrucó junto a él en la cama.
—Hoy tenemos que salir temprano, ¿recuerdas? —dijo ella, rompiendo el silencio cómodo mientras tomaba un sorbo de su taza.
—¿Por qué? —preguntó él, aunque ya sabía la respuesta. —No me digas que es otro mercado de agricultores.
Ashley se rió, esa risa melodiosa que hacía que todo pareciera menos complicado.
—¡Claro que sí! No puedes vivir de pizza congelada toda la semana, Ismael.
—Pero la pizza congelada tiene su encanto —protestó él, fingiendo estar ofendido. Pero en realidad, no podía negarle nada a Ashley, y ambos lo sabían.
Se prepararon con calma y caminaron hacia el mercado, donde las calles estaban llenas de puestos de frutas, verduras y artesanías. El bullicio de la gente llenaba el aire, junto con los aromas de pan recién horneado y flores frescas. Ashley se detuvo en cada puesto, tocando telas, oliendo flores, probando muestras de comida. Ismael la seguía de cerca, con las manos en los bolsillos, disfrutando del simple placer de verla feliz.
En un momento, ella se giró hacia él con una flor en la mano.
—¿Qué opinas? —preguntó, levantando la flor para que la viera.
—Que te queda bien —respondó él, y era verdad. Ashley tenía una habilidad especial para hacer que todo a su alrededor pareciera más hermoso.
Cuando volvieron al apartamento, cargados con bolsas llenas de frutas y vegetales, Ismael sintió un momento de calma que casi había olvidado que podía existir. La vida con Ashley era sencilla y llena de pequeños momentos que lo hacían olvidar, aunque fuera por un rato, el peso que llevaba sobre sus hombros.
Esa noche, mientras cenaban juntos, Ashley lo observó con una intensidad que lo hizo sentirse vulnerable.
—¿Qué pasa? —preguntó él.
—Nada —dijo ella, con una sonrisa—. Solo estoy feliz de que estemos juntos.
Ismael sintió un nudo en la garganta. Siempre había sabido que estaba ocultándole cosas, pero también sabía que ella era la mejor parte de su vida. En ese momento, hizo una promesa silenciosa: haría todo lo posible por protegerla, incluso si eso significaba enfrentar a los fantasmas de su pasado.
...
Aquellos eran los días de felicidad que ambos recordarían mucho tiempo después. Los días antes de que la oscuridad los envolviera, antes de que la mentira de Ismael fuera descubierta y los arrastrara a un mundo del que era casi imposible escapar. Pero en esos momentos, mientras la risa de Ashley llenaba el apartamento y la vida parecía sencilla, todo era perfecto.
Era una felicidad que Ismael y Ashley se aferrarían con todas sus fuerzas, incluso cuando el mundo pareciera derrumbarse a su alrededor.
(...)
La brisa de verano acariciaba suavemente los cabellos de Ashley mientras ambos caminaban por el parque de su ciudad natal. Era una tarde perfecta: el cielo despejado, el aroma de flores en el aire, y los sonidos de risas de niños jugando cerca. Ashley sostenía un helado de vainilla que Ismael le había comprado en una de las pequeñas carretillas ambulantes del parque. La manera en que ella sonreía mientras intentaba evitar que el helado se derritiera demasiado rápido lo hacía sentir que el mundo, por un momento, estaba bien.
—Te ves adorable cuando luchas contra tu helado, —dijo Ismael, riendo mientras daba un sorbo a su botella de limonada.
Ashley lo miró con fingida indignación. —No es mi culpa que haga tanto calor. Además, tú también lo haces. Siempre terminas con limonada en la barbilla.