Eduardo.
El camino de regreso hacia la casa de Ramiro, fue un caos total, valla que Gonzalo y yo si nos perdimos, estuvimos dando vueltas sin sentido, tomamos muchos taxis, así como también fuimos rechazados por unos cuantos, algunos decían que no les quedaba ir hacia esa zona u otros solamente escuchaban el lugar y arrancaban sin decir más, como si la avenida obregón fuera un área peligrosa.
Para acabarla de amolar, el clima tampoco ayudó mucho que digamos, cuando Gonzalo y yo estábamos en busca del famoso trabajo, hacía un calor abrazador, el aire estaba tan seco que el sudor ya parecía parte de nuestra ropa, solo bastaron cuarenta minutos para que todo el paisaje se nublara, dando inicio a un aguacero. Creí que este se quitaría rápido, así que nosotros seguimos nuestro camino como si el cielo estuviese en su mejor momento.
Las personas que veíamos pasar nos miraban nuevamente con mala cara, todo provocado por la infantil personalidad de mi novio, en vez de quererse tapar debajo de algún lugar para que no se resfriara, prefirió estar jugando con los charcos o sacudirse como perro cada que tenía la oportunidad, molestando a las personas que preferían quedarse secas. Yo no me salve de sus ocurrencias, me llevo por todo el camino jugando como si nosotros fuésemos los únicos habitantes de la ciudad, como si nada existiera a nuestro alrededor.
Poco a poco la lluvia seso, llevando la fiesta más tranquila, las emociones que antes nos envolvían a Gonzalo y a mí se controlaron. Algo que sirvió de todo esto, fue que la correteada entre nosotros para mojarnos con los charcos nos sirvió para encontrar el camino que tanto buscamos.
—Creo que este día no puede ser mejor, comenzando por el helado gratis, puesto de trabajo seguro, un lugar que posiblemente será nuestro hogar, agregando un momento de intimidad contigo, fue lo que mejor hubiera querido, y lo obtuve sin necesidad de pedirlo—Gonzalo entrelazo su mano con la mía mientras seguíamos caminando por las calles de la ciudad, todo parecía perfecto, hasta que alguien interrumpió el momento.
Mientras pasábamos enfrente de un local que parecía una boutique, enredados en nuestros pensamientos, ignoramos totalmente que logramos incomodar a un par de señores que estaban en este mismo establecimiento. De un momento a otro, Gonzalo y yo regresamos al mundo real por el agua que nos habían arrojado, se notaba a leguas que el líquido no estaba limpio, seguramente lo ocuparon para trapear el lugar.
—Par de maricones, no ven que en este lugar hay niños, aquí no toleramos este tipo de comportamientos, así que mejor lárguense antes de que les aviente la otra cubeta que tengo aquí conmigo—Gonzalo aún seguía limpiándose la cara del agua sucia que nos habían arrojado, pues él fue quien recibió todo el líquido por ir del lado contrario de la acera.
—Rafael, ¿Qué te sucede? Deja a los muchachos en paz y mejor metete par que me ayudes a limpiar el lugar.
—Tu cállate, esa es tu chamba como mi vieja, yo ahorita me encargo de que estos mariconcitos se larguen de este lugar. Órale, como oyeron, mejor córranle antes de que los agarre a putazos—Gonzalo se levantó con toda la atención de querer pelearse con el señor, pero verlo a él y luego a mi novio, sabía perfectamente quien iba salir perdiendo.
—No se preocupe señor, ya nos retiramos, de cualquier motivo no teníamos intención alguna de pasarnos por su local.
—Me vale madres si querían o no comprar ropa de viejas, que seguramente eso a ustedes les encanta eso. A mí lo que me importa, es que agarren su horrenda costumbre y lo lleven lejos de mi vista, ¿sabían que eso es un pecado?, están atentando contra la palabra de nuestro señor Jesucristo, arrepiéntanse antes de que sea tarde—mi cabeza trataba de encontrar lógica alguna a todo lo que estaba diciendo el señor de nombre Rafael, pues mencionar a dios mientras cometía homofobia y machismo, me sonaba un poco...incoherente.
—¡Rafael, que vengas acá! —grito la joven que estaba dentro del establecimiento queriendo acabar con la pelea.
—Ya voy mujer, ya voy. Y ustedes dos, a chingar a su madre, órale—por fin habían logrado meter a Rafael dentro del local dejándonos a ambos con la humillación pública que fue causada por la homofobia que llevaba consigo.
Las personas que se habían quedado a presenciar el espectáculo, no mencionaron nada al respecto, es más, parecía que algunas señoras apoyaban a Rafael por el comportamiento que había tenido.
—¿Y ustedes qué?, muy buenos para ver, pero no para ayudar—grito Gonzalo ganándose malas caras por parte de toda la audiencia que habíamos logrado juntar.
—Ya Gonzalo, ya vámonos que tenemos muchas cosas que hacer y perder el tiempo con unos estúpidos no está dentro de nuestros planes—a rastras me lleve a mi novio quien aún se seguía quejando mientras se sacudía sus ropas por la tierra que había en el agua que nos arrojaron.
—Sinceramente la única parte que me alegra de todo esto, es que yo fui quien recibió el cubetazo y no tú, si hubieras sido tú, yo creo que si le parto la madre a ese retrograda de quinta.
—Retrograda...deja agregar esa palabra mi diccionario.
—¿No estas molesto? Digo, conociéndote pensé que armarías todo un borlote por lo que había sucedido, teniendo ese carácter, me sorprende que no hayas hecho nada.
—No quiero hablar de eso, camina Gonzalo—mi novio se detuvo para observarme mejor, como si estuviera examinando todo mi ser, odiaba que hiciera eso.
—¿Todo bien flaco? Parece que no está del todo bien.
—Gonzalo no mames, nos acaban de arrojar una cubeta de agua sucia combinado con una humillación pública, ¿Cómo crees que me siento? ¿Crees que voy a saltar de alegría y agradecerle a este estúpido por lo que nos hizo?
—Y volvió el Eduardo que conozco. No, sinceramente quiero que sueltes ese sentimiento para que no te pongas mal, recuerda que el doctor nos dio algunas recomendaciones por lo que te paso anoche. Mejor vamos a casa, tomemos una ducha y volvemos a la casa de Esperanza, a ver cómo le hacemos porque ya no recuerdo el camino de regreso—comencé a reír mientras Gonzalo me abrazaba para acercarme mas a el—te recomiendo que abras los ojos, no vaya a ser que esta vez nos avienten una cubeta, pero de ácido—reí aún más fuerte por el comentario mientras ambos seguíamos con la caminata.