Llegamos al puerto cerca de las doce de la noche. A pesar de la hora, el ambiente era festivo con los amigos de Charlotte subiendo al crucero.
El barco era enorme, se notaba que el padre de Charlotte no había escatimado en la luna de miel de su hija y su nuero.
— Hombre, Ramona. ¿Tú por aquí? — Me agarró por encima de los hombros uno de mis primos.
— Ah, me haces daño, Angelo. — Me quejé y le di un codazo para soltarme. — Y te apesta el aliento.
— ¿De verdad? — Se echó el aliento en la mano y puso cara de no notar nada.
Miré a Carson que se acercó cargando con su equipaje y el mío.
— Déjame ayudarte.
Intenté responsabilizarme de mi maleta, pero Carson solo me sonrió y señaló el camino con el mentón.
— Deberíamos subir antes de quedarnos en tierra. — Dijo y observó a mi primo Angelo que se regresó sobre sus pasos. — ¿Tienes muchos primos?
— Ya sabes, somos una familia grande. — Contesté y al insistir en tomar mi pequeña maleta me choqué contra el tremendo cuerpo de Carson. — Lo siento. — Me me alejé un paso atrás.
— Puedo con esto, no te preocupes. Tú guíame el camino.
— Vale.
Caminé entonces delante. En la cubierta del crucero nos encontramos con un equipo de trabajadores que estaba allí para organizar a todos los invitados en sus camerinos. Tomé la única llave que nos dieron y la miré por unos segundos.
— ¿Le ocurre algo? — Me preguntó el hombre que me la dio.
— ¿Solo una llave?
Él miró una carpeta que llevaba en la mano y asintió.
— Aquí pone que el señor Carson Reyes y la señorita Ramona Constantine comparten el camerino nueve.
— Pero…
— Está perfecto, gracias. — Habló Carson y me empujó para hacerme avanzar.
— Pero…
— Somos pareja, Ramona. Por supuesto que nos pondrá en el mismo cuarto.
— Es cierto. — Suspiré.
Carson me sonrió y caminó después delante. Al entrar al barco se preocupó porque no tropezara en las escaleras. Aunque fuese solo actuación, se sentía agradable tener un novio como Carson.
— Espera. — Me detuvo cuando iba a pasar por el umbral de nuestra habitación. Lo vi entonces dejando el equipaje en el suelo. — ¿Debería cargarte para entrar?
No supe si me estaba gastando una broma, pero me reí bastante.
— Eso son los recién casados. Nosotros, pese a que somos una pareja muy feliz, aún no nos hemos casado.
— Cierto. — Sonrió y volvió a tomar el equipaje, entrando luego en la habitación.
Iba a seguirlo, cuando vi a Spencer pararse en el pasillo con algunos amigos. Él también me vio y mordió agresivamente la boquilla del cigarro apagado que llevaba sujeto en los labios.
— ¿Qué miras? — Le dije, esperando que, si bien sabía que no podía oírme, fuese capaz de leerme los labios.
En la habitación, la cama era grande, pero solo una cama al fin y al cabo.
— Puedo dormir en el suelo, no le des demasiadas vueltas. — Me dijo Carson.
— No puedo dejar que duermas en el suelo toda una semana. — Le dije y al mirarlo, lo vi desnudo en la parte superior y a punto de bajarse el pantalón. — ¡Espera! ¿Por qué te estás quitando la ropa?
— ¿No has oído antes? — Me miró, sin pudor para taparse.
— ¿El qué?
— El hombre que nos ha dado la llave ha dicho que debemos vestir de blanco para la celebración que habrá ahora en cubierta.
Carson se colocó una camiseta blanca y sin mangas que, aparte de dejar a la vista sus musculosos brazos, marcaba sus pectorales.
— Es cierto. — Susurré y me dirigí a mi maleta. La abrí en el suelo y busqué dentro de ella, pero por más que removiera toda la ropa no encontraba nada de color blanco. — Mierda…
No me gustaba usar ropa blanca, cada vez que lo hacía empezaba con mi período y terminaba manchando. Era como una maldición para mí.
— ¿Qué pasa?
— No tengo nada blanco. Ni nada que se parezca al blanco.
De la nada, una tela blanca apareció delante de mi cara y levanté la mirada hasta Carson.
— Servirá. — Sonrió.
Agarré lo que me ofrecía, que no era otra cosa que una de sus camisas.
— Puedo probar… — Me levanté y apreté la camisa con mis manos. — ¿Te giras? No quiero que me veas.
— Tú me has visto a mí.
— Todo ser humano del planeta Tierra que quiera entrar a tus redes sociales te han visto a ti. — Dije.
— También es verdad. — Se rió y se giró.
Dejé su camisa encima de mi maleta y comencé a desnudarme.
— Ni se te ocurra mirar. — Le advertí, quedándome en sujetador y braguitas.
— ¿Por quién me tomas?
Me sorprendió que su camisa me quedara perfectamente. Carson no estaba para nada gordo, pero su cuerpo era grande, muy grande y muy duro.
— Ya puedes mirar. — Lo avisé.
Carson se giró y una sonrisa asomó en sus labios.
— Bastante bien.
— ¿De verdad? No lo digas por cumplir, voy a salir ahí fuera así vestida.
Su sonrisa se pronunció más.
— Estás perfecta. Aunque… — Lo vi acercarse, sacando el cinturón del pantalón que estaba usando. — Permíteme… — Me pidió permiso.
Levanté los brazos, pegándolos a mi pecho y Carson se inclinó hasta mí. Me rodeó la cintura con el cinturón y lo abrochó por delante, dejándome sin aliento al apretar de más.
— Necesito respirar. — Le dije, poniendo mi mano en uno de sus pectorales.
Carson se rió y aflojó el cinturón.
— Perdona. ¿Así está mejor?
Le asentí y observé sus manos mientras cerraba el cinturón. Mi respiración se volvió pesada y observé sus ojos.
— Si me miras así me voy a enamorar de verdad. — Dijo, y me devolvió la mirada.
«¿Cómo es tan sexi?», pensé y me reí para ocultar que me ponía nerviosa su nueva faceta de galán de telenovela.
Salimos a la cubierta. El crucero todavía no había zarpado. Había música y los amigos íntimos de Charlotte se estaban divirtiendo a lo grande.
— ¿Champán? — Nos ofreció un camarero con una bandeja llena de copas con el borde dorado.