Elanor estaba sentada en la biblioteca de la Universidad de Magia y Ciencias, rodeada de libros y pergaminos. Estaba estudiando para su examen final de Historia Antigua, una de sus asignaturas favoritas. Le fascinaban las civilizaciones antiguas y sus secretos, especialmente la de los Zalazares, un pueblo misterioso que había desaparecido hace siglos, dejando tras de sí solo ruinas y leyendas.
Elanor era una joven elfa de cabello rubio, ojos verdes y piel blanco pálido. Tenía veinte años, pero aparentaba menos, pues los elfos envejecían más lentamente que los humanos. Era inteligente, curiosa y aventurera, pero también tímida y reservada. No tenía muchos amigos en la universidad, pues prefería pasar su tiempo libre leyendo o explorando los alrededores de la ciudad.
La ciudad se llamaba Valyria, y era la capital del reino de Valyria, uno de los cuatro reinos que formaban la Alianza de las Razas Libres. La Alianza estaba compuesta por humanos, elfos, enanos, gnomos y halflings, que habían unido sus fuerzas para hacer frente a las amenazas del mundo, como los orcos, los goblins, los dragones y otros seres malignos. Valyria era una ciudad próspera y cosmopolita, donde convivían las diferentes razas y culturas en armonía.
Elanor cerró el libro que estaba leyendo y suspiró. Le gustaba estudiar, pero también soñaba con viajar y conocer el mundo. Había leído tantas historias de aventuras y exploraciones, que deseaba vivir una en primera persona. Quería ver con sus propios ojos las maravillas que describían los libros, y descubrir los secretos que se ocultaban en las sombras.
De repente, oyó un golpe en la puerta de la biblioteca. Era el bibliotecario, un anciano gnomo de barba blanca y gafas redondas.
Elanor se levantó y siguió al bibliotecario. Se preguntaba quién podría ser su visitante. No esperaba a nadie, y no se le ocurría nadie que pudiera venir a verla. Tal vez fuera algún profesor, o algún compañero de clase.
Pero cuando llegó al hall, se quedó boquiabierta. Su visitante no era ni un profesor, ni un compañero de clase. Era un halfling.
Los halflings eran una raza de seres pequeños y ágiles, de piel morena y pelo rizado. Eran famosos por su sentido del humor, su afición a la comida y la bebida, y su espíritu aventurero. Muchos de ellos se dedicaban a viajar por el mundo, buscando emociones y tesoros. Algunos eran exploradores, otros comerciantes, y otros ladrones.
El halfling que estaba frente a Elanor era de estatura media para su raza, lo que significaba que le llegaba por la cintura. Vestía una camisa verde, unos pantalones marrones, y unas botas de cuero. Llevaba un sombrero de ala ancha, del que sobresalía una pluma roja. En su mano derecha sostenía una honda, y en su izquierda una carta sellada con cera. Tenía el pelo castaño, los ojos azules, y una sonrisa pícara.
Elanor parpadeó. Sí, lo recordaba. Lo había conocido hacía dos años, cuando él había venido a la universidad a dar una conferencia sobre sus viajes. Elanor había asistido a la conferencia, y había quedado fascinada por las historias que contaba Bilbo. Había hablado de lugares exóticos, de criaturas fantásticas, de peligros y hazañas. Había mostrado mapas, dibujos, y objetos que había traído de sus expediciones. Y había terminado su charla con una invitación:
Elanor había sentido un cosquilleo en el estómago. Le hubiera encantado aceptar la invitación, pero no se había atrevido. Era demasiado tímida para acercarse a Bilbo, y además, tenía que terminar sus estudios. Así que se había quedado en su sitio, mirando con envidia cómo otros estudiantes se acercaban al halfling y le hacían preguntas.
Pero ahora, Bilbo estaba aquí, frente a ella, y le estaba hablando.