En Búsqueda de la ciudad perdida de los Zalazares

Capítulo 9: La piedra mágica

Elanor y sus compañeros entraron en la pirámide, y se quedaron asombrados. La pirámide era un laberinto, un rompecabezas, un enigma. La pirámide estaba llena de pasillos, de escaleras, de cámaras, y de trampas. La pirámide estaba protegida por guardianes, por acertijos, por pruebas, y por secretos.

La caravana avanzó por la pirámide, siguiendo un camino que solo Bilbo conocía. El camino estaba marcado por unas luces de colores, que indicaban la dirección a seguir. El camino era el único medio para llegar al tesoro, y el único modo de salir con vida.

Elanor observó con curiosidad y admiración todo lo que veía. Vio murales, relieves, inscripciones, y jeroglíficos. Vio historias, leyendas, mitos, y profecías. Vio imágenes, símbolos, números, y letras. Vio cosas que no entendía, y que no podía descifrar.

Elanor también observó con precaución y respeto todo lo que sentía. Sintió el peligro acechar, que amenazaba a la caravana. Sintió el miedo crecer, que se apoderaba de su mente. Sintió el valor surgir, que le daba fuerzas para seguir. Sintió la esperanza brillar, que le iluminaba el corazón.

Elanor también observó con interés y asombro todo lo que aprendía. Aprendió de los miembros de la expedición, que le enseñaron muchas cosas. Aprendió de Aragorn, que le enseñó a evitar y a desactivar las trampas. Aprendió de Gimli, que le enseñó a abrir y a cerrar las puertas. Aprendió de Nala, que le enseñó a resolver y a superar los acertijos. Aprendió de Gruk, que le enseñó a luchar y a vencer a los guardianes. Aprendió de Draco, que le enseñó a volar y a quemar los obstáculos. Aprendió de Dyllon, que le enseñó a nadar y a seducir a los enemigos. Aprendió de Quirón, que le enseñó a cazar y a disparar a los blancos. Aprendió de Tinker, que le enseñó a jugar y a hechizar a los aliados. Aprendió de Mateo, que le enseñó a escribir y a narrar las aventuras. Aprendió de Bilbo, que le enseñó a viajar y a explorar los secretos.

Así pasaron las horas, hasta que llegaron al final de la pirámide. Allí se encontraba la piedra mágica de los zalazares, el objeto de su búsqueda, el motivo de su expedición.

La piedra mágica de los zalazares era una gran esfera, que flotaba sobre un pedestal de cristal. La esfera era de color blanco, y estaba cubierta de rayas de colores. La esfera era el símbolo de la magia y del conocimiento de los zalazares, y el guardián de sus secretos y de su destino.

La caravana se detuvo frente a la piedra mágica, que era una pequeña puerta de bronce, cerrada con un candado de plata. En la puerta había una inscripción en un idioma desconocido, que nadie sabía leer. La puerta parecía una invitación, pero también una advertencia.

Bilbo se bajó del carro, y se dirigió a los demás. Todos se bajaron de sus carros, y se reunieron alrededor de él. Bilbo los miró a todos, y dijo:

  • Amigos, hemos llegado. Este es el final de nuestro destino, y el principio de nuestro futuro. Este es el umbral de la piedra mágica, el lugar donde se esconde el poder de los zalazares. Este es el momento de la verdad, el momento de decidir si tocamos la piedra, o si la dejamos intacta.

Todos lo miraron, y nadie dijo nada. Todos sabían lo que iban a hacer. Todos habían tomado su decisión. Todos iban a tocar la piedra. Todos iban a buscar el poder.

  • Bien, veo que estáis decididos - dijo Bilbo, sonriendo. - Me alegro. Yo también lo estoy. Así que, sin más demora, toquemos la piedra. Toquemos el poder. Toquemos el futuro.

Bilbo se acercó a la piedra mágica, y extendió su mano. Los demás lo siguieron, y extendieron sus manos. Todos tocaron la piedra al mismo tiempo, y sintieron una descarga eléctrica. La piedra se iluminó, y emitió un sonido. La piedra se activó, y les habló.




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