La luna, ahora un faro en la penumbra, iluminaba los rasgos de Santa Helena, cuyos ojos parecían seguir a Adrián mientras se movía alrededor del pedestal. Los símbolos, antiguos y olvidados, hablaban de tiempos en los que el conocimiento era poder, un poder custodiado celosamente por aquellos que temían su difusión. Cada figura tallada, cada letra entrelazada, era un eco de la historia, una voz que susurraba secretos a través de los siglos.
Adrián, con la moneda en la palma de su mano, sentía su peso como el de la historia misma. La inscripción en latín, 'Vires in veritate', le recordaba que la fuerza reside en la verdad. Era una afirmación que resonaba en su mente mientras descifraba el mensaje oculto en los símbolos: un mapa estelar, una guía celestial que apuntaba hacia un lugar específico en la bóveda de la basílica. Era allí donde debía dirigirse, hacia un mosaico de estrellas pintadas que solo podían ser vistas bajo la luz de la luna.
Con cada paso, la historia de la basílica se desplegaba ante él como un pergamino antiguo. Las paredes susurraban historias de fe, de batallas entre la luz y la oscuridad, de santos y pecadores cuyas vidas se entrelazaban con los hilos del destino. Adrián sabía que cada elemento de la basílica era una pieza de un rompecabezas mucho más grande, un rompecabezas que, una vez completado, revelaría la ubicación de las escrituras sagradas.
El mosaico lunar reveló su secreto; las estrellas formaban una constelación que no pertenecía al cielo nocturno terrenal, sino a un firmamento espiritual, un mapa hacia lo divino. Adrián, con la moneda como llave y los símbolos como guía, se adentró en la capilla más recóndita de la basílica. Allí, la estatua de un ángel señalaba silenciosamente hacia un altar oculto tras una cortina de incienso y sombras.
El corazón de Adrián latía al ritmo de un tambor antiguo mientras se acercaba al altar. La última prueba lo esperaba, un enigma tallado en el mármol que solo podía ser resuelto con la sabiduría de los símbolos que había aprendido. La solución al enigma sería la clave final, el último paso en su búsqueda de la verdad. Con la moneda en su lugar, los mecanismos antiguos cobraron vida, y el altar se abrió lentamente, revelando no solo las escrituras sagradas sino también la comprensión de que la verdadera sabiduría no reside en el poder o en los secretos, sino en la valentía de buscarla.