La luna colgaba baja en el cielo, lanzando una luz plateada sobre los Jardines Vaticanos, donde Adrián y Valentina se adentraron con cautela. El aire estaba impregnado de la fragancia de los naranjos y el susurro de las fuentes añadía un tono místico a la noche. Se movían con sigilo, conscientes de que cada sombra podía ocultar ojos curiosos o, peor aún, hostiles. La historia que desentrañaban era más que una leyenda; era un mapa estelar que apuntaba a secretos que la Iglesia había guardado celosamente durante siglos.
Adrián, con su conocimiento de simbología antigua, y Valentina, con su aguda percepción artística, eran la combinación perfecta para descifrar los misterios que se les presentaban. Cada estatua, cada inscripción, cada diseño en los mosaicos del suelo les proporcionaba una pieza más del rompecabezas. La historia del canto gregoriano era solo la superficie; lo que buscaban era mucho más profundo y antiguo.
El canto, según los rumores, tenía el poder de revelar la verdadera naturaleza del alma humana, de unir o destruir con su resonancia. La clave de su poder residía en una frecuencia perdida, una nota que resonaba con la misma vibración de la creación. Adrián y Valentina sabían que si lograban encontrar esa nota, tendrían acceso a un conocimiento que muchos considerarían demasiado peligroso para ser liberado.
Mientras se abrían paso a través de los laberintos de setos, llegaron a una capilla oculta, un santuario olvidado que parecía esperar su llegada. En su interior, las paredes estaban adornadas con frescos que representaban ángeles cantando, sus bocas abiertas como si estuvieran en medio de un canto celestial. En el centro de la capilla, un atril de piedra sostenía un libro antiguo, su tapa adornada con gemas que capturaban la luz de la luna.
Con manos temblorosas, Valentina abrió el libro. Las páginas, amarillentas por el tiempo, contenían partituras musicales, pero no cualquier música: era el canto perdido de Constantino. Adrián, con un nudo en la garganta, comenzó a entonar la melodía, y a medida que lo hacía, una vibración comenzó a llenar la capilla. Era como si el tiempo se detuviera, como si la misma historia del Vaticano se desplegara ante ellos.
La música se elevó, llenando cada rincón oscuro, cada grieta en las piedras antiguas, y con ella, una revelación. Los frescos comenzaron a moverse, sutilmente al principio, luego con más fuerza. Los ángeles en las paredes parecían cantar con Adrián, y una luz dorada emanaba de sus figuras pintadas. Valentina y Adrián se miraron, sabiendo que habían desbloqueado algo divino, algo que cambiaría su comprensión del mundo para siempre.
La última nota del canto resonó en la capilla, y en ese momento, una sección de la pared se deslizó silenciosamente, revelando una cámara secreta. Dentro, esperaba el último secreto, la verdad detrás del poder del Vaticano, una verdad que solo ellos dos estaban destinados a conocer. Con el corazón latiendo con fuerza y la certeza de que su vida nunca volvería a ser la misma, Adrián y Valentina dieron un paso hacia la oscuridad, listos para enfrentar lo que fuera que les esperaba.