En Busqueda de las Escrituras Sagradas del Canto Gregoriano

Capítulo 30: La Prueba de la Fe

En la penumbra, los tres aventureros se mantuvieron inmóviles, sus corazones latiendo al unísono con el eco de la voz misteriosa. La oscuridad era palpable, una entidad viva que parecía respirar con ellos. Isabella, con su ambición ahora templada por el miedo, retrocedió lentamente hacia sus compañeros. Adrián, cuyos ojos comenzaban a acostumbrarse a la oscuridad, buscó en su memoria los rituales y símbolos que había estudiado durante años. Valentina, con una calma que desafiaba la situación, extendió sus manos hacia el espacio vacío, como si pudiera tocar la sabiduría ancestral que llenaba la cámara.

El silencio se rompió cuando Adrián comenzó a recitar versos de protección, palabras que resonaban contra las paredes de piedra, cada sílaba una chispa que parecía buscar las antorchas apagadas. Valentina se unió, su voz clara y firme, un faro en la tormenta de oscuridad. Juntos, su canto se elevó, un himno de fe y coraje que desafió la sombra que los envolvía. Isabella, aunque inicialmente vacilante, encontró su voz y completó el trío, su tono lleno de una determinación recién descubierta.

A medida que las palabras del canto gregoriano se entrelazaban en el aire, un fenómeno extraordinario comenzó a ocurrir. Las páginas del libro, antes en blanco, se iluminaron con una luz propia, como si cada letra dorada fuera una estrella nacida de la nada. La escritura se formaba en patrones complejos, mapas celestiales que se desplegaban ante ellos, narrando historias de civilizaciones perdidas y conocimientos olvidados. El libro se convirtió en un cosmos en miniatura, un reflejo del universo que aguardaba ser descifrado.

La voz que antes los había desafiado ahora hablaba con un tono de aprobación, sus palabras un murmullo que se mezclaba con el canto. "Han demostrado ser dignos", declaró, y con esas palabras, la luz regresó a la cámara. Las antorchas se encendieron una vez más, no por fuego, sino por una luminiscencia etérea que no producía humo ni calor. La salida se reveló, una puerta que antes no estaba, tallada con los mismos símbolos que adornaban el libro.

El trío se acercó al umbral, sus mentes llenas de preguntas pero sus corazones aliviados por la certeza de que habían superado la prueba. Cruzaron la puerta juntos, dejando atrás la cámara y sus secretos, sabiendo que lo que habían experimentado esa noche cambiaría sus vidas para siempre. La escalera que los había llevado a las profundidades ahora ascendía hacia la promesa de nuevas aventuras, y con cada paso, sentían que el peso de la historia los acompañaba, guiándolos hacia destinos aún desconocidos.




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