Emma siempre había tenido la vida que muchos envidiarían. Desde pequeña, su mundo estaba lleno de lujos y comodidades. Sus padres le ofrecían lo mejor, dándole siempre todo lo que deseaba. Los viajes, la ropa de marca, la comida exquisita, y las universidades prestigiosas fueron parte de su rutina. Su padre, un hombre que había trabajado incansablemente para construir su imperio hotelero, siempre le enseñó que la riqueza no se obtenía de la noche a la mañana, y que el esfuerzo era clave. Su madre, por otro lado, provenía de una familia rica y consintió a Emma en todo. A pesar de las diferencias en su origen, los dos padres tenían algo en común: el amor incondicional por su hija.
Emma creció sin preocupaciones, rodeada de cariño y atenciones. Pero había algo en ella que no cambió, algo que la hacía especial: su amabilidad. No importaba quién fuera, Emma no desmerecía a nadie. Y si algo había aprendido de su padre era que todas las personas valen lo mismo, sin importar su clase social.
El primer día de universidad fue como cualquier otro para Emma, rodeada de amigos y risas. Pero algo llamó su atención cuando entró al campus: un chico con ropa gastada caminaba por el pasillo. No pasó desapercibido para ella. Aunque su ropa era simple y no la más adecuada para el lugar, su presencia no podía ser ignorada. De pronto, escuchó la voz de Ignacio, un amigo de la universidad que ya estaba acostumbrado a hacer comentarios sarcásticos.
— ¿Qué hace este aquí, con esas ropas de vagabundo? —dijo Ignacio, riendo a carcajadas, y pronto el resto del grupo se unió a la risa. Todos excepto Emma y Josefina su amiga, quien permaneció en silencio.
Emma, con una mirada seria, corrigió a Ignacio.
— No deberíamos burlarnos de él. Con esfuerzo, él también ha sido admitido aquí, aunque no haya tenido los mismos privilegios que nosotros. —dijo, con un tono tranquilo pero firme, pensando en las enseñanzas de su padre.
En su interior, Emma no podía evitar pensar en lo diferente que era la vida de Gabriel. El chico parecía tan distante y serio, pero no podía dejar de sentir que había algo en él que la intrigaba. Decidió acercarse a él.
Con el corazón latiendo con fuerza, se armó de valor y fue a hablar con él. Aunque su apariencia era sencilla y su ropa no la mejor, su mirada mostraba determinación. Ella, con su cabello rojo brillante, su piel clara, y sus ojos verdes, se acercó con una sonrisa cálida.
— Hola, soy Emma —dijo con una sonrisa amigable. — Si quieres, puedo mostrarte la universidad, sé que este lugar es un poco grande.
Gabriel la miró, y aunque se mostró un poco serio, le agradeció con una sonrisa tímida.
— Gracias, me encantaría —respondió, aceptando su oferta.
Emma lo guió a través de los pasillos, mostrándole los diferentes edificios, el salón de arte, y los amplios espacios verdes del campus. Durante el recorrido, intentó mantener una conversación con él, pero Gabriel solo respondía con respuestas cortas, amables pero distantes. No entendía por qué, pero a Emma no le molestaba en absoluto. Ella disfrutaba del simple hecho de conocerlo.
Al final del recorrido, Emma le sonrió y le dijo adiós. Había algo en Gabriel que la mantenía intrigada, algo que no podía identificar pero que despertaba su curiosidad. Mientras se alejaba, pensó que quizás, algún día, se enteraría más sobre ese chico tan diferente
Editado: 03.02.2025