En cada latido perdido

CAPITULO 4

Gabriel

Mi vida es muy distinta a la de mis compañeros de universidad, que presumen de sus autos de lujo o de sus viajes. Noto cómo algunos me miran con desdén, simplemente por no tener los recursos que ellos tienen. Soy consciente de que se nota que soy becado; mi ropa me delata, pero no me importa. Vengo con un solo objetivo: lograr terminar mi carrera. Mi sueño es poder terminarla y darle a mi abuela una vida un poco mejor. Ella me crió de niño, ya que mi papá me dejó y mi mamá, por desgracia, murió en un accidente causado por un hombre que conducía a toda velocidad después de robar un banco. Desde ese día, solo hemos sido mi abuela y yo. Ella trabajaba sin descanso como cocinera en un restaurante pequeño, y yo ahora trabajo de mesero en un restaurante y también soy repartidor del mismo.

Antes, cuando estaba en el colegio, ayudaba a mis compañeros en las materias que les costaban, y a cambio ellos me pagaban. No era mucho, pero se lo daba todo a mi abuela para tratar de aligerar su carga. Ahora, que estoy en la universidad, debo esforzarme el triple, ya que es aún más difícil de lo que pensaba estudiar y trabajar. Debo admitir que también tengo compañeros amables como León y Álvaro; ellos son becados igual que yo, y me siento cómodo con ellos. Hablamos de cualquier cosa, y se siente relajante no tener que ver cómo otros presumen en la cara todo lo que tienen, como ya lo viví con un compañero de clase. También tengo una compañera llamada Emma.

Mi compañera Emma, quien siempre ha sido agradable conmigo desde que la conocí, sé que no es becada porque se nota que es rica en su ropa y la manera de expresarse, pero nunca me ha presumido lo que tiene y me hace sentir cómodo hablar con ella. Ella es muy hermosa diría que es la chica con la belleza más radiante de la universidad, ojos verdes profundos que te pierdes en ellos, su cabello rojo que te recuerda al atardecer y su piel blanca que parece tan tersa, pero lo que me cautivó de Emma fue su especialmente su personalidad.

Desde que amablemente se ofreció a ayudarme con una materia que se me hizo difícil, después de clases estudiamos una hora. Ella me explica detenidamente, con paciencia, y cualquier duda que tengo, ella se esfuerza en aclarármela . Mi abuela me insistió que le llevara un detalle por ayudarme, así que le hice panqueques. Ella un día me comentó que amaba comerlos, así que los preparé en la noche para que comiéramos juntos mientras estudiábamos. A ella le encantaron, y así comimos mientras estudiábamos.

Luego de dos semanas de estudio intenso, llegó el examen. Al ver los ejercicios, recordé lo que estudié con Emma y no me costó resolverlo. Al salir del salón, después de terminar, Emma me preguntó cómo me fue. Yo le dije que muy bien y ella dijo lo mismo.

Pasaron unas semanas, y por fin el profesor nos entregó las notas de los exámenes. Estaba ansioso mientras revisaba mi calificación, y al verla, una sonrisa enorme se dibujó en mi rostro. ¡Lo había logrado!

Emma se acercó rápidamente, con curiosidad en sus ojos verdes.

—¿Cómo te fue? —preguntó con entusiasmo.

—¡Saqué una de las notas más altas! —respondí emocionado.

—¡Yo también! —exclamó ella alegre—. ¡Tuvimos las dos notas más altas!

Nos miramos sorprendidos y luego estallamos en risas.

—¡Tenemos que festejar! —dijo con esa energía que siempre la acompañaba—. ¿Qué dices?

—Está bien, acepto —respondí, contagiado por su entusiasmo.

—¡Genial! Va a ser divertido, ya verás —añadió con una gran sonrisa.

Claro, aquí tienes el ajuste para enfatizar que se conocen poco:

Al pensar en mis celebraciones, mi mente viajó a esos días felices cuando mamá me festejaba las buenas notas preparándome mis almuerzos favoritos y llevándome a jugar al parque o a ver una película al cine. Su alegría por mis logros siempre me llenaba de orgullo. Desde que murió, esos momentos dejaron un vacío que nada pudo llenar.

Mi abuela, con todo su amor, intentó mantener la tradición de cocinar mis platos preferidos. Aunque agradecía profundamente sus gestos, seguía extrañando a mamá, su risa y la manera en que hacía que cada logro pareciera especial.

Ahora, la idea de compartir este momento con Emma me resultaba curiosa, especialmente porque no nos conocíamos desde hace tanto. A pesar de eso, su amabilidad me había hecho sentir a gusto, como si lleváramos más tiempo de amistad. Ella había sugerido celebrar, pero me dijo que sería una sorpresa; aunque no sabía qué esperar, la invitación me pareció diferente.




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