En Carne Propia

MI HISTORIA

Anónimo

Nunca en mi vida había sido testigo de un fenómeno paranormal. Recuerdo que de pequeño tenía mucha curiosidad respecto al tema, pero era eso, una simple curiosidad que con los años fui perdiendo interés. 

Compartía la misma idea de Santo Tomás Apóstol: “Si no lo veo, no lo creo”, y como nunca había visto algo así, pues nunca creí en esas cosas. Y cuando por primera vez en mi vida viví aquello, me enseñó que no solo estamos rodeados de amenazas provocadas por los hombres o la naturaleza, sino también por una desconocida, que a diario la mayoría de nosotros desestimamos y nunca consideramos.

No es una historia fácil de contar y mucho menos fácil de escribir. Guardo en mi memoria varias escenas vívidas como si hubieran sucedido ayer; y otras, un tanto borrosas y confusas, las cuales no termino de comprender hasta  el día de hoy. De aquella experiencia, ya han pasado casi dos décadas. Trataré de ser lo más fiel a mi historia y contar lo más relevante.

Sin más preámbulos ¡Comencemos!

Recuerdo que tenía veinte años y  estaba cursando la mitad de mi carrera, cuando decidí emprender aquel viaje que marcaría mi vida.

Buscando huir del frío de la ciudad, aproveché las vacaciones cortas de Julio para viajar al norte del país y visitar a la familia de mi tío Paco, el hermano de mi padre, a quienes no veía hace varios años.

Preferí viajar en transporte terrestre para tener una mejor vista del paisaje. El viaje duró aproximadamente veinticuatro horas. Realmente fue incómodo, pero cuando llegue a mi destino y visualice la ciudad, ubicada en la costa del Pacífico, con su hermoso cielo azul lleno de grandes nubes blancas y sus majestuosas playas, sabía que había valido la pena. El lugar no había cambiado casi nada, seguía manteniendo sus casas de colores pintorescos, sus calles limpias y ordenadas.

Mis tíos vivían en uno de los distritos más seguros de la ciudad y cerca a la playa, por eso la mayor parte del tiempo lo pasé allí, jugando fútbol, comiendo comida marina muy rica y charlando entre botellas de cerveza con mis primos y los amigos de ellos. El lugar era muy tranquilo y acogedor a diferencia de la capital que resultaba ser tan estresante y atestado de gente.

A modo de despedida, mis primos organizaron un pichanga que jugaríamos con los vecinos  en la madrugada, un día antes de mi último día en aquel maravilloso lugar. El día llegó y elegimos jugar en la cancha de fútbol que colinda al mar, la cual está disponible para los vecinos del distrito. El lugar era perfecto y todo pintaba bien. Formamos dos equipos; mis primos y yo contra los vecinos del barrio. Para ser exactos empezamos a jugar a la medianoche a la luz de la luna y dos reflectores que iluminaban débilmente la cancha, pero lo suficiente para ver y distinguir a los integrantes de cada equipo.

Entre pases, goles, una que otra caída, algunos cruces de palabrotas, el juego continuó y terminó en un empate. Decidimos ir a penales para definir el equipo ganador. La ronda había iniciado, pero esta fue interrumpida por uno de los vecinos.

—Esperen —gritó, deteniendo el juego —.Creo que hay algo allá —dijo señalando al mar.

Todos volteamos en la dirección que señalaba y vislumbramos a lo lejos algo, parecía ser una persona.

—¡Es una persona! ¡Se está ahogando! ¡Necesita ayuda! —vociferé sorprendido, retirándome de la cancha. Mis primos al darse cuenta de lo que pretendía hacer, fueron tras de mí, pidiendo que me detenga y no vaya para allá solo.

No negaré que sentí un atisbo de “Es mejor no ir allí”, pero lo deseche enseguida, al estar muy bien acompañado de mis primos y los amigos de éstos. Me sentía muy confiado y seguro; por eso continué avanzando hasta llegar varios metros cerca de la orilla con mis primos detrás de mí y los vecinos detrás de ellos.

Recuerdo que la brisa marina golpeaba nuestros rostros con más ímpetu, humedeciendo nuestros ojos y distorsionando nuestra visión. Sin embargo, eso no fue impedimento para visualizar y confirmar que aquello que veíamos era efectivamente una persona y para ser exactos, una mujer quien usaba una prenda  blanca.

De un momento a otro el olor a mar fue desplazado por un aroma a rosas.

—¡Huelen eso! —comenté, captando la atención de mis primos —Rosas, huele a rosas —terminé por decir.

Ellos confirmaron que percibieron el mismo olor que yo. Nos miramos entre nosotros. No entendíamos qué estaba sucediendo. No era posible que un lugar huela a rosas cuando no las hay, y mucho menos cuando estamos rodeados solo de arena y mar.

De pronto empecé a sentir un viento gélido que calaba hasta los huesos, logrando entumir y erizar todos los vellos de mi cuerpo. Mis primos sintieron lo mismo, porque los vi estremecerse y frotarse los brazos al igual que yo. Era una sensación extraña, pero antes de siquiera terminar de comprender lo que ocurría, uno de mis primos habló.

—Chi-chicos, ¿Están viendo lo mismo que yo? —Volteé a ver a mi primo quien débilmente señalaba al mar donde aquella mujer yacía. Regresé mi atención aquella escena y observé a la  mujer aproximarse cada vez más a la orilla, pero cuanto más se acercaba, su cuerpo parecía emerger del mar hasta quedar encima de la superficie. Dado la distancia que se encontraba era imposible, debería a penas verse la cabeza y los hombros. Pero muy por lo contrario, casi se podía ver su cuerpo completo, tenía una cabellera larga y  llevaba puesto un vestido blanco. Parecía levitar o flotar. Me negué a creer en eso. Parpadeé varias veces y froté mis ojos.



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En el texto hay: muerte, fenomenos paranormales, hechos reales

Editado: 24.10.2020

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