En caso que te cruces conmigo

Capítulo 7: Pizza, sarcasmo y otras formas de coqueteo involuntario

—¡Ese gol merece una celebración! —exclamó Luján, aún con las mejillas rojas por la indignación y la tribuna de fondo.
Max, con el pelo revuelto por la corrida, los botines embarrados y una sonrisa que no le entraba en la cara, asintió con entusiasmo.
—¿Una celebración? ¿Ahora? —preguntó Nathaniel, con ese tono medio inglés, medio CEO que usaba cuando alguien le proponía algo fuera de agenda.
—Claro, ahora. Hay que capturar el momento —dijo Luján, haciendo un gesto amplio con los brazos—. Como cuando ves una estrella fugaz y pedís un deseo. O como cuando encontrás una medialuna entera en una bolsa de pan lactal. Hay que vivirlo.
Nathaniel la miró como si hubiera empezado a hablar en arameo.
—Pensaba algo más… discreto. ¿Un helado tal vez?
—¡Helado! ¡Sí! —gritó Max.
—No, no, no —interrumpió Luján levantando un dedo—. Esto es un momento para pizza. Caliente, grasosa, abundante y sin cubiertos.
—¿Sin cubiertos? —repitieron padre e hijo al unísono.
—Exacto. Hoy vamos a comer como se debe. A lo salvaje. A lo feliz.
Nathaniel suspiró, miró a su hijo, luego a Luján, y finalmente se rindió.
—Dios mío, esto va a ser un desastre.
—O un éxito —replicó ella—. ¿Tenés miedo, Black?
—¿Miedo? Por favor.
—Bueno, entonces prepárense. Hoy comemos con las manos. En joggings si quieren. Y nada de servilletas con bordes dorados, ¿eh?
Una hora más tarde, estaban los tres sentados en la pequeña mesa de un local de comidas rápidas. Luján había aparecido con tres cajas enormes de pizza, una sonrisa traviesa y dos botellas de gaseosa (“no hay celebración sin burbujas”, había dicho).
Max estaba fascinado.
—¿Esto es… todo para nosotros?
—Claro, campeón. ¿Quién más va a comer? ¿Los cuadros?
Nathaniel, mientras tanto, observaba las pizzas como si fueran una amenaza biológica. Con su camisa aún impecable y los puños bien doblados, se mantenía erguido como si tuviera miedo de mancharse el linaje.
—¿Esto tiene… ananá?
—¡Sí! —respondió Luján con entusiasmo—. Pizza tropical. El paraíso en una porción.
Nathaniel se estremeció.
—Eso es un crimen contra la civilización.
—Lo que es un crimen es la cara con la que mirás la comida. Relajate, Nate.
—No me llames Nate.
—Muy bien, Don Nathaniel Black, heredero del imperio y detractor de la piña, como guste.
Max soltó una carcajada con queso en la cara.
—Papá, tenés que probar. Está buenísima.
—Solo porque vos lo decís…
Nathaniel tomó una porción con una mezcla de resignación y heroísmo. La levantó con delicadeza. La miró. Cerró los ojos. Y le dio un mordisco.
Silencio.
Luján lo observó con las cejas levantadas.
—¿Y?
Nathaniel masticó. Lento. Con mucha dignidad. Trató de no mostrar ninguna emoción. Luego tragó y dijo:
—Admito… que no me hizo daño inmediato. Pero lo prefiero sin Piña.
—¡Eso es un sí! —celebró Luján chocando los puños con Max.
—Esto es lo mejor que me pasó después de mi gol —dijo el nene, chupándose los dedos.
—¿Viste? Hoy comemos como gente de verdad. Como los héroes.
Nathaniel dejó el trozo a un costado, tomó una servilleta (de lino, claro) y se limpió los dedos como si estuviera en Buckingham.
—¿Y bien, Luján? ¿Siempre interrumpís agendas con cenas improvisadas?
—Solo cuando estoy feliz. Y hoy estoy feliz. Max está feliz. Y vos… bueno, al menos no estás encerrado en una oficina.
—Eso es discutible.
—Todo en la vida es discutible, menos la importancia de una buena pizza y una buena carcajada.
Nathaniel la miró de nuevo. Esa mujer lo sacaba de quicio, lo descolocaba, lo desordenaba… pero también lo sacaba del gris. Y eso… eso era nuevo.
—¿Sabés que no estás bien, no? —le dijo, medio en broma, medio en serio.
—¡Claro que no! ¡Estoy espectacular! La normalidad me da alergia.
—Papá, ¿podemos venir más seguido a cenar?
Nathaniel lo miró.
—¿Vos querés eso?
—Sí. Me hace reír. Y te hace pelear… pero divertido. Además me gusta la pizza.
Luján sonrió, cómplice.
—Mirá vos. Soy como un emoji con patas.
Nathaniel sacudió la cabeza, resignado, mientras tomaba otra porción, sacándole la rodaja de fruta y colocándole en la caja otra vez.
—Está bien. Pero la próxima vez elegimos nosotros la comida.
—Perfecto. Pero que sea con postre.
—¿No estamos comiendo suficiente ya?
—¡Nunca es suficiente cuando se trata de azúcar, Nate!
—Te dije que no me llames Nate.
—Lo sé, Nate.
Y los tres rieron..Y comieron.
Y por un momento, sin que nadie lo dijera, se sintieron como una familia que no sabía que se estaba formando.



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En el texto hay: amor, famila, papa soltero

Editado: 26.05.2025

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