En combate con el Ceo arrogante

Capítulo 1 "Odio a mi jefe"

Arrogante, idiota, engreído, altanero, petulante, presumido, prepotente, fanfarrón… podría continuar por horas sin cansarme, pero ninguna de esas palabras bastarían para describirlo.

Lo observé sentado en su escritorio, con su soberbio rostro hermoso, sí, no podía negarlo, él sería todo eso, pero había nacido con una belleza que hacía que todas las mujeres lo voltearán a mirar. Todas las mujeres excepto yo.

A mí no podía engañarme, es decir, lo había hecho el primer día en que lo había visto con un gesto de inocencia, hasta que abrió la boca, entonces supe que estaba tratando con un completo idiota. ¿Ya dije que hablaba de mi jefe, verdad?

—Blair —me llamó hamacándose en su silla de oficina con su perfecta y estúpida sonrisa.

Me acomodé mis gafas y me levanté de la silla antes de que volviera a llamarme, porque por supuesto que lo haría, para que seguido a ello dijera alguna de sus típicas frases; ¿No escuchaste que te estaba llamando? ¿Eres lenta a propósito o te graduaste en lentología?

Estaba segura casi al cien porciento que esa palabra ni siquiera existía, pero no me cruzaba por la mente, cuestionarlo, eso implicaría dejarlo en un completo ridículo, pero también mi despido seguro y no había trabajado tanto para terminar con el historial manchado.

—Diga, señor, ya estaba a punto de marcharme —comenté en voz suave.

—No puedes hacer eso —me observó como si tuviera un gran payaso dibujado en toda mi cara.

—Señor, pero, le había pedido hoy salir un poco antes, mi amiga que no veo hace mucho tiempo llega y quedé de ir a buscarla al aeropuerto —le recordé con un gesto de súplica.

—Me temo que su amiga tendrá que recoger sus enormes maletas de mujer y esperarla en un café disfrutando de las vistas, porque tiene que ir a levantar unas flores para enviar a la señorita Adams, recién me enteré de que es su cumpleaños, no puedo darme el lujo de quedar mal —hizo un pequeño puchero.

Presioné mis puños deseando decirle que se fuera al demonio, suspiré profundamente y asentí. Estaba dispuesta a salir de allí para maldecirlo al prepotente, pero un pequeño carraspeo escapó de sus labios.

—¿Algo más, señor? —mostré una sonrisa cuadrada y de todos mis dientes.

En esos momentos Everett asomó su rostro, aún ni siquiera lograba comprender como un hombre tan amable, agradable y caballeroso podía ser amigo de Castiel Blackwood.

—Trae dos cafés antes de marcharte a entregar las flores y para que aprecies mi generosidad no debes volver luego de entregarlas —me hizo un gesto con la mano para que me apresurara a salir.

—¿Qué tal, Blair? —preguntó a modo de saludo haciendo una leve mueca—. ¿Acaso el tirano te molesta de nuevo?

Solté una leve risa y salí con una sonrisa, al menos la presencia de Everett hacía más sobre llevadera la situación.

Me apresuré para ir por el bendito café, miré mi reloj, no sabía si lograría llegar a tiempo, al menos había sido precavida y había pedido para salir antes, presentía que mi jefe llegaría a ser tan poco considerado desde el primer momento. No podía arriesgar mi reencuentro con Thiana, tenía mucho tiempo deseando volver a verla.

Serví el café para ambos, el de mi jefe, justamente en su taza favorita, de la prisa que llevaba, estaba a punto de entrar, pero escuché sus palabras y la furia me invadió.

—No lo entenderías Everett, molestar a Blair es divertido, ella parece un flan en la parte de atrás de un carro —se carcajeó—. Ni siquiera es el cumpleaños de Anne Adams, quise ponerla nerviosa, cuando salga de aquí le enviaré un mensaje y le diré que me confundí, ups.

—Me parece que lo que haces es ser un imbécil, no es gracioso estar del otro lado, Castiel —respondió.

Un flan, acababa de compararme con un postre, uno delicioso, pero un postre al fin. Eso no iba a quedarse así, una furia intensa recorrió el corazón de una simple servidora y miré la taza de aquel energúmeno, sin dudas escupí dentro. Meneé un poco la taza, puse mi mejor sonrisa y entré a la sala.

Le entregué la suya con amabilidad a Everett, quien no tardó en agradecer, mientras que a mi jefe le dejé la taza sobre la mesa. Iba a darme la vuelta, a marcharme y regocijarme imaginando que se bebía ese café a gusto, pero me quedé allí disfrutando de verlo beber ese primer sorbo.

Una sonrisa escapó de mis labios y una carcajada amenazaba por salir, así que me apresuré a darme la vuelta para marcharme de allí.

—Blair, me equivoqué, no debes enviar el ramo, no es hoy el cumpleaños de la señorita Adams, puedes irte a buscar a tu amiga —informó.

Giré medio rostro, vi un gesto de aburrimiento en su rostro, como si la presencia de Everett hubiera arruinado toda su diversión.

—Gracias Jefe —respondí a regañadientes.

En cuanto salí de allí y subí a mi coche, me solté el cabello, me quité las gafas para observar mejor mis ojeras profundas en el espejo retrovisor. Llevaba noches sin dormir bien, tomando la decisión de si debía seguir trabajando en ese lugar.

Ni siquiera necesitaba esas gafas, sino que no quería conseguir un trabajo destacando mis atributos, quería que me tomaran por mis habilidades y que la persona que lo hiciera pudiera ver mi potencial, que quizá me diera la oportunidad para entrar en el área que verdaderamente había estudiado.

Encendí la radio, justo a la hora que empezaría mi programa favorito, las canciones comenzaron a sonar y con ellas conduje en dirección al aeropuerto.

El tráfico a estas horas no era tan duro como a la hora que normalmente salía, así que cuando frené en un semáforo cantaba a todo pulmón y un baile desenfrenado acompañó mi cuerpo. Miré al lado en un movimiento que acompañaba la finalización de la canción, entonces vi a un pequeño de unos seis años de mejillas pecosas, viéndome a carcajadas.

Sentí mi rostro arder, entonces su lengua se asomó y se pegó en el vidrio. Eso fue asqueroso, iba a responderle con un gesto poco amable hacia un niño, pero su coche arrancó y entonces vi el semáforo en verde.




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