Había estado meditando durante esos días, y había llegado a la conclusión que nada ganaba con esto, él no iba a cambiar de parecer, así que era hora de aceptarlo y seguir, quizás en un punto lograría convencerlo, con esto en mente, se fue a dormir.
Faddei se despertó más temprano que de costumbre, quizás porque ayer le había llegado todo el cansancio de golpe y se había dormido temprano.
Hizo su rutina de todos los días, baño, entrenamiento y regadera antes de irse a la cocina, grande fue su sorpresa al ver que Hester estaba ahí.
- Buenos días –le dice suave, deja un plato en la isla de la cocina–, siéntate, ahora te sirvo el café, cargado y sin azúcar, ¿verdad? –él asiente mientras se sienta, la observa servir el café y dejarlo frente a él, mira el desayuno y se sorprende al ver que era su comida favorita, un platillo tradicional ruso que mi madre me hacía en la infancia, syrniki–, no sé qué prefieras, si mermelada o miel, así que te dejo ambas –se gira tras dejar las cosas frente a mí–, y esto también –coloca un poco de frutos rojos.
- ¿Quién te dijo sobre esto? –señalo el syrniki mientras comienzo a colocarle la mermelada de fresa y los frutos.
- Sergei, yo sé qué esto no es de verdad, pero ante todos somos una pareja y es normal que la esposa le cocine a su esposo, y que mejor que preparar su comida favorita, ¿no crees? –la ve servirse media taza de café y tras colocarle miel, le pone leche, se sienta a su lado y comienza a comer lo mismo que él.
Tras aquello se había quedado congelado, miraba la comida y luego a ella, era extraño pero también se sentía bien, su madre sólo le había preparado el desayuno una vez y poco después falleció, así que esto era nuevo. Era bien sabido que su padre había dejado su educación y crianza en manos de los criados, Sergei había sido más padre que su propio padre, así que tras su muerte, lo que más le había importado era el negocio.
Comen en un silencio tranquilo, la verdad es que le habían quedado bastante buenos, esa sensación de niño volvió a él, su madre no era rusa, sin embargo, había logrado dar con ese sabor tan particular, igual que Hester.
- Gracias –se limpia la boca, termina lo último de su café antes de salir, Hester suspira, al menos habían estado en paz por unos minutos, había notado lo mucho que le gusto, eso era una buena señal para seguir de esta manera.
El resto de la semana se volvió en esa pequeña rutina, él se levantaba temprano sólo para poder comer lo que fuese que ella preparara, no lo admitiría, pero le agradaban esos momentos, esa sensación hogareña que recordaba de manera vaga de su infancia.
- Buenos días –le sonríe mientras sirve los huevos estrellados en el plato, había dejado la yema líquida, le pasa pan tostado y sonríe, esta vez lo había dejado en el punto exacto para poder sumergir el pan, eso tenían en común, a ella también le gustaba de esa manera.
- Buenos días –dice nada más sentarse, tras unos segundos ella toma asiento, para él era tan común verla tomar café con leche, siempre de la misma manera.
- ¿Cómo dormiste? Me desperté a medianoche por el trueno, por suerte no cayeron más y la lluvia estuvo tranquila, no como en la tarde –él se había acostumbrado a escucharla hablar, no supo en qué momento se encontró participando.
- Hubo otros más leves antes de ese –ella se gira a verlo con sorpresa, era la frase más larga que le había dicho fuera de las órdenes que le solía ladrar.
- ¿De verdad? –parecía confundida–, no puedo creer que no escuchara nada, aunque bueno, cuando me quedo dormida, no hay fuerza que me despierte –se ríe de sí misma, él esboza una sonrisa–, tras las largas jornadas en el hospital, cuando tenía libre lo aprovechaba para dormir y descansar, supongo que por eso no escucho –se encoge de hombros, cuando le daban cuerda hablaba hasta por los codos, bueno, eso decía su abuela.
- Hester –ella se gira a verlo atenta–, puedes ir a ver a tu abuela, pero con una condición –la detiene antes de que diga nada–, uno de mis hombres te acompañara en cualquier momento, además, te voy a dar un móvil de acuerdo con tu nuevo estatus y, sobre todo, que esta monitoreado para evitar lo de la otra vez, ¿de acuerdo? –le mira atento.
- Claro que sí, gracias Faddei –chilla con emoción, se pone de pie y lo abraza feliz, no lo había pensado, había actuado por instinto–. Lo siento –siente sus mejillas rojas, se sienta en su lugar bajando la vista.
Aquello lo había pillado con la guardia baja, no había sabido como reaccionar, sabía que la felicidad se debía a poder ir con su abuela más que las cosas materiales que pudiera darle, y eso era algo nuevo para él, así que tras terminar de desayunar, corrió a su habitación para prepararse, una de las sirvientas había ido poco después para entregarle el móvil.
- El señor acaba de irse, ha dicho que Jasha la acompañara junto a Yakov, él es el chófer de la otra vez –Hester asiente, enciende el móvil y lo primero que hace es agendar el número de su mejor amiga, le envía un mensaje, le sorprende que no hubiese hecho una revolución por no saber que era de ella, pero suponía que era porque sabía que no corría peligro junto a su nuevo esposo.
Tras vestirse sale, ambos hombres la esperaban afuera.
- Buenos días Jasha, Yakov –les sonríe con amabilidad–, ¿nos vamos? –ambos hombres asienten, Yakov le abre la puerta y la ayuda a subir, no terminaba de acostumbrarse a que otros le sirvieran, pero si quería evitar problemas con Faddei, debía obedecer. Jasha sube después de Yakov, estaba emocionada de saber cómo estaba su abuela, así que el camino al hospital se le hizo eterno.