En el corazón del vaquero

Capítulo 2

Ángela

Me siento feliz, hoy ha sido uno de mis mejores cumpleaños.
Tengo una mesa llena de regalos y otra con un banquete dulce, especialmente ese pastel que hizo mi tía para mí de tres pisos.

Quiero hundir mi rostro en la crema hasta ahogarme.

No me culpen, soy fanática del dulce, así que mi ansiedad crece al saber que todavía debo esperar para partir la torta y comer de ella. ¡Una tortura digna de la Inquisición!

Lo bueno es que tengo una distracción a unos metros; alguien que luce guapísimo con esa camisa de manga larga a cuadros y esos vaqueros que se aferran a su trasero como si fueran pintura. Sí, hablo de Daniel. El Daniel. El crush de mi vida, mi obsesión secreta, aunque no tan secreta, porque todo el mundo lo sabe… menos él, aparentemente.

Mmm. Me lamo los labios al recordar el bochornoso episodio de esta mañana cuando terminé de rodillas frente a él y con su toalla en las manos. Lástima que llevaba ropa interior.

El universo no me quiere.

—¿En qué piensas? —pregunta Amelia, sobresaltándome.

—¿Yo? ¿Nada? —finjo inocencia y desvío la mirada para no delatarme.

Amelia entrecierra los ojos. Ella es la hermana de Daniel, mi mejor amiga y, en este momento, mi fiscal acusador.

—Tenías esa cara de pervertida —me apunta con el dedo como si estuviera en una escena de “La Ley y el Orden”—. ¿En qué estabas pensando?

—Nada malo.

—Cuando dices “nada malo” es porque estabas pensando en mi hermano.

—No estaba pensando en tu hermano.

—Ajá. Claro. Y yo soy la Virgen María.

Suspiro. Me niego a darle la razón, pero mi sonrisa me traiciona.

—¡Lo sabía! —Amelia se cruza de brazos— Mira, Ángela, sé que es tu cumpleaños y todo, pero si sigues babeando por Daniel, voy a tener que traerte un babero de repuesto.

—¡No babeo! —me indigno.

Justo en ese instante, Daniel levanta la vista desde su celular y nuestras miradas se cruzan. Se me queda viendo un segundo, solo uno, pero suficiente para que yo me atragante con mi propia saliva y empiece a toser como si estuviera tragándome un lego.

—Sí, claro, cero babeo —ironiza Amelia, dándome palmaditas en la espalda para que no muera asfixiada— ¿Quieres que le diga a mi mamá que prepare tu epitafio en la torta?

Me cubro la cara con las manos. ¿Por qué la tierra no puede abrirse y tragarme? Ah, cierto, porque entonces Daniel se olvidaría de mí y yo, como buena masoquista, quiero seguir sufriendo por él.

Amelia suspira como quien ha cargado con mi drama por años y, en efecto, lo ha hecho.

—Prométeme que al menos no harás nada ridículo hoy.

—Lo prometo.

La promesa me dura exactamente treinta segundos.

—Estaba pensando en el pastel — Digo cambiando el tema y sus ojos se iluminan y sonríe con cara de niña buena.

—Estamos pensando en lo mismo —dice Amelia con entusiasmo. Me toma de la mano como si fuéramos ladronas de banco y me arrastra hacia la mesa de aperitivos.

—¿Qué haces? —palmeo su mano cuando intenta pasar el dedo por la crema glaseada.

—Solo quiero probar —sonríe con esa cara de traviesa que siempre me mete en problemas—. Algo pequeñito.

—Está bien —murmuro mirando hacia todos lados para cerciorarme de que mis padres y mis tíos no estén cerca. Si nos pillan, seguro me toca el sermón de “señorita, comportese en su cumpleaños”.

—Solo una probada —estiro el dedo y ahora es ella quien me golpea.

—¿Qué haces? —me sobo la mano con un puchero.

—No puedes ser tan obvia —rueda los ojos y me arrastra detrás de la mesa, como si estuviéramos en una misión secreta de la CIA— Esta parte no se notará.

—Es verdad —ambas sonreímos como niñas de kinder robando caramelos y suelto un suspiro lleno de nostalgia cuando entierro el dedo en el delicioso glaseado y lo llevo a los labios.

Oh. Cielos. El sabor es un pedazo del paraíso dulce, cremoso, un beso de ángel con mantequilla.

Gimo cerrando los ojos mientras chupo el dedo y lo lamo hasta limpiarlo por completo.

Por supuesto, mi vida no sería mi vida si no pasara algo justo en ese instante.

Siento un codazo de Amelia.

—Abre los ojos —susurra.

Lo hago y me encuentro con varias miradas sobre mí. Varias. Como si fuera un espectáculo de circo.

Pero especialmente con esa mirada.

Daniel.

Está con un vaso en la mano, quieto, mirándome con cara de espanto. O tal vez de trauma. No sabría decirlo. Su expresión es una mezcla de “¿qué demonios acabo de ver?” y “esto no puede estar pasando”.

Mi corazón se detiene y mi cerebro empieza a gritar en estéreo.

Lo vio. LO VIO. Te vio lamiéndote el dedo como si fuera la escena de una película para adultos.

Intento improvisar.

—Es… es glaseado… —balbuceo levantando el dedo como si necesitara pruebas en un juicio—. Solo glaseado.

Amelia se tapa la boca para no reírse.

—Claro —dice Daniel en voz baja, arqueando una ceja— Glaseado.

Yo quiero morirme. O teletransportarme. O convertirme en mosca. Cualquier cosa.

Para empeorar la situación, justo en ese momento alguien tropieza con la mesa desde el otro lado y el pastel se tambalea. Yo, en mi intento desesperado por salvarlo; porque no solo es mi pastel, es mi pastel de tres pisos, me lanzo con ambas manos… y termino embarrando glaseado no solo en mis dedos, sino también en la camisa de Daniel, que había dado un paso hacia adelante.

Silencio.

Hola, mi gente bella, he decidido cambiar la trama de la historia y volverla más humor que drama porque de un principio era eso, solo drama, así que los invito al volver a la introducción y leer de qué se va a tratar la historia. Gracias por su apoyo y recuerden votar, comentar y recomendar. Bendiciones.



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En el texto hay: comedia romantica, romance +16

Editado: 22.10.2025

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