En el corazón del vaquero

Capítulo 8

Ángela

―Nos mintieron―Señala nuestro tío.

―¡No mentimos! ―digo alzando la voz― Solo… embellecimos la verdad.

―Suficiente―La tía se masajea la frente―Vayan ahora mismo al gallinero y traigan los benditos huevos para el desayuno. Estamos atrasadas por su culpa―No señala.

― ¡Si, señora! ―Hacemos gesto militar antes de darle una mirada de disculpas a nuestros padres y salir corriendo.

Ingresos al corral con cautela, para nadie es un secreto que las gallinas son seres demoniacos dispuesto a sacarte los ojos en cualquier descuido.

―Esto es tortura psicológica ―murmuro mientras recojo los pedazos de cáscara del suelo.

―No, es reeducación doméstica ―corrige Amelia imitando la voz de mi madre.

―Como sigas haciendo eso te lanzo con las gallinas.

Intento mantener la dignidad, pero es difícil cuando una gallina me picotea el zapato como si me juzgara.

― ¡Oye, plumífera, aléjate de mí! ―le grito.

La gallina cacarea indignada.

Amelia se ríe tan fuerte que casi se cae dentro del balde de agua.

―Esto se ve como un entrenamiento militar para sirvientas ―dice―. Si sobrevivo a esto, pediré compensación emocional.

― ¿Compensación de qué?

―Del universo.

― ¿Y crees que te la va a dar?

―No, pero al menos me voy a quejar con estilo.

El gallinero huele a una mezcla entre campo, tragedia y huevo podrido.

Amelia avanza delante de mí con una canasta en la mano y una rama como espada.
Yo la sigo, rezando en voz baja y mirando a todos lados.

―No hagas contacto visual con ellas ―susurro―. Sienten el miedo.

―¿Y tú cómo sabes eso?

―Lo vi en un documental… o en una película de dinosaurios, no recuerdo.

Una gallina blanca, enorme y con una mirada de psicópata, se nos queda viendo.
Amelia da un paso atrás.

―Nos está vigilando.

―Ignórala.

―Nos quiere atacar.

―No lo creo…

La gallina da un salto y aletea justo frente a nosotras.

―¡AHHHHHHHHH! ―gritamos las dos al mismo tiempo y salimos corriendo por el gallinero, tropezando con todo.

Los huevos ruedan, las gallinas cacarean, y siento que estoy en medio de un apocalipsis aviar.

―¡Nos quieren matar! ―grita Amelia agitando la canasta como escudo.

―¡Te dije que eran demonios con plumas! ―respondo mientras corro en círculos.

Logramos refugiarnos detrás de unos sacos de maíz, respirando agitadas.

―Esto es tu culpa ―le digo.

―¿Mi culpa? ¡Te dije que era mala idea pintarnos los brazos!

―Todo es culpa de nuestras madres―Bufa.

―¡Y tú me arrastraste contigo!

―Porque eres mi mejor amiga, se supone que morimos juntas.

Nos miramos un segundo y, sin saber cómo, empezamos a reírnos.
De esas risas nerviosas que sabes que van a terminar mal.

―Esto es ridículo ―dice Amelia secándose las lágrimas―. Ni siquiera tenemos huevos.

―Sí tenemos, aquí hay unos ―digo señalando unos en el suelo.

―Perfecto ―los toma con cuidado y los mete a la canasta―. Ahora solo falta no hacerlos trizas…

Y justo ahí, uno se le resbala de las manos y se estrella en mi zapato.

Silencio.

La miro. Ella me mira.

―Amelia.

―Ángela.

―Dime que fue un accidente.

―Fue un accidente… casi.

Levanto un huevo del suelo lentamente, sin romper contacto visual.
―No te atreverías.

―Depende. ¿Vas a portarte bien?

―No.

―Entonces…

¡PLOP!

El huevo impacta directo en su hombro.

Amelia grita como si le hubiera disparado una bala y me lanza otro.
Y otro.
Y en cuestión de segundos, el gallinero se convierte en zona de guerra.

Los huevos vuelan, las gallinas corren despavoridas y yo no puedo dejar de reír mientras intento esquivar proyectiles.

Amelia me grita algo sobre venganza eterna y me lanza un golpe certero al brazo.
Yo contraataco apuntando a su cabeza, pero fallo.

Ambas terminamos cubiertas de yema, harina (no sé de dónde salió) y plumas.

―¡Ríndete! ―grita Amelia con una canasta vacía.

―¡Nunca! ―respondo y agarro el último huevo que me queda.

Me preparo para lanzarlo con toda la fuerza que tengo.
Todo sucede en cámara lenta.
Lanzo el huevo, Amelia se agacha para esquivarlo y, en un giro del destino que solo puede explicarse con mala suerte…

El huevo vuela por encima de su cabeza, cruza la cerca abierta y…

¡PLOP!

Impacta con precisión quirúrgica en la frente de Daniel.

El universo se detiene.

Daniel se queda quieto, con la clara escurriendo por su ceja y una expresión que mezcla sorpresa, indignación y algo de… resignación.
Yo me congelo con la mano todavía levantada.
Amelia suelta un “oh, por Dios” tan dramático que parece de telenovela.

Daniel parpadea.
Una. Dos veces.
Después, habla con una calma que da miedo.

―¿Acabo de ser atacado con un huevo?

Abro la boca, pero solo sale un sonido extraño, como un pato enfermo.

―Yo… no era para ti… era para ella.

―Qué romántico ―dice Amelia desde atrás―, los une la yema del destino.

Daniel se pasa la mano por la frente, suspira y me mira con una sonrisa medio divertida.
―¿Tienes algo contra mí o es una tradición familiar?

―Solo… accidentes.

―Claro. “Accidentes”.

Me giro hacia Amelia, dispuesta a estrangularla, pero ella se esconde detrás de una gallina.

Daniel se da media vuelta y antes de irse dice con tono burlón:

―La próxima vez, si quieres llamar mi atención, mándame un mensaje. Es menos pegajoso.

Y se va.

Me quedo ahí, cubierta de huevo, plumas y vergüenza, mientras Amelia se ríe tan fuerte que casi se cae al suelo.

―Ángela ―dice entre carcajadas―, si esto no es amor, no sé qué es.



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En el texto hay: comedia romantica, romance +16

Editado: 22.10.2025

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